domingo, 21 de febrero de 2021

Camilo José Cela: San Camilo, 1936

Idioma original: castellano

Título original: Vísperas, festividad y octava de San Camilo del año 1936 en Madrid

Año de publicación: 1969

Valoración: Recomendable


Sobre Camilo José Cela y su personaje hemos hablado ya aquí en varias ocasiones, así que dejaré de lado ese aspecto. Centrándome estrictamente en su faceta de escritor, hay algo que me llama la atención y que en mi opinión engrandece su mérito, porque es una cualidad no demasiado habitual: su capacidad para tocar palos bastante diversos desde el punto de vista formal, como esos (no muchos) actores difíciles de encasillar que poseen registros muy diferentes. Al menos en una etapa inicial (pero muy amplia), Cela brilla primero con el tremendismo de Pascual Duarte (una poderosa vuelta de tuerca a cierto realismo rural), se aproxima a la prosa poética y algún grado de experimentación estructural (Pabellón de reposo), construye un interesante modelo de novela coral (La colmena) y se pasea por el intimismo de un monólogo femenino (Mrs. Caldwell habla con su hijo), además de alguna obra más que no conozco pero que, por referencias, creo que también incorporan elementos muy alejados de los anteriores. O sea, interesante versatilidad, desde luego con mayor o menor acierto según los casos, y sin que pueda afirmar si continuó más allá de los años 70 del siglo pasado porque no he leído nada de él posterior a esas fechas.

Con esta pequeña chapa pretendo ubicar mínimamente la novela de hoy porque, como veremos, presenta también algunas cosas novedosas en la carrera del escritor junto con otras que entroncan con títulos anteriores, y parece servir de punto de apoyo a la apuesta por lo más arriesgado y hermético que vendría poco después con Oficio de tinieblas 5.

El San Camilo es una narración situada en unos pocos días anteriores y posteriores al levantamiento militar de 1936. El escenario es el Madrid de los prostíbulos y las aventuras sexuales, gente corriente vista desde la perspectiva de lo que a veces se conocía como ‘vida privada’, el encuentro de los amantes en un meublé, el respetable caballero que tiene su entretenimiento semanal en el burdel, los estudiantes que buscan desahogo, las hermanas que no pierden ocasión de explayarse. Un enorme mosaico de decenas de actores en el mercado, remunerado o no, del sexo, dibujado con precisión un poco al estilo de La colmena, sin dejar que ninguno cobre protagonismo, como si no interesasen sus circunstancias personales (profesión, clase social) sino su simple presencia para componer ese cuadro. No hay tampoco sordidez ni violencia ni crítica. Es un telón de fondo de gentes que viven ese aspecto lúbrico de la vida con naturalidad y cierta despreocupación.

En ese bullicio multitudinario (que puede llegar a saturar al lector, es cierto) se empieza a colar la realidad histórica de los acontecimientos que precedieron a la sublevación del 18 de julio, y ahí, como una grieta cada vez más inquietante y profunda, contemplamos los dos crímenes tradicionalmente considerados como desencadenantes inmediatos de los acontecimientos: el asesinato del teniente Castillo y, poco después, el de Calvo Sotelo. Asistimos a esos acontecimientos desde fuera, como si fuéramos parte de ese gran elenco del Madrid nocturno, simples espectadores de hechos terribles pero que todavía se perciben como lejanos. Porque sobre ese frenesí de polvos y magreos se extienden con rapidez el temor y la incertidumbre frente al ambiente cada vez más enrarecido de las calles, y la vida alegre –una especie de Belle Époque cutre- se empieza a teñir de gris. El tono es cada vez más oscuro cuando llega a conocerse la insurrección y se multiplican las noticias contradictorias sobre su éxito o fracaso, el apoyo de unos u otros altos mandos, o las decisiones (o indecisiones) del Gobierno. Con la mecha de la guerra ya encendida, el asalto al cuartel de la Montaña es el punto donde confluye el destino de buena parte de esos personajes, unos en un bando y otros en el otro, y algunos simplemente arrastrados por las circunstancias, con aquella vida disipada como tragada por un enorme desagüe.

Con estos pocos episodios concentrados en escasos días, asistimos al derrumbe de aquel mundo que, aunque imperfecto, representaba la cotidianeidad que ahora se resquebraja, la irrupción del enfrentamiento y la muerte como seguramente nunca lo pudieron sospechar aquellos personajes. Porque en definitiva son ellos los protagonistas del libro, no seres anónimos sino simples ciudadanos con sus identidades y sus trayectorias, aunque su misión parezca reducida a componer el decorado en el que insertar la tragedia de la guerra. En medio de todo ese material, disperso pero colectivamente uniforme, encontramos retazos del monólogo interior de un joven (quizá el propio Cela, que pronto sería movilizado) que se enfrenta a un espejo, reflexionando sobre sí mismo y su destino. En cierto sentido con un claro eco de la ya muy lejana generación del 98, con la recurrente alusión al sinsentido del enfrentamiento y la fatalidad de un país que parece siempre abocado al desastre. 

