martes, 31 de octubre de 2017

Gore Vidal: Juliano El Apóstata



Idioma original: Inglés
Título original: Julian
Año de publicación: 1964
Traducción: Eduardo Masullo
Valoración: Imprescindible



La verdad. Leer una historia del siglo IV, con su inevitable trasfondo de enredos palaciegos, disquisiciones religiosas y campañas militares, no parece a priori que pueda ser un ejercicio fascinante o, como poco, entretenido. Y menos si el empeño tiene quinientas páginas. Por fortuna, la decisión de dejar de lado los prejuicios ha sido recompensada con creces. Por que el Juliano de Gore Vidal es la historia de un personaje absolutamente cautivador, relatada de manera rigurosa y profunda pero a la vez ágil y ligera. En tres palabras: Un soberbio novelón.

El estadounidense Eugene Luther Gore Vidal (Nueva York, 1925 - Los Ángeles, 2012), es decir, Gore Vidal, nunca ha sido un escritor tenido en demasiada estima en España. Tampoco en su propio país lo tuvo fácil. Comenzó a publicar en la segunda mitad de la década de los 40 y sus primeras novelas le valieron el veto durante años del New York Times como reprimenda a su descarada –que no pública- homosexualidad. Y eso que el escritor formaba parte de la élite política, social y cultural de los EE.UU. 

Nieto de un senador demócrata, emparentado en diversos grados de intensidad con personajes como Jackeline Bouvier Kennedy Onasis, Jimmy Carter o Al Gore, Gore Vidal lucía apellidos de abolengo pero necesitaba trabajar para pagar las facturas. Así que tras un arranque de carrera literaria sin demasiado rendimiento mercantil dedicó  diez años a candidatarse –igualmente, sin éxito- por el Partido Demócrata y al columnismo social, los programas de televisión y los guiones de cine. Sin dejar de darle vueltas en la cabeza a lo que podría ser su gran novela. Tenía el personaje, el emperador romano Flavius Claudius Iulianus (331-363 de nuestra época). Y la trama; su vida y su intento de restablecer los cultos clásicos y helenistas, paganos, frente al pujante cristianismo. Pero ni el tiempo ni el tempo para ponerse a ello.

Hasta que se decidió a cortar por lo sano con Washington, Broadway y Hollywood y lo que él denominaba la escritura comercial, Luciano no pasó de proyecto postergado, de ilusión que rondaba incordiando con saña a la imaginación. Una vez instalado en Roma, Gore Vidal se puso manos a la obra para levantar la novela en la sección clásica de la Biblioteca de la Academia Americana, Y eso que, según nos cuenta de aquel periodo de escritura en sus memorias (Palimpest: a memoir, publicadas en 1995, hay traducción castellana): “ahora me podía permitir hacer tan sólo aquello que deseaba –escribir novelas-, aunque había descubierto ya hacía tiempo que la novela como forma artística, y no digamos como entretenimiento, no tenía gran interés para el público en general, mientras que despertaba un interés excesivo entre los académicos a la caza de teorías”. Bien, ya me dirán si medio siglo después el veredicto permanece tercamente vigente. Tan cierto como que en el mismo verano de 1964, Julian conseguía encaramarse al primer puesto en la lista de novelas más vendidas en los EE.UU.

Gore Vidal creó un Juliano sumamente atractivo, así como la hipótesis histórica que subyace en la novela. ¿Cómo sería nuestra civilización de haber impuesto este Emperador su programa, evitando que el cristianismo se instalase como forma de pensamiento estatal y única y algunos de sus valores –el fanatismo, el desprecio al discrepante, la creencia ciega en un fabuloso más allá…- no arraigasen en el corazón de las sociedades occidentales, al menos hasta la Ilustración?

El narrador de la trama novelada es el propio Juliano y lo hace en primera persona a través de sus diarios personales. Para dotar al relato de veracidad y ritmo (y aquí cabe destacar especialmente el sentido del humor, la ironía y la lucidez en el autoanálisis del protagonista) Gore Vidal utiliza las figuras de otros dos personajes, también reales y rigurosamente documentados. El filósofo, amigo y cómplice descreído Prisco del Epiro y Libanio, profesor de retórica, que compartió una intensa correspondencia con Juliano. Todos hablan, por tanto, en primera persona y sobre el intercambio de misivas de los dos amigos acerca de los textos de Juliano se encarrila esta visión compleja, analítica, cercana y cálida del Emperador. Además de filósofo, estudioso y lector. De sus circunstancias y contexto, de sus creencias y fobias, de su grandeza, sus limitaciones y fracasos.

La figura de Juliano no está exenta de sombras y no se hurta lo disparatado de sus sacrificios, su acusada tendencia a hacer caso de los charlatanes, su desprecio cerril por los cristianos, a los que trataba de secta galilea empeñada en transformar los templos dedicados a los antiguos Dioses en osarios, es decir, iglesias. Quienes en respuesta lo apodaron el Apóstata. O su incapacidad para calibrar correctamente la magnitud del adversario al que decidió enfrentar y con el que, definitivamente, no pudo. Por eso es un relato que se antoja imprescindible, puesto que “aquello que nos sucede no tiene importancia, pero aquello que sucede a la civilización es de enorme importancia”. Y por que  en tiempos de desorientación, de incertidumbre y de desasosiego puede ser bien necesario, ante la tentación de las soluciones sencillas, fáciles y viscerales, tener presente que “los cristianos tratan de imponer un mito rígido y último sobre lo que nosotros sabemos que es variado y extraño. ¿Creamos nosotros a esos dioses o ellos nos han creado a nosotros?”. Diecisiete siglos después, ahí andamos.

8 comentarios:

Unknown dijo...

Pedazo reseña te ha salido. Enhorabuena

Montuenga dijo...

Efectivamente, una reseña magnífica. En su día me encantó tanto como a ti, así que estoy de acuerdo con tu valoración y apreciaciones.
Un saludo

julian bluff dijo...

Una de las grandes novelas del siglo XX. Un must. ;-)

Beatriz Garza dijo...

Felicidades, Carlos. Me has convencido. Lo apunto a la lista.

Un saludo.

Beatriz

carlos ciprés dijo...

Pues muchas gracias a tod@s por vuestros comentarios. Dejó dicho William Faulkner que "lo que hace la literatura es lo mismo que una vela en el campo en mitad de la noche: no puede iluminar apenas nada, pero nos permite ver cuánta oscuridad hay a nuestro alrededor". Por eso se disfrutan especialmente estas novelas, digamos, tan lúcidas, tan luminosas.

Gabriel Diz dijo...

Es una gran frase la de Faulkner! Sólo agregaría a la reseña que es una novela extensa, de unas 700 y pico de páginas en su edición de bolsillo.

Saludos

Daniel Morales dijo...

La compré en una librería de viejo hará un par de meses y no terminaba de atreverme a meterle mano. Tu reseña va a hacer que avance unos cuantos puestos en la lista de pendientes. Gracias.

carlos ciprés dijo...

Jaja... Esas mesitas de noche soportando pilas de libros en espera de una oportunidad...