viernes, 18 de noviembre de 2016

Mathias Enard: Brújula

Idioma original: francés
Título original: Boussule
Año de publicación: 2015
Traducción: Robert Juan-Cantavella
Valoración: bastante recomendable

Siria, Turquía, Irán, Egipto... ¿qué nos traen a la cabeza los nombres de estos países? Vale, no hace falta que nadie conteste; cualquiera que vea los informativos de la tele sabe que las noticias que llegan de por allí no son precisamente halagüeñas: guerra, atentados, integrismo religioso, yihadismo, inestabilidad, éxodo de refugiados... Esa es la percepción que tenemos ahora mismo de ese Oriente Próximo. Pues bien, el francés Mathias Enard se ha propuesto con esta novela dar la vuelta a esa imagen de lo "oriental" (amigos uruguayos, no va por ustedes: es por emplear el mismo término que el escritor; en apariencia más vago, pero en realidad más inclusivo y hasta preciso que "árabe" o "musulmán"). Lo que pretende Enard es demostrarnos que entre Oriente y Occidente ha habido, al menos durante los últimos doscientos años, un diálogo constante, un juego de espejos en el que se han reflejado mutuamente las imágenes concebidas sobre el otro... aunque en verdad la novela se limita a dilucidar sobre esa idea de lo "oriental", generalizada hasta el punto de que incluso las propias sociedades actuales de esa zona del mundo, parecen haber asumido, en buena medida, la concepción occidental de la misma.

Desde luego, Mathias Enard está más que bien pertrechado para la tarea: orientalista también él, ha vivido en los países de los que habla en la novela y domina las lenguas árabe y persa (además de hablar el castellano mejor que yo y creo que también el catalán). En consecuencia, el despliegue erudito -pero sin llegar a la pedantería- de referencias culturales variadas resulta impresionante: por la novela desfilan orientalistas ilustres como los austríacos von Hammer-Purgstall, o Alois Musil (primo de Robert),alemanes como Friedrich Rückert y Max von Oppenheim, franceses como Charles Mandrus, traductor de Las mil y una noches, el padre Antonin Jaussen o el teórico racista conde de Gobineau; incluso el palestino Edward Said... pero también escritores y, sobre todo, poetas en diversas diversas lenguas: Annemarie Schwarzenbach (a medio camino con el apartado anterior), Georg Trokl, Osama Ibn Munqidh, Ernst Bloch, Ibn Arabi, Badr Shakir Al Sayyab, Kafka, Chateubriand, Dick al-Djinn, Marcel Proust, German Nouveau, Parviz Baharlou, Suhawardi, Thomas Mann, Nietzsche, Washington Irving, Sadeq Hedayat, Hafez al Shiraz, Heine, Flaubert, Henry Levet, Fernando Pessoa -Álvaro de Campos mediante-, Balzac, Goethe, Faris Shidyaq, Omar Jayam... Por último, y por razones inherentes a la novela, también un buen número de músicos, clásicos y contemporáneos: Félicien David, Karol Szymanowski, Julien Jalaleddin Weiss, Henry Rabaud, Hasbeyov, Bizet, Doménico Scarlatti, Franz Liszt, Mendelsohn, Wagner... y por encima de todos, Beethoven. ¿Son muchos nombres? Pues me he dejado unos cuantos...

