miércoles, 27 de enero de 2010

Hans Magnus Enzensberger: En el laberinto de la inteligencia

Idioma original: alemán
Título original: Im Irrgarten der Intelligenz
Fecha de publicación: 2007
Valoración: está bien

¿Perteneces, oh lector, a esa multitud de personas que han sido sometidas en algún momento de su vida a un test de inteligencia? Muchos colegios e institutos los han usado hasta hace poco para orientar la suerte futura de sus alumnos y en la mayoría de trabajos algún tipo de prueba psicométrica muy similar sigue siendo un filtro de selección. Yo he tenido la suerte de librarme de tales ordalías, pero, aún sin padecerlas, siempre me han causado mucha desconfianza. Creo que cualquier de esos test dice más de la cortedad de miras del examinador que de la inteligencia del examinado. Este ensayo no ha hecho sino reafirmar mi convicción.

Parece muy necesario recordar la parte tenebrosa de algo tan cotidiano y neutro, que podemos hacer por diversión en miles de páginas web, suplementos semanales, etc. Recordar, por ejemplo, que uno de sus primeros usos fue la selección de oficiales entre los soldados del ejército de EE.UU., allá por la I Guerra Mundial, o que los principales defensores del test han acariciado ideas como la eugenesia o la superioridad de unas razas sobre otras. Enzensberger lo hace, y no sin cierto humor.

Merece la pena verle desmenuzar uno de los libros divulgativos de tests con mayor éxito, que pretende medir la inteligencia de los lectores haciéndoles preguntas sobre capitales, estrellas de cine y problemas aritméticos. Por citar sólo una objeción a estos criterios, cabría aducir que tienen un sesgo ligeramente (sólo ligeramente) occidental... ¿Qué concluiría un inuit de Groenlandia -se pregunta Enzensberger- si tuviera que medir con sus propios criterios la inteligencia de cualquiera de nosotros?

Hay que concluir que somos demasiado estúpidos para saber qué es la inteligencia. De ahí el subtítulo del libro: Guía para idiotas. Por cierto, que el título original encierra una pequeña vuelta de tuerca que se pierde en la traducción: y es que el Irrgarten que se ha traducido como "laberinto" refiere a esas estructuras de setos diseñadas para desorientar al caminante y significa literalmente "jardín loco" (manicomio, por ejemplo, es Irrenhaus, "casa de locos"). Es decir, que Enzensberger no pretende decir que el de la inteligencia es un tema muy difícil y arcano en el que se introduce -como en un laberinto- con terror de neófito, sino, más bien, una tomadura de pelo, un campo de obstáculos diseñado por alguien con la perversa intención de que nos perdamos. Pues yo como que me quedo fuera, gracias.

También de Enzensberger en ULAD: Hammerstein o el tesónTumulto, Esterhazy

5 comentarios:

izas dijo...

A mí me hicieron un test de inteligencia en el colegio, cuando estaba en BUP, no exento de polémica. Cuando llegó la parte relativa al lenguaje y a las matemáticas, discutimos con nuestra tutora –pobre– y la psicóloga de turno –más pobre–, porque, en nuestra opinión, una persona inteligentísima podía no ser muy ducha en matemáticas. O en lengua. O en Naturales. Pero seguía siendo muy inteligente y no había forma de medirlo.

Creo que esta anécdota refleja el ejemplo del inutit del que hablas en la reseña. Y no nos vayamos tan lejos. Si nos hicieran ese test a mi abuelo y a mí, ¿quién sacaría mejores resultados? Pero, ¿quién sería más inteligente en realidad?

En mi opinión (y digo esto hablando desde el total desconocimiento. No soy psicóloga), ¿no sería una persona inteligente aquella que sabe salir adelante en el medio en el que vive y consigue adaptarse a otro al que se mude?

Santi dijo...

El colmo de este tipo de tests es uno que aparece mucho en internet, que dice: "¿qué número ves en la imagen?", y resulta que ese test no está hecho para comprobar la inteligencia, sino para detectar daltonismos... No sé si sabéis a lo que me refiero.

Creo que la única parte de la inteligencia que es efectivamente comprobable es la capacidad de deducción lógica, o sea, lo de "completa la serie" o "si p>q y q no z entonces...". Pero a estas alturas ya se sabe que esa es una parte mínima de lo que podemos llamar "inteligencia", y que de hecho una mayor inteligencia de este tipo no lleva necesariamente ni al éxito, ni a la felicidad. (Y si no lleva a ninguna de estas dos cosas, ¿para qué vale?).

Ian Grecco dijo...

Una cosa es la inteligencia, digamos, a secas (véase, en su máxima expresión, los niños superdotados) y otra la emocional. Y es esta última la que nos permite abrirnos paso satisfactoriamente en el mar de nudos que es la vida.

Si tenemos una buena dosis de ella, nos resultará más sencillo salir más o menos airosos de conflictos humanos de todo tipo; rodearnos de "buenas energías" allá donde vayamos;no tropezar más de dos veces con la misma piedra; transformar los "errores garrafales" en "interesantes experiencias", y un largo etcétera de técnicas para saber vivir bien como los animales sociales que somos.

Y bueno,contra la enfermedad y la muerte no se puede hacer nada, vale, pero sí hay diferentes formas de asimilar su presencia...

¿Quién no prefiere tener una alta inteligencia emocional que una alta inteligencia de la "otra"?

Jaime dijo...

¿Veis a lo que se refiere el bueno de Hans? En cada uno de vuestros comentarios manejais una definición distinta de inteligencia. Y que conste que ninguna me parece descabellada, pero precisamente ése es el problema, que es una noción demasiado ambigua, demasiado maleable: fácil material para estratificar a la gente según los criterios que uno tenga a bien justificar. De hecho, el libro llama la atención sobre el hecho de que hay muchas más palabras en nuestras lenguas para designar al que carece de inteligencia que al que la posee. ¿No nos dice eso algo? Al fin y al cabo, el que hace un test y el que está interesado en pasarlo, ¿no se cree él, que mide, por encima de los que lo tienen que hacer, que son medidos?
Y por eso en verdad os digo, raza de víboras: no juzguéis y no seréis juzgados.

(P.D. Lo de raza de víboras no va por vosotros tres, que me caéis muy bien.)

Maese Salakov _ dijo...

¿Quién no prefiere tener una alta inteligencia emocional que una alta inteligencia de la "otra" (llamémosla "lucidez")?

Schopenhauer y yo.