Título original: Caro Michele
Año de publicación: 1973
Valoración:
Recomendable
Hay
novelas que parecen transcurrir como los días, párrafos enteros en los que nada
de lo que se dice es demasiado importante, donde banalidad y rutina campean a
sus anchas. Platos sobre la mesa, un escalón, una mancha, la vida cotidiana con
sus pequeños contratiempos y su tedio inevitable. Pero, tal como Lenon expresó
en una frase memorable, la vida no es más que eso y todo lo demás artificiosas abstracciones.
De ahí que este tipo de relatos sean los que, finalmente, se quedan más tiempo
en la memoria.
A Querido Miguel se le ha clasificado
como epistolar pero emplea también otros recursos. El primero hace de núcleo central
que cohesiona y marca el hilo del relato, las incursiones narrativas, que
aparecen sobre todo al principio, sirven para impedir que se fuerce demasiado
el contenido de las cartas. Ambos procedimientos van reflejando el transcurrir
de unas vidas anónimas, llenas de melancolía y nostalgia, tanto del pasado –que
aparece en ocasionales pinceladas– como de otro presente más feliz. En realidad,
ellos –no la nómina entera sino, precisamente, los que se dirigen al lector– desearían
mayor comunicación con los otros y canalizan esa añoranza en Miguel, quién,
paradójicamente y después de las gemelas, más indiferencia muestra por la vida
de familia, el que de verdad quiere volar por su cuenta siendo, no obstante,
objeto de la preocupación de casi todos. Su vida, que de lejos se adivina
apasionante, intriga a los lectores a la vez que provoca en familiares y amigos
envidia e inquietud.
El
protagonista lo es de una forma atípica pues ya hemos visto que la historia no
se centra en él. Sus andanzas permanecen en penumbra como él mismo reconoce en
una carta –donde viene a decir que ninguno de ellos puede opinar sobre su vida ya
que lo desconocen todo y se sorprenderían si supieran la verdad–, se insinúa la
relación con personas o grupos delictivos, tenencia de armas, una huída
intempestiva, cierto compromiso político, de todo lo cual deducimos que
pertenece a un grupo terrorista. El desenlace avala esa hipótesis. Pero la
razón del protagonismo de Miguel está en que sirve de aglutinante de los otros
personajes; es quien estimula la preocupación e impotencia maternas, una ayuda
fraternal eficiente, las vacilantes tentativas de aprovecharse de él por parte
de Mara o la sincera amistad de Osvaldo.
La
acción transcurre durante más o menos un año en Roma a principios de los 70. De
allí Miguel huye a Londres donde mantiene una vida errática: en un principio
continúa con sus actividades clandestinas aunque poco después, intuimos, trata
de ocultarse trabando relación con gente muy distinta y más tarde se traslada a
Bélgica donde, parece ser, se planea un atentado. Pero el lector continúa en el
escenario del principio acompañando a la familia que sigue apareciendo en primer
plano.
Hay
personajes que están trazados con una maestría excepcional, la madre, por
ejemplo, su radical soledad, la incapacidad para comunicarse, una obsesión
por el hijo ausente tan irrelevante como agónica. O Mara, la alocada chica que acaba
de dar a luz e insinúa que Miguel es uno de los padres posibles; un personaje que
no asume sus errores, que ni siquiera sabe cuidar de sí misma y lo espera todo
de los otros, verosímil, sobre todo, por el radical absurdo en que vive, pues
así somos las personas, incoherentes, irresponsables y volubles, y es esa
sensación de déjà vu lo que nos hace
sonreír de sus cartas. O Angélica, eficaz, resolutiva, de las cuatro hermanas
de Miguel, la que adquiere mayor protagonismo, tanto por su temperamento activo
como por la complicidad existente entre ellos.
Las
relaciones familiares (el término familia entendido en su sentido amplio:
vecinal, de compañerismo etc.) acabaron convirtiéndose en el asunto central de
la autora. De ahí que, tanto el argumento como la manera tan sensitiva de
abordarlo, le fuera como anillo al dedo a Martín Gaite, quien tradujo esta
edición y se nota, pues supo trasladar al castellano ese toque intimista y
coloquial tan característico de su propia
obra narrativa y tan cercano a la idiosincrasia de Ginzburg.
La
obra fue llevada al cine con el mismo título por Mario Monicelli en 1976. No he
podido verla pero he leído buenas críticas. El guión no parece ser del todo fiel
a la novela, aunque sí convenientemente adaptado a la pantalla con el fin de sacar
de la historia el mejor partido posible.
También de Natalia Ginzburg en ULAD: El camino que va a la ciudad y otros relatos / Las palabras de la noche, Valentino, Así fue, Sagitario
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1 comentario:
Muy en el estilo de Ginzburg. Novela corta muy bien escrita. Sin concesiones. Desde luego, recomendable.
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