Idioma original: inglés
Título original: The love letters of Dylan Thomas
Fecha de publicación: 2013
Valoración: Recomendable
En marzo de este año nacía Siberia, el nuevo sello editorial independiente, que tal y como indicaba su directora Iria Rebolo en una entrevista otorgada al Diario de León, tiene como objetivo dar la vuelta al nombre de la fría región rusa donde en la época de Stalin se construyeron campamentos para castigos y trabajos forzados, y buscar con los libros una zona cálida y de aislamiento.
De ahí que, en busca de esa calidez, el tema de uno de los primeros libros publicados por Siberia sea el amor, un amor herido e hiriente, violento, ilimitado, sangrante, extremo, vivo, expresado por el poeta galés Dylan Thomas en sus cartas.
Estos manuscritos publicados por primera vez en castellano nos ofrecen un retrato más o menos real de una de las grandes figuras de la poesía del siglo XX. Digo más o menos real porque, al fin y al cabo, su autor era consciente de que al otro lado había un público muy selecto y exigente al que a menudo debía camelar, convencer o pedir disculpas; sus amantes. Con esto no quiero decir que sus palabras o sus promesas no fueran sinceras, es simplemente que, a lo largo de la lectura, hay ocasiones en las que no sé hasta qué punto no redunda en la exaltación de sus sentimientos o llega a ser consciente de ello. Volátil, loco de amor, un día dirige una carta de amor a Elizabeth Reitell y otra a su esposa y gran amor Caitlin Macnamara. Y pienso en Caitlin y siento lástima al plantearme cuánto debió sufrir al lado de Thomas y cuánto sufrió él también en muchas de las ocasiones en las que se veía obligado a viajar lejos y a abandonar a su familia con el objetivo de impartir una charla en esta o aquella universidad o de declamar sus poemas en una ciudad lejana.
¿Y qué sentirían a su vez Pam Hansford Johnson, Wyn Henderson, Emily Holmes Coleman o Elizabeth Reitell, la última persona que vio consciente a Dylan antes de que se bebiera, en la taberna White Horse, los dieciocho whiskies seguidos que le produjeron el colapso que finalmente acabaría con su vida? Me gustaría escuchar, leer la opinión que ellas tenían al respecto. Creo que a la edición le falla eso, la voz de ellas. Sabemos qué pensaba o sentía él, pero, una vez que las cartas de Thomas logran que sigamos los impulsos de su pluma como perros babosos, nos quedamos con ganas de saborear la otra parte del botín.
¿Y qué sentirían a su vez Pam Hansford Johnson, Wyn Henderson, Emily Holmes Coleman o Elizabeth Reitell, la última persona que vio consciente a Dylan antes de que se bebiera, en la taberna White Horse, los dieciocho whiskies seguidos que le produjeron el colapso que finalmente acabaría con su vida? Me gustaría escuchar, leer la opinión que ellas tenían al respecto. Creo que a la edición le falla eso, la voz de ellas. Sabemos qué pensaba o sentía él, pero, una vez que las cartas de Thomas logran que sigamos los impulsos de su pluma como perros babosos, nos quedamos con ganas de saborear la otra parte del botín.
Otras veces, su humanidad y dulzura presentan un retrato sincero del amor, de las relaciones: Qué terriblemente fácil es resultar herido. A mí me hacen sufrir a diario las cosas más nimias y sutiles. Uno se pone la coraza todos los días pero el verdadero yo, el herido, sigue en el interior oculto a la mirada de los demás. Si me quito la armadura no dispares, querida mía. [...] No sé lo que significa la frase <<te quiero>>, sólo sé que lo hago. [...] nos encontraremos y yo seré feliz de nuevo, y trataré de hacerte feliz, y de no hacerme el listillo [...] trotaremos juntos, haremos cosas, nos comprometeremos con Ellos, la gente, encontraremos un lugar con baño y sin cucarachas en Bloomsbury, y seremos felices allí [...] Ya sé que no somos santos, ni vírgenes, ni lunáticos, conocemos también la lujuria y las bromas de servicio público y a la mayoría de la gente sucia, sabemos coger autobuses y que no nos timen con el cambio, y cruzar carreteras y decir frases muy serias, pero nuestra inocencia es inmensa, y nuestro aún más profundo y vergonzoso secreto es que nos da igual no saber nada. [...] Siento tu corazón constantemente.
Asistimos a la evolución de un personaje que ama, bebe y escribe sin moderación. Llora, se queja, ríe y evoca. Y llena sus textos de vivencias y de imágenes extrañas que rompen con todo y sirven ya como muestra de la genialidad que desplegará luego en sus poemas. Así, al igual que lo hace con sus amantes, Thomas encandila y enamora al lector. Y digo que enamora porque no sólo expresa sus emociones hacia las destinatarias de sus cartas, sino que se posiciona también frente a la vida, la sociedad y tiene la capacidad de burlarse de todo en mitad de la catástrofe, de desmitificarse a sí mismo del mismo modo que desmitifica el poder de la palabra. Y esto, atrae: Si fuera algo más parecido a Apolo sería distinto, pero me temo que no paso de ser más que una personita despeinada [...] Las nubes cubren el cielo como una manta que se ha puesto sobre un piano para evitar el polvo (qué presuntuoso soy). [...] Llena tu calavera como si se tratase de una cazuela con semillas de mijo. Cada una de esas semillas será un grano de verdad y las semillas que se unan harán surgir una respuesta. (Soy un gilipollas.) [...] ¡Palabras! ¡Frágiles palabras! ¡Qué sucias copas pueden llegar a ser! [...] Siempre he pensado que donde las clases altas hablan de pechos las clases obreras hablan de tetas.
Resulta interesante también la manera en la que ve la poesía, puesto que muchas de sus opiniones pueden trasladarse al momento actual sin resultar anacrónicas: Por esa misma razón me rebelo contra el título de <<Poet's Corner>>. Hubo un tiempo en que sólo se llamaba poeta a los poetas, pero hoy en día se le llama poeta a cualquier persona que se atreve, con un conocimiento insuficiente de la lengua inglesa y una cursilería propia de Marie Corelli, a esparcir dos o tres imágenes <<brillantes>> en forma de verso. Ni siquiera tienen la decencia de ocultar sus excrementos en un lugar privado, sino que buscan un <<rincón>> público para mostrarlos. (La metáfora es vulgar, espero que no le moleste). [...] todo aquello en lo que he puesto mi fe parece contradecirse por completo, pero he puesto mi fe en la poesía, cosa que no pueden decir muchos poetas. [...] Más que un poeta, soy un maniático de las palabras, ésa es la verdad, no creas que me compadezco de mí mismo. Y un maniático de las palabras, no es un poeta, ésa es la triste realidad.
Por último, volviendo a la labor editorial, me gustaría destacar que la calidez y el amor se reflejan también en el modo de encuadernar el texto, en la elección de un prologuista como Andrés Barba, en el papel escogido para las tapas y, a fin de cuentas, en la exquisitez y el gusto por acercar a la calle la misma belleza que se aprecia en las palabras de Dylan Thomas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario