lunes, 10 de octubre de 2016

Jesús Carrasco: La tierra que pisamos

Resultado de imagen de la tierra que pisamos amazonIdioma original: español
Año de publicación: 2016
Valoración: Recomendable


Un hombre aparece en una finca radicada en un pueblo extremeño, ocupado a su vez años antes igual que el resto del país por invasores procedentes de un impreciso norte supuestamente europeo. La vivienda donde tiene lugar la acción ya no pertenece a sus antiguos dueños, que perdieron todos sus derechos desde el momento de la conquista (un simple paseo para una potencia militar como la que se describe) y los edificios que habitaban se distribuyeron en su día entre los militares  invasores.
El actual propietario fue uno de aquellos militares, ahora retirado y aislado por completo a causa del Alzheimer o una dolencia similar. En consecuencia, quien carga con la responsabilidad de expulsarlo es su esposa, Eva Holman, que, contra lo que marca la ley y la moral imperante, se siente incapaz de llevarlo a cabo. Al principio, por lástima, más tarde porque comprende que tras su maltratado aspecto se encuentra el legítimo propietario, y eso la convierte, junto a su marido, en la verdadera usurpadora de un título de propiedad que nunca les ha pertenecido. De ahí que, furtivamente y sin apenas proponérselo, acabe convertida en su protectora efectiva.
Detecto la huella de Ramiro Pinilla en ese vecino cuya rebeldía pasiva encorajina y produce escándalo (o piedad, en el caso de Eva). En cualquier caso su efecto es mucho más potente que si se hubiese presentado a reclamar sus derechos por las malas. Como en La higuera, del novelista vasco, el pertinaz ocupante es un vecino más de ese pueblo al que se ha despojado de todo lo que tenía, familia incluida, como aquel, no se relaciona con nadie y su actitud es, igualmente, tan tenaz como pacífica. (He buscado la palabra “higuera” en la novela para atribuirla a  un guiño de Carrasco, y estar estaba, no sé si intencionadamente o no).
Los problemas con la autoridad aparecerán cuando esa protección se convierte en un secreto a voces, ya que los indígenas se consideran unos apestados, gente sin ningún derecho. Ni siquiera gente: alimañas.
Lo que más credibilidad produce es la actitud de la narradora, nunca compacta del todo. Salvo al final, la notamos vacilante e indecisa. Siente piedad por el vagabundo pero le repelen su suciedad y un hermetismo cercano a la demencia: “A pesar de que intento acercarme a él, de que trato de entenderle, a menudo lo veo y no puedo evitar sentir repulsión.” Pero, aunque desconfíe o se deje llevar por el pánico, nada comparable al temor que provocan en ella sus propios compatriotas.
Las conjeturas de la señora Holman y otros testimonios casuales van tejiendo una historia de crueldad, esclavitud y deshumanización que, por fuerza, ha de resultarnos familiar. Supongo que por la mente de Carrasco habrán pasado las escenas más duras del nazismo, los abusos bolcheviques y el acarreo de esclavos hacia América, entre otros. Aún así, nadie está curado de espanto. Cuando eso que hasta ahora habíamos revivido solo a través de películas y libros de historia se ubica en las cercanas y familiares tierras de Extremadura, cuando los que son tratados como bestias de carga y despojados de toda dignidad humana somos nosotros mismos, imaginarlo resulta incomparablemente más aterrador y espeluznante.
Yo, que siempre he creído en la idea de que no debe haber espacio entre nosotros para los holgazanes, los pusilánimes y los cobardes. Si hemos alcanzado un lugar hegemónico en la historia ha sido porque hemos sabido expulsar a los débiles. Una bandera tan grande como para albergar a los pueblos del mundo. Un solo Dios verdadero. Un solo rey.
Pero esos ideales colonialistas y totalitarios no le durarán demasiado. El arrepentimiento va abriéndose paso hasta instalarse definitivamente.
En una fábula como esta, con una intención ética tan clara es inevitable caer en la moralina. El párrafo donde se habla de “caridad, “religión” y “patria”, del Evangelio con su lavatorio de pies etc. está saturado de ella. Un indisimulado maniqueísmo empeña la novela entera: no hay fisura en la maldad de los fuertes, a los débiles solo se les muestra como víctimas, no hay ningún rasgo más que se destaque de ellos. Este enfoque va en aumento a medida  que la señora Holman desarrolla su conciencia crítica.
“Vamos a esos lugares remotos del planeta y allí nos establecemos, tanto da si en desiertos o junglas, como si siguiéramos en nuestras campiñas. Al principio embelesamos  a los indígenas con oropeles y ellos nos traen yuca o café. Más tarde les pedimos que nos lleven de la mano a la roca donde consiguen ese metal con el que perforan sus lóbulos. Luego metemos allí máquinas, capataces con látigos y los indígenas ya no salen a acariciar nuestras pieles blancas.”
Si esto recuerda a las colonias, veamos un fragmento que nos traslada, de algún modo, a las cámaras de gas:
“Cuando el camión está lleno, dos soldados suben la puerta, ajustan los cierres y palmean la caja. El motor arranca y una nube de humo negro es expulsada hacia el interior del templo. Todavía tarda unos segundos el camión en ponerse en marcha, metiendo, a base de acelerones, más humo en la nave. Tienen que dejar las puertas abiertas durante un buen rato para que el aire vuelva a ser respirable.”
Una ucronía más, que critica la realidad pasada y presente metaforizándola en un mundo paralelo. Interesante, amena, correctamente escrita y estructurada,  pero con intenciones e influencias demasiado evidentes. Creo que su lectura merece la pena, pero puede que el autor tenga que escucharse más a sí mismo y pensar un poco menos en la excelencia de su escritura para encontrar una voz propia que se le está empezando a resistir.

 También de Jesús Carrasco: Intemperie

2 comentarios:

Francesc Bon dijo...

Creo bueno para el autor que una segunda novela no genere la disparidad de opiniones de la primera. Le estabiliza en el buen sentido.

Montuenga dijo...

No estoy muy segura, Francesc. Puede que tengas más información que yo al respecto, pero me temo que la ausencia de polémica se debe a que ha pasado más desapercibido que el anterior. Por lo demás, sigue centrado en la técnica (incluyendo en ella al mensaje), y olvidándose de innovaciones y del aspecto más personal. Justo lo contrario de todos los que empiezan. Y eso, es bueno en un sentido y malo en otro. O sea, que sigue siendo una promesa pero no ha dejado de serlo.