El esquema está muy conseguido, con una dosificación casi matemática de cada personaje para que ninguno descompense el conjunto, y la incisión progresiva de los acontecimientos que en poco tiempo van a cambiar sus vidas, o directamente a acabar con ellas. Y desde el punto de vista formal, en esa especie de búsqueda de nuevos espacios narrativos a la que me refería al principio, parece que Cela se apunta a la corriente de experimentación que en España habían desarrollado Martín-Santos, Goytisolo o el primer Guelbenzu, por ejemplo, aunque ciertamente con unos cuantos años de retraso. En realidad, al margen de la laxitud en el manejo de los signos de puntuación y de ese ritmo en aluvión, los riesgos que asume tampoco son demasiado importantes, y el libro permite una lectura convencional sin ningún problema. En este sentido, digamos que Cela llega tarde a la modernidad y lo hace, de momento, con bastante contención.

No deberíamos dejarnos influenciar por prejuicios ni intimidar por el aspecto monolítico de las páginas, ni siquiera deberíamos dejarnos vencer por la un poco cansina carga sexual (y, no sin cierto esfuerzo, hasta se le pueden perdonar arranques de homofobia rampante). Desde luego tiene defectos, pero en general San Camilo, 1936 me parece un buen libro, diferente, relativamente atrevido y que ofrece una perspectiva interesante de esos episodios históricos decisivos que hemos visto relatados de tantas formas y con tan variadas intenciones.

P.S: Por cierto que, aunque el santoral no es precisamente mi fuerte, creo que la festividad de San Camilo de Lelis es el 14 de julio, y no el 18 como dice Cela. Bueno, tal vez una pequeña licencia literaria.

Otras obras de Camilo José Cela en ULADLa colmenaPabellón de reposoLa familia de Pascual Duarte

9 comentarios:

1984 dijo...

Magnífica reseña. Sin duda, San Camilo es de las mejores novelas de Cela, con su acercamiento experimental a los prolegómenos de la guerra civil en Madrid examinándolos, como a través de un ojo de cerradura, mediante un costumbrismo satírico entre escéptico y sexual, marca de la casa. Es la irrupción como un vendaval de la historia y sus tragedias dentro de la intrahistoria de unos seres comunes y corrientes, casi cómicos de puro vulgares. En "La colmena" el mundo de postguerra que se pinta era miserable y trivial: todo son mezquindades para comer, joder o refugiarse del frío. La Historia pasó por encima de los microprotagonistas de la novela y los machacó. Quedan solamente la pobreza, el miedo y la desilusión. "Comer, reproducirse y destruirse", como escribe Cela. Sin embargo, en "San Camilo" es la épica guerrera de unos y otros la que destruye la vida vulgar y predecible de la gran mayoría anónima, que se contenta con eso, con vivir, porque lo otro es muerte. Cela deja claro que esa épica es criminal y destructiva, pese a tanto sacrificio individual, y que no conducirá a nada bueno. La consecuencia de "San Camilo" es "La colmena", aunque hubiera sido publicada 18 años antes: como decía Víctor Hugo, tres días de fuego conducen a treinta años de humo. Esa es la moraleja, creo yo, si es que la hay, de don Camilo, un conservador inteligente.

Ideológicamente, San Camilo entra de lleno en el discurso de reconciliación nacional que ya era común en 1969, tanto entre los exiliados como entre los franquistas menos fanáticos. "Todos fuimos culpables", por decirlo con el título del importante libro de memorias de Vidarte. Cela lo repite un tanto machaconamente en su novela: hay que concentrarse en los placeres de la vida, el sexo sobre todo, olvidarse de mesianismos políticos, y apostar por la moderación y la convivencia. La dedicatoria de la novela es lapidaria en ese sentido: "A los mozos de reemplazo del 36, todos perdedores de algo etc..." Se le ha criticado por su deseo de ecuanimidad. Creo que, oportunismos de Cela al margen, su novela, literariamente buena, era también oportuna para la generación de los 60, que, inmersa en el desarrollismo, quería olvidar la tragedia, y lo sigue siendo en la actualidad para cualquiera que rechace las guerras, los fundamentalismos y las soluciones milagrosas.

Saludos cordiales.

Aitor dijo...

Muy rec

Aitor dijo...

Muy recomendable. Una pena que el personaje haya eclipsado en gran parte su magnífica obra. Que a veces se nos olvida que ganó un Nobel no menos merecido que el de otros muchos. San Camilo está muy bien

Carlos Andia dijo...