El hilo que utiliza el autor para hilvanar todas estas referencias culturales, así como las recurrentes alusiones al reconocimiento de la "alteralidad" y la "construcción común" de un imaginario (glups... ahora que lo pienso, espero que este libro no lo lean los muchos inquisidores del anti-buenismo, o está apañado, el pobre Enard... Bueno, no; no creo que lleguen a leerlo), es la figura de un musicólogo orientalista vienés, Franz Ritter, que a lo largo de una noche de insomnio va desgranando toda una serie de disgresiones sobre esta fascinación occidental por Oriente, así como los recuerdos de sus vivencias en estos países... motivadas, en buena parte, por su prolongado enamoramiento por Sarah, que no es una moderna Scherezade, sino una especie de Lisa Simpson pelirroja y parisina, también orientalista, ella. Es la historia de estos personajes, más algún que otro secundario (Bilger el arqueólogo loco, Faugier el opiómano), lo que convierte al libro en una novela, y no en un ensayo o incluso un libro de viajes. Un viaje siempre hacia el este, siguiendo la brújula del protagonista, que marca ese punto cardinal, hacia el Oriente como metáfora del ansia vital, de la huida de la inmovilidad que prefigura la derrota y la muerte. Individual pero también cultural, colectiva. Ahora bien: si el bueno de Franz está bien definido y trazado (qué menos, si toda la novela se desarrolla a través de un monólogo en primera persona), representado como un entrañable y melancólico pagafantas con lecturas, la trama que le une con Sarah y a ambos con los demás personajes no resulta demasiado convincente. 

En mi opinión, quizás sea éste el punto débil de la novela, aunque no debió de parecérselo así al jurado que le concedió el premio Goncourt en el pasado 2015. Como, acostumbrado a los entrañablemente amañados premiso españoles, esto de los que se conceden en otros países me pilla un poco fuera de juego, no opinaré si esta concesión fue la más adecuada o no. En todo caso, sí que me parece justa. Brújula es un libro magníficamente escrito, muy interesante y, al menos para mí, ha sido grato de leer (aunque ya aviso que no me parece que la "gran historia de amor", como ha sido definida en algún medio, sea aquí lo más importante). Hasta qué punto se puede considerar una novela o no, es otra cuestión, pero, tratando como trata de la mixtura creativa, de la rotura de los compartimentos estancos en los que nos empeñamos en encerrar la diversidad de los elementos culturales, de la mezcla entre distintas concepciones del mundo... tampoco creo que eso tenga demasiada importancia.


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5 comentarios:

irati dijo...

Qué buena reseña y qué ganas de leerlo. Conocí a Enard gracias a vosotros y comencé con Habladles de batallas, de reyes y elefantes, para mí un libro precioso con un lenguaje exquisito. Había leído por ahí que Brújula es bastante más "espeso" (¿es cierto?) y lo estaba reservando para cuando tuviera días más tranquilos. Aunque después de leerte no sé si podré esperar.

Juan G. B. dijo...

Hola, Irati:
Ante todo , gracias por la alabanza. Yo no diría que es un libro "espeso", pero sí "denso"... Por lo que a mí respecta, he disfrutado mucho leyéndolo y creo que aprendido más de una cosa (por otro lado,tampoco considero que ésta deba de ser la función de una novela), pero entiendo que para los lectores que esperaban otro tipo de novela, se les pueda haber hecho algo complicada, aunque he de decir que la estupenda prosa de Enard reduce bastante esa posibilidad.
De nuevo, muchas gracias por tu comentario y un saludo.

Manuel dijo...

Al igual que Irati, lo primero que leí de Enard fue Habladles de batallas, que disfrute mucho y me llevó a La calle de los ladrones y a Remontando el Orinoco (que encontre en un remate a 10 pesos, que es el costo de dos boletos del metro), con lo leido y disfrutado de Enard, no me sorprendió que le otorgaran el Goncourt.Su forma de escribir es exquisita y áltamente disfrutable. Felicidades y muchas gracias por sus muy ilustrativas opiniones.

Juan G. B. dijo...

Hola, Manuel:
Muy de acuerdo con esa apreciación sobre Enard, aunque me temo que yo lo he frecuentado menos. Pero intentaré ponerme al día, pues sin duda lo merece.
Un saludo y gracias por el comentario.

Sofía dijo...

Voy escuchando la música que aparece citada en el libro. Voy por la mitad y empiezo a leer en diagonal porque tanta erudición ya me cansa.