Idioma original: inglés
Título original: The boy at the Top of the Mountain
Año de publicación: 2016
Traducción: Patricia Antón de Vez
Valoración: funcional
Hace algunas semanas se nos solicitó prestar atención a ese género extraño llamado literatura juvenil. Las cursivas son mías, aclaro. Así que me encuentro este libro por casa, recomendación de lectura de la escuela de mi hijo adolescente y decido aquello de matar dos pájaros de un tiro.
Todo ello a pesar de que jamás he sentido la más mínima curiosidad por este escritor y que desde luego la reseña en este blog de su hito creativo es una de esas que te disuaden. Y que me resulta curioso en su trayectoria el que haya ido publicando novelas que han suscitado interés menguante hasta que, zas, diez años de lento declive le deciden a recuperar esa figura y ese título evocador y esa temática tan segura y tan, tan, taaan "didáctica". Pero claro, hay que leerlo y expresar una opinión y comprender ciertas cosas y vencer ciertas reticencias.
La primera es que creo que a John Boyne no debe acabar de convencerle que sus novelas acaben situadas en ese restringido pero lucrativo ámbito de la novela juvenil porque no el hecho de que un niño sea el protagonista ha de representar una inclusión forzosa, pero resulta que hay más factores que inclinan esa balanza e, insisto, no tengo muy claro que esa sea la intención del autor. Entonces, y consciente de que no todo en el mundo va a ser Franzen o Gaddis o Cartarescu, uno se va encontrando con que ese encasillamiento es casi inexorable. El estilo, de una simplicidad que garantiza legibilidad, sí, claro, pero que resulta acabar siendo de una linealidad exasperante, tan alejado de cualquier intención estética que parece codificado para eso, para no permitirse devaneos con nada que huela a artístico.
(Creo que la valoración de "funcional" empieza a explicarse por sí misma)
Otro asunto es la obvia elección temática reiterativa en la obra de Boyne y que se explica de forma tan gráfica en portada y de forma tan eficaz en contratapa que la lectura se constituye en una mera confirmación de lo que vamos esperando. Y si es bueno que le recordemos a generaciones venideras acerca de los horrores del nazismo también es cierto que, en un mundo donde Hitler empieza a ser más recordado en los memes protagonizados por Bruno Ganz sobre las escenas de El hundimiento, los acercamientos tan frontales empiezan a parecer sórdidamente obvios y me inclino más por los mensajes sutiles y eficaces de libros como La zona de interés, donde el lector saca sus conclusiones y analiza de forma más detallada la extrema crueldad de los hechos. Lo cual no es para nada una recriminación: los hechos hay que conocerlos de una forma u otra, claro que sí.
La historia es de una sencillez pasmosa y de una previsibilidad absoluta, Pierrot, niño francés de siete años (con un curioso bagaje de experiencia lectora bastante poco creíble), ve como en corto lapso de tiempo fallecen su padre (alemán, veterano de la I GM, alcohólico y suicida) y su madre (francesa, de tuberculosis). Y tras un breve paso en un orfanato su tía paterna, Beatrix, se hace cargo de él para llevarlo consigo, tras ejemplar viaje solito en tres trenes, a, tachán, el Berghof, refugio en los Alpes de Adolf Hitler, donde la señora es como ama de llaves y acoge al sobrino que, vaya como son las cosas, se nazificará por pasos, incluyendo renuncia a la amistad de niñez con un niño francés judío y mudo, traiciones a la sangre, enaltecimiento de sus raíces alemanas, fanatización y todo ese proceso que acaba ya sabemos cómo.
En fin, que yo no leí el del pijama a rayas, pero que la historia, en su desarrollo, debe ser calcadita, con todos los ingredientes a la medida: niños inocentes que dejan de serlo por las barbaridades que el mundo adulto se encarga de poner en su camino, crueldad, pérdida brusca de inocencia, todo eso. Y Boyne no lo hace mal: se las apaña, con ese estilo llano y cercano, para insertar todas sus cuñas explicativas de lo real que podría ser esta historia, incluyendo hechos reales a mansalva, hechos conocidos de todos en sus grandes líneas y en las pequeñas. Que sí, que Hitler primero experimentó la eficacia del ácido prúsico con Blondi, su perro, que sí, que Hitler se consideraba a sí mismo una persona blanda y bondadosa, un buen hombre sacrificado por su pueblo. Si todo esto está muy bien. Situar esos viles hechos de la historia de la humanidad en los sitios adecuados para que un lector poco bregado los vaya encontrando y se empape de ellos y los asimile. Quizás, obvio, mejor que no leer, pero indudablemente peor que escuchar o leer a un profesor de historia dando una lección sobre el proceso que lleva a esos hechos, sobre lo sencillo (Zoido lo hace de maravilla) que es engañar a la gente a nivel masivo con tal de conseguir las finalidades más perversas. Y no voy a negar que cualquier pretexto sea bueno para explicar esas maldades, pero, y vuelvo a lo de funcional, quizás más riesgos y menos obviedades harían a esta lectura digna de franquear esa definición.
Funcional.
Una caja de pañuelos también lo es.
En fin, que yo no leí el del pijama a rayas, pero que la historia, en su desarrollo, debe ser calcadita, con todos los ingredientes a la medida: niños inocentes que dejan de serlo por las barbaridades que el mundo adulto se encarga de poner en su camino, crueldad, pérdida brusca de inocencia, todo eso. Y Boyne no lo hace mal: se las apaña, con ese estilo llano y cercano, para insertar todas sus cuñas explicativas de lo real que podría ser esta historia, incluyendo hechos reales a mansalva, hechos conocidos de todos en sus grandes líneas y en las pequeñas. Que sí, que Hitler primero experimentó la eficacia del ácido prúsico con Blondi, su perro, que sí, que Hitler se consideraba a sí mismo una persona blanda y bondadosa, un buen hombre sacrificado por su pueblo. Si todo esto está muy bien. Situar esos viles hechos de la historia de la humanidad en los sitios adecuados para que un lector poco bregado los vaya encontrando y se empape de ellos y los asimile. Quizás, obvio, mejor que no leer, pero indudablemente peor que escuchar o leer a un profesor de historia dando una lección sobre el proceso que lleva a esos hechos, sobre lo sencillo (Zoido lo hace de maravilla) que es engañar a la gente a nivel masivo con tal de conseguir las finalidades más perversas. Y no voy a negar que cualquier pretexto sea bueno para explicar esas maldades, pero, y vuelvo a lo de funcional, quizás más riesgos y menos obviedades harían a esta lectura digna de franquear esa definición.
Funcional.
Una caja de pañuelos también lo es.
2 comentarios:
¡Qué valor! Después de "El niño con en pijama ...", como decís por aquí, mi con un palo, o para calzar muebles. Por cierto, ya que dirán que el público al que va dirigido es el infantil/juvenil, ¿a qué edad se puede entender la novela o se tendrán los conocimientos históricos necesarios? Mi hijo mayor tiene 11 y no entendería la historia del pijama. Salud.
Pues ya ves, Toni, el sentido del deber del que reseña, que es un acicate para remontar (casi) cualquier corriente en contra.
Saludos.
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