Sobre el Nobel no tengo opinión, porque tampoco me interesan mucho los premios, pero parece inevitable que en el caso de Cela los prejuicios que podamos tener sobre el personaje nos condicionen en exceso la opinión sobre sus obras. Es lo que he intentado dejar de lado desde el primer momento.

Efectivamente, el San Camilo me parece un buen relato, explorando, al menos por la superficie, un estilo narrativo por el que otros ya avanzaron con mucha más decisión, pero desarrollado con buena mano. Y la estampa de ese Madrid hipersexualizado, aunque por sí misma resulte algo empachosa, es un buen fondo sobre el que introducir el temor y el desasosiego de los primeros compases de la guerra.

Un saludo y gracias por los comentarios.

1984 dijo...

A mí no me parece que el Nobel añada o quite ninguna gloria a Cela. Con o sin Nobel, Cela era un buen escritor. Un buen escritor muy irregular, eso sí, con demasiados artefactos meramente de encargo y hoy ilegibles. Son todos esos libros celianos con títulos estrambóticos que se han ido para no volver. Pero lo bueno de Cela alcanza la condición de clásico. Y no solamente "La colmena", "Pascual Duarte" o "Viaje a la Alcarria." San Camilo 1936 es una novela notable. Y algunos otros experimentos como "Oficio de tinieblas 5", "Cristo versus Arizona" o "Madera de boj", su última novela, son fascinantes, aunque nada fáciles de leer. Cela, quizá por los problemas que tenía para levantar personajes de carne y hueso, en general le salían caricaturas, se acabó concentrando en una literatura extraña y personal, experimental, fragmentaria, dinamitando la narración tradicional, y confiándose a una especie de collague hipnótico, reiterativo y obsesivo, pero nada desdeñable, alrededor de los temas de siempre: el sexo, la humillación, la violencia, el casticismo, el humor negro, el machismo, lo escatológico y el léxico raro. El personaje Cela era cómico, grotesco u odioso, según opiniones; la persona, a saber; pero el escritor, en mi opinión, era potente y auténtico.

Saludos cordiales.

Sandra Suárez dijo...

En julio de 1936 la vida de los españoles era quizá pequeña, pobre y mezquina. Pero el levantamiento militar les trajo un infierno, un sufrimiento infinitamente peor que cualquier mezquindad o pequeñez existencial.

Tod@s ell@s al unísono les habrían dicho a los Mola, Sanjurjo, Franco y demás "redentores" de la patria: "DÉJAME EN PAZ, QUE NO ME QUIERO SALVAR...".

Carlos Andia dijo...

Esa quiebra terrible es lo que deja ver la novela, y lo vemos desde la óptica de esos personajes a pie de calle que quieren convencerse de que será cosa de unos días, que volverá el orden y todo pasará... Algo muy humano cuando asoman acontecimientos cuyas proporciones escapan a nuestra comprensión.

Y seguramente, Sandra, sería mucha la gente que les hubiera soltado ese estribillo...

Un saludo, y gracias por el comentario.

Lupita dijo...

Hola:

La imagen de Cela no creo que me influyera en la percepción de sus libros, más que nada porque apenas recuerdo haber visto entrevistas o noticias de él. Mi madre me hablaba mucho de "Viaje a la Alcarria", que a mí no me emocionó especialmente (quizás lo leí con 13 o así), así como no he conectado en general con sus otros libros, que he leído por gusto algunos y otros por obligación. Recuerdo especialmente "Madera de boj", que cerré pensando que si el boj es la madera más dura del mundo, este libro era duro de leer y aburrido como dicha madera.

No sé qué es lo que no me llega, si los personajes poco dibujados, el gusto por la truculencia o que su personalidad tan fuerte- y que se transluce en los libros- no es afín a la mía. Reconociendo su importancia literaria y la calidad de sus obras, no es de mis favoritos.
También es cierto que casi todos los libros los leí entre los 13 y los 20-21 años.

Creo que San Camilo se merece una oportunidad.

Saludos

P.D: ¿No os pasó que en las asignaturas de literatura se presentaba el dúo Cela-Delibes como compañeros generacionales entre los que había que elegir? Quizás eso me condicionó más, porque por Delibes siento una enorme fascinación.

1984 dijo...

Siempre salen los dos, sí. O Cela o Delibes. Eran muy diferentes. Cela era un tipo arrogante, dado al desplante y que buscaba como fuera la popularidad; Delibes era discreto, callado y provinciano. Y su literatura también era distinta: novela realista y tradicional en Delibes, con personajes burgueses o de pueblo; en el caso de Cela, el gusto tremendista se mezcló con la experimentación técnica. En cierta medida, los dos eran nietos del 98, pero siguieron caminos distintos. Personalmente, prefiero a Delibes, pero admito que lo mejor de Cela es más arriesgado y relevante que la novela tradicional del vallisoletano.

Saludos