Fecha de publicación: 1986
Valoración: está bien
Empezar a hablar de cualquier tema agitando la etimología en la cara del lector puede parecer pedante, y quizá lo sea, pero también tiene su utilidad. Aquí es casi imprescindible recordar que "idiota" viene del griego ídios, 'propio', 'peculiar', y que los griegos le daban a esta palabra un sentido bastante distinto del actual. Idiota era el que se preocupaba sólo de sus propios asuntos, dejando de lado sus deberes de ciudadanía. Esta dejadez era una falta muy grave en las poleis, orgullosas de sus libertades. Aristóteles sostiene en la Política que los seres humanos vivimos en ciudades porque no nos bastamos a nosotros mismos: quien no puede vivir en sociedad o no lo necesita no es humano, sino una bestia o un dios.
Esta novela es la historia de un idiota, pero entendido precisamente en su sentido original. Si tuviéramos que colocarlo a uno u otro lado de la disyuntiva de Aristóteles, habría que decir que el protagonista se parece más a un dios que a una bestia. Su actitud es la quien no necesita a los demás y vive entre la gente como si estuviera solo. Desde el comienzo aprendemos, de su propia boca, que un solo móvil ha guiado su vida: la búsqueda de la felicidad. Pero no pensemos aquí en esa etiqueta -vaga y prestigiosa- que justifica la sumisión a los modos más comunes de vida prefijada. El protagonista no se propone ser feliz, sino saber en qué consiste ser feliz, investigar el contenido de eso que todos llaman "felicidad". Y lo hará en soledad total: en un itinerario que se cruza con muchos otros, claro, pero que parece discurrir de espaldas a ellos, en el orden solipsista de la reflexión.
Con estas premisas, puede imaginarse que el tono del libro es bastante abstracto. No sabemos el nombre del protagonista, ni tampoco podemos imaginarnos su aspecto, el de las personas que lo tratan o los espacios que habita. Pero supongo que todo esto es indiferente al propósito del autor, que construye algo así como un irónico esqueleto de Bildungsroman. Las personas y los espacios que aparecen (el colegio, la novia, el cuartel) no hacen sino actuar como catalizadores de los cambios que sufre el protagonista en su introspectiva búsqueda de la felicidad. Así, la vida universitaria le lleva al compromiso político, y la práctica efectiva de éste, al sexo. Durante la mili se hace un convencido filósofo y tras pegarse un tiro se vuelca en el arte. Toda circunstancia concreta que podría encarrilar una verdadera narración se gira de pronto sobre sí misma y se convierte en excusa para el ensayo. Eso sí, un ensayo demasiado grandilocuente que no se toma en serio a sí mismo.
Por momentos me ha recordado bastante a la Metafísica de los tubos, de Amelie Nothomb. Aunque en ese caso el que narra su propia existencia es un bebé, la ironía, la abstracción y la burla hacia las grandes revelaciones autobiográficas se encuentran en ambos libros. Es esa desdeñosa distancia hacia el propio género que se practica lo que dota a ambos libros de una agradable frescura y, al tiempo, de una negra aureola de desengaño. Una muestra de esto, para acabar.
Los padres destrozan a sus hijos haciéndoles felices; los amantes se destrozan entre sí haciéndose felices; los sabios se mantienen en una rigurosa ignorancia con el fin de hacer felices a los humanos; los poderosos explotan a los débiles para facilitarles la felicidad; y los artistas chapotean en ese delirio obsceno, buscando fragmentos en el mar de sangre, para exhibirlos en el museo con un cartelito que lleve su nombre.
Otras obras de Félix de Azua en ULAD: Venecia de Casanova
2 comentarios:
Qué buena la cita, sobre todo el final :) Si ese es el estilo de toda la novela, creo que voy a intentar encontrar un ejemplar...
Veamos, ¿quién que yo conozca puede tener un ejemplar de la novela? :P
Claro, ¡será un placer! Además es muy cortita y se lee de un tirón. El tono es ése, sí, bastante sarcástico...
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