miércoles, 22 de octubre de 2014

A. M. Homes: Ojalá nos perdonen

Idioma original: inglés
Título original: May We Be Forgiven
Año de publicación: 2012 (En España, septiembre de 2014)
Valoración: Recomendable





Una vez más, se presenta ante el público la supuesta gran novela americana. Sería interesante comprobar cuántas veces se utiliza anualmente este recurso, por mi parte, suelo ser escéptica, dejo que los ánimos se calmen y, solo cuando el tiempo lo avala, me permito abalanzarme sobre el libro. Con excepciones como esta, en que la curiosidad ha vencido a la cautela, no tengo ni idea de por qué.

Lo abro y me parece estar viajando en el túnel del tiempo. El lector que, en 1987, tuviese entre manos un ejemplar de La hoguera de las vanidades, en su primera edición y recién salido del horno, se sentiría como yo, más o menos. Las similitudes son muchas, empezando por las portadas, idénticas. Exagero. Esta vez el tono de amarillo es más suave y la ilustración muchísimo más naíf.  En un principio, el estilo de ambos, a pesar del filtro traductor, parecen bastante similares, descubrimos que el ambiente social, y hasta las personalidades que retrata, recuerdan bastante a la otra novela, en la que, utilizando como excusa (y técnica de marketing) un comienzo impactante, se produce una hecatombe que arroja al protagonista por un pronunciado precipicio, una bajada a los infiernos que constituye una pormenorizada crítica de todo lo que enfoca con su lente.

Pero las diferencias con Wolfe se acentúan a medida que vamos leyendo. Si los hechos desencadenantes produjeron en su momento esa sucesión de cascadas, en la historia de Homes generan una explosión que conmociona, en forma de ondas concéntricas, un extenso radio, afectando a personas, costumbres, vínculos, creencias, paisajes, posesiones, de forma que, allá por donde pasa, no volverá a crecer la misma hierba de antes.

Tomando como punto de partida un núcleo familiar (en realidad, varios), la autora construye un mosaico de tipos curiosos, tan poco convencionales como puede serlo cualquiera El puritanismo americano aparece aquí como una manta muy fina, cuyo desgaste deja al descubierto todas las incongruencias posibles. El adulterio –hecho reprobable, estigma social con repercusiones mucho más allá de la pareja– se muestra como la bomba de relojería creada por el inconsciente colectivo del americano medio. Que en este caso existe. Se llama Harold Silver y, además de protagonista absoluto de la trama, es el canal a través del que vemos cuanto pasa dentro y fuera de su mente.

Puede que ni siquiera sea el momento de realizar un análisis completo del significado de esta novela dentro del panorama actual. Lo que se juzga aquí es algo tan volátil como lo contemporáneo, que, por cierto, implica una responsabilidad enorme por parte de la novelista. Aparece aquí la actualidad más candente, conflictos éticos que leemos en la prensa como el abandono en que sigue sumido el Tercer Mundo, la creciente violencia cotidiana o la arbitrariedad de la justicia institucional. Pero también cuestiones que pasan desapercibidas: el papel de los héroes anónimos –desprovistos de toda épica– a la hora de suplir las lagunas del estado, el drama de tanta víctima ignorada o la ineficacia de muchas costumbres consideradas inalterables.

La consideraría, incluso, más compleja y menos sectaria que La hoguera. Pero a su autora le pierde la ambición. No se conforma con investigar consecuencias de actos, lo quiere abarcar todo, rebuscar en la trastienda de instituciones tan reputadas como los psiquiátricos, las residencias de ancianos o los internados de élite. Se atreve, incluso, a reinterpretar hechos ocurridos en la segunda mitad del siglo XX que hace tiempo pasaron a formar parte consolidada de la Historia. Cuando entra en terrenos –como Sudáfrica o el mundo adolescente– que quizá no domine demasiado, la narración hace (discretamente) aguas. Añade, además, subtramas artificiales, complicando innecesariamente la acción en un intento de mantener la intriga que solo produce incongruencias. También aparecen algunos cabos sueltos, como el episodio de la chica desaparecida, las idas y venidas de Amanda –cuya misteriosa implicación en el caso nunca acaba de aclararse– o ese inexplicable (e inexplicado) arreglo conyugal a tres.

Seiscientas cincuenta páginas en las que no se abandona el tiempo presente, tan difícil de mantener en novela pero que lo vuelve todo más inmediato y verosímil. Páginas que se liquidan en dos o tres tardes de lluvia, que atrapan por lo que cuentan, pero también porque Homes no se mete en florituras estilísticas. La prosa que utiliza es sencilla, eficiente, pero esto, que puede funcionar bien en la mera narración, resulta una técnica bastante burda cuando se trata de producir diálogos. La mayor parte de las conversaciones son planas, sin matices, casi automáticas, como si en lugar de personajes de carne hueso asistiésemos a la interacción de (dos o más) contestadores telefónicos.

No he leído otras obras de la autora, espero que no se dedique a escribir lo mismo una y otra vez. La opinión que me merecería esta novela sería distinta –muy inferior a la de ahora– por la sencilla razón de que no es igual explorar que repetirse.


También de A.M. Homes en ULAD: Música para corazones incendiadosLa hija de la amante

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajajaja, me ha encantado lo de la interacción de contestadores, genial! Sin haber leído la novela, me ha parecido muy fino el análisis de la trama, sus capas y la estructura que componen, todo ello sin espoilear lo más mínimo.

Enhorabuena por la reseña.

Un saludo. Carlos.

Montuenga dijo...

Muchas gracias, Carlos. Si te decides a leerla, sería interesante conocer tu opinión.
Buenas lecturas

Escotomo dijo...

Una novela muy interesante sin duda alguna. Bien escrita, te atrapa con el ritmo de los acontecimientos, enlazándolos sin dejar apenas respirar. Y dicho esto, una pegas: La inverisimilitud de las vivencias de esta curiosa familia, véase la hiperactividad que acompaña al protagonista después incluso de superar un ictus. O el uso de ciertas muletillas en exceso como pueden ser las descripciones gastronómicas que abundan en el libro.
Buen libro, pero muy lejos de ese mito que se podría venir a llamar la gran novela americana, mito que gira últimamente en torno a la familia disfuncional como único argumento. Lejos porque quizá le falta alguna trama vertebradora con algún desenlace (el asunto Nixon lo podría haber sido) haciéndola inferior a otros libros como por ejemplo Karoo de Steve Tesich, otro ejemplo de familias americanas.
Un saludo

Montuenga dijo...

Efectivamente. Yo hablo de querer abarcarlo todo, de complicar artificialmente la trama para mantener la intriga generando así incongruencias, lo que viene a ser lo mismo dicho con otras palabras. Aparte de otros "problemillas" que también menciono. Coincidimos también en que, a pesar de todo ello, resulta interesante.
Sí, probablemente le falte vertebración. Todo ese trajín, sin llegar a convertirlo en una sucesión de anécdotas, lo deja a medio camino entre eso y la novela fundamentada y compacta. (Que ¡ojo! puede ser híbrida o experimental sin perder esas cualidades, no estoy hablando de nada convencional sino de trabajar bien las costuras para que no se deshaga el traje).
Un saludo y gracias