jueves, 2 de septiembre de 2021

Joan-Lluís Lluís: Junil a les terres dels bàrbars

Idioma original: catalán
Título original: Junil a les terres dels bàrbars
Traducción: sin traducción en el momento de publicar esta reseña
Año de publicación: 2021
Valoración: recomendable

Hay veces (más de las que finalmente llevamos a cabo) que en la literatura hay que aventurarse a adentrarse en caminos menos conocidos, a terrenos más inciertos, a estilos o tramas que a priori no captarían nuestra atención con suficiente curiosidad para lanzarnos a su lectura. Pero Joan-Lluís Lluís, escritor de la Catalunya Nord ganador en 2017 del Premio Sant Jordi, merecía ser descubierto por este reseñista, pues la calidad del premio otorgado a su última obra hizo que entrara en la lista de futuribles autores. Y aquí estamos, con su más reciente novela.

De manera impecable y a la vez original, el autor inicia el relato con una suerte de prólogo, indicando quienes sean sus protagonistas y el porqué. Sin reparos se dirige al lector, evidenciando que pocos detalles se escaparán de sus manos, como si todo estuviera trazado según un plan ideado para llevarnos en esa travesía vital y física en la que acompañaremos a los protagonistas. Y, superado ese prólogo, breve, brevísimo, el autor arranca con un inicio realmente potente, con un lenguaje duro y contundente que nos sitúa en un marco familiar hostil y áspero, y un suceso que el autor nos recuerda y sitúa como punto de partida, pues «ambos, una noche de fuego, murieron del tiempo de antes y nacieron tal y como son ahora»; ese «ambos» engloba, aunque de manera no compenetrada, no inclusiva, la joven Junil y su padre, un padre escribiente público que se ve obligado a patrullar la ciudad, como todos los hombres, para defenderla de los ladrones. Y, en medio de una noche, cuando Junil tenía ocho años, se produce un incendio que acabará con la vida de su madre y sus hermanos. Así empieza la tragedia, para el padre pero también para la hija, porque «las hijas de ocho años son una molestia para un hombre que ya no tiene nada»; un solo motivo le impide abandonarla, pues «imperaba una regla más sorda y profunda, la de los murmullos y miradas de reojo, y sabía que era impecable». «Así nació el menosprecio» de un padre hacia su hija, en una época lejana, hace dos mil años, en la que el imperio romano se componía por esclavos y dueños y una chica de poco servía incluso sopesando venderla como esclava, pues sabía que de hacerlo «se arrepentiría. Si conseguían vivir dos o tres años más, Junil podría prostituirse y habría valido la pena la espera». Así arranca la novela y nos lleva a ese entorno familiar cerrado, opresivo, claustrofóbico, que se encierra en sí mismo incluso más aún cuando su padre encuentra trabajo en una librería y van a vivir con el dueño, obligándola a trabajar con él y por él, en tareas domésticas pero también en la librería, como una especie de esclavitud disimulada, porque «a su padre le gustaba que Junil llevara con ella esta olor de cola, es la marca de su docilidad, como si llevara un collar de esclavo». 

El autor demuestra ya en las primeras páginas un dominio absoluto del ritmo narrativo y nos transmite una historia de extrema dureza, cruda, contundente, impactante, pero con un pequeño atisbo de esperanza. Ante la dificultad, la hostilidad, la brutalidad que manifiesta el padre, Junil lucha con pasión y valentía para cambiar una realidad impuesta, indeseada, que la encorseta entre cuatro paredes, pero que la cola que usa para fabricar libros en el trabajo diario también la ata a un mundo de posibilidades infinitas, pegándose a las ideas adheridas a cada una de las páginas que ininterrumpidamente pega, una tras otra, con la sorpresa que «poco a poco los papiros ya no son el lastre de cada día; también llevan, a veces, el misterio y la gracia de las historias contadas». Y aquí el autor introduce uno de los puntos clave del libro: la narración, la literatura, la pasión por los cuentos y las fábulas. Y la poesía, como estandarte bajo el cuál narrar y transmitir, y llegar al interior de quién la escucha, la lee y la entiende.

Y, después una brillante escena, tensa, emotiva, impactante y perfectamente hilvanada, el libro cambia de registro y se convierte en una novela de exilio, de fuga, porque bajo el marco temporal del poeta Ovidio, desterrado por órdenes del emperador que además exige que se destruya toda su obra, también Junil se ve forzada a huir. Así, la novela cambia con la huida, transformando la opresión y encerramiento inicial en una novela abierta llena de posibles, convirtiendo a su vez los miedos que alberga por algo externo, desconocido y, justo por ello, también temibles. Así, Junil emprende una huida al norte, hacia tierras de los bárbaros, de quienes sólo habían oído cosas atroces y lo hace con la compañía de esclavos y el coraje impulsado por un miedo que no dejan atrás, que les persigue y les acecha, un miedo antiguo pero que también se transforma en un miedo nuevo ante lo que pueden encontrar delante de ellos. Una huida que se convierte en una quimera por una larga travesía, un peregrinaje hacia tierras que no solo les deben ofrecer paz, sino también la posibilidad de alcanzar el objetivo soñado.

