Año de publicación: 1980
Valoración: Recomendable
No es que esté yo muy puesto en el subgénero, pero creo que en 1980 la novela histórica todavía no había empezado a vivir la hipertrofia y el éxito editorial que ha conocido en las últimas décadas. De manera que en su momento pudo sorprender la aparición de esta opera prima del uruguayo, actor, guionista y director de teatro y cine, Antonio Larreta. La cosa tuvo su correspondiente repercusión mediática al haber recibido el premio Planeta de aquel año, distinción que no me parece especialmente seductora desde el punto de vista literario, pero que justo aquella edición de 1980 tuvo la peculiaridad de haber declarado finalista nada menos que a Juan Benet, con otra obra que espero comentar en una temporada.
Por lo que he visto, Larreta ha trabajado con frecuencia las ambientaciones históricas en sus otras actividades artísticas, y su incursión en el mundo de principios del XIX provenía precisamente de algún trabajo cinematográfico no llevado a término. Y bien que se nota el bagaje documental en que se apoya la novela y el dominio en el manejo de datos históricos, a pesar de que –como ocurre siempre en estos casos- tampoco es posible valorar hasta qué punto es estricto con los hechos o hasta dónde se permite licencias.
El relato se centra en la muerte de la duquesa de Alba en 1802, por causas según el relato poco claras. La famosa señora era la sal y la pimienta de la corte de Carlos IV. Con su belleza, su vitalidad y cierto espíritu transgresor mantenía en tensión a la alta sociedad de la época, y naturalmente arrastraba un interminable séquito de amantes y admiradores, entre los que no faltaban Goya y el ministro Manuel Godoy, este último por lo visto también prolífico conquistador. Tampoco sorprende que esa actitud de la duquesa tanto como pasiones volcánicas despertase también envidias y odios enfermizos, primero entre las múltiples esposas despechadas, y más tarde con ocasión de sus equívocas iniciativas políticas. Sin embargo, en los últimos meses Cayetana parece cambiada, se diría que la edad (aunque sólo tiene 35 años) empieza a hacer mella y quizás empieza a sentirse desplazada del centro de atención. El caso es que convoca una fiesta un tanto extravagante en la que no faltan tanto antiguos o actuales enamorados como posibles enemigos, y al término de la misma muere en circunstancias no aclaradas.
Larreta conduce la historia a partir del mecanismo –quizá ya un poco gastado- del descubrimiento de un manuscrito de Godoy, una especie de anexo a las memorias que efectivamente escribió, dedicado precisamente a la de Alba y las circunstancias de su muerte. El ministro, que en ese momento se encuentra en el exilio italiano, relata una larga conversación en la que Goya le cuenta su versión de los hechos, y pasa después a exponer la suya propia. Finalmente aporta una carta de su cuñado el obispo, que viene a constituir una tercera explicación alternativa de los hechos.
De forma que es una historia contada por individuos cuyas perspectivas en torno a la protagonista finada son completamente distintas (no daré más detalles), y cuyos relatos se complementan entre sí para dar al lector la imagen definitiva de lo ocurrido. Ese juego de puntos de vista lo maneja Larreta con maestría absoluta, cada pequeño detalle encaja y nada queda al azar o fuera de sitio. En este sentido muestra una madurez considerable para ser su primer trabajo narrativo. Se nota también la mano de alguien acostumbrado a trabajar para el cine y el teatro: todo resulta muy visual, apenas hay lugar para la abstracción, para nada que no pueda ser representado, lo que desde luego facilita mucho una lectura ligera y sin esfuerzo. De la misma forma, los personajes están espléndidamente definidos, tienen un rol único e identificable, otro elemento que favorece la comprensión y comodidad del lector.
No sé si se ve por dónde voy. Al final, todas estas virtudes, que desde luego no le niego al libro, acaban por limitarlo. Escenas tan plásticas, elementos tan perfectamente complementarios, personajes tan redondos, que uno se pregunta dónde están los matices, qué es lo que el libro exige y lo que tiene que aportar el lector. Larreta facilita todos los datos, incluso los falsos, que para eso el texto se complementa con numerosas notas aclaratorias, y de esta forma el menú resulta tan fácilmente digerible.
De forma que seguramente Volavérunt es una especie de precursor de toda esa enorme masa de narrativa histórica que ha inundado las librerías en los últimos años: concienzudo trabajo de documentación, construcción de una trama más o menos sólida y bien trenzada, forma neutra, y colocación de todos los elementos al alcance del lector, que sólo tiene que tomarlos y disfrutar de una lectura sin complicaciones.
¿Eficaz? Desde luego ¿Literariamente valioso? Hummm… lo dudo. ¿Recomendable? En conjunto, y pese a todo, sí.
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