Narrada con dinamismo, con un ritmo alto y capítulos cortos propios de las novelas de aventuras, el libro que ha escrito Joan-Lluís Lluís se envuelve de una atmósfera tensa, donde la incerteza y el desconcierto inundan el relato, y alentados por la necesidad imperiosa no únicamente de huir, sino también de llegar a un destino que les debe abrir, no solo las puertas a una vida menor sino también sus corazones y anhelos de ampliar conocimientos, el autor nos acompaña en un viaje en el que las aventura, la necesidad de comprender a los demás, la alteridad y un inmenso amor por la letras y por la palabra, nos lleva lejos y rápido por pasajes literarios acompañados de calidad literaria sin ralentizar en ningún momento la lectura. Así, lo que un principio era una novela de oscuridad y opresión, se abre ante los ojos del lector y se convierte en una apertura vital y territorial, envolviendo el viaje con un canto a favor de las lenguas y la diversidad de las mismas y a la necesidad de las traducciones y los intérpretes para ampliar conocimientos y formas de vida y pensamiento. 

A nivel estilístico, bien es cierto que, personalmente, encuentro el primer tramo soberbio, impecable y superior al resto, pues en él Joan-Lluís Lluís desborda calidad por la crudeza del relato, pero el talento del autor consigue que su transformación posterior para encaminarla a una obra de aventuras en tierras de bárbaros y maleantes no sea forzada, sino que fluya de manera natural, de manera similar a como evoluciona la vida y la fortuna de aquellos que dejan su tierra para alcanzar, no el paraíso sino, simplemente, la libertad física y espiritual. La manera de narrar del autor desde la distancia, describiendo situaciones como si las viera de lejos acercándose a un relato dramatúrgico, explicando el relato de manera casi aséptica, sin tomar partido, le sitúa en un plano algo apartado y, juntamente con la introducción de nuevos personajes que se unen a los iniciales en su travesía hacia tierra mejores hace que se diluye la potencia inicial de la trama y pierda algo de fuerza, intensidad, impacto. Aún así, la historia se sostiene perfectamente por su hermoso canto a favor de las fábulas y las historias contadas, de los cuentos que se transmiten a través de la oralidad, de quien los conoce, sabe narrarlos y también de quien disfruta con escucharlos, aprenderlos y memorizarlos. La historia se sitúa en una época remota, donde las historias perduraban y se extendían a través de la voz y se aprendía por interés y por la pasión a unas palabras que conmueven, a unas historias que atrapan, a narraciones que enseñan tradiciones y costumbres.

El autor nos habla del poder de las lenguas y de su constante evolución, pues la lengua que entre todos construyen «es una mezcla en la que ninguno piensa en ella como si se tratara de una lengua entera, y por ello no le dan ningún nombre, una lengua mixta que se decanta hacia el imperio o hacia los bárbaros en función de quien hable, y que nunca no llega a ser la misma (…) es parecida a una pared hecha de ladrillos, paja, huesos, piedras, conchas y lo que sea que le permita sostenerse enderezada». Y esa amalgama que la compone la forman los viajantes conformados por un grupo de personas que viven en los márgenes de la sociedad, gente que no tienen nada que los lleve a desear atarse a una tierra que les rehúye, pero sí a un grupo de personas que, como ellos, poco tienen. Les une su marginalidad, su desarraigo, y una voluntad que les permita, a través de las palabras y la solidaridad, llegar a un destino aunque sea del todo incierto. Es el camino lo que les une, su día a día, no un futuro del que poco esperan, pero que justo sirve para espolearlos en alcanzarlo.

De esta manera, esta novela trata sobre el exilio, sobre el destierro, sobre la compañía y la solidaridad. Y sobre la importancia de los cuentos y las fábulas, transmitidas de manera oral. Situada hace dos mil años, en un lugar indefinido del imperio romano, cerca de la frontera, en una sociedad con la mujer relegada a un lugar muy secundario y donde conviven esclavos y amos, con Ovidio exiliado, faro y guía de la aventura a la que los protagonistas y aquellos que se adhieren a la aventura intentan alcanzar. Y Junil, protagonista principal, femenina, una mujer en época de bárbaros, empoderada y osada, líder por sus habilidades y temperamento, aunque sin pretenderlo. Porque, a pesar de todo, ella no pretender ser la protagonista, sino únicamente el vehículo de la historia contada, de todas las historias contadas, las auténticas protagonistas del libro y de la tradición literaria.

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