lunes, 21 de diciembre de 2020

Per Petterson: Hombres en mi situación

Idioma original: noruego
Título original: Menn i min situasjon
Traducción: Lotte K. Tollefsen (ed. en castellano) y Carolina Moreno (ed. en catalán)
Año de publicación: 2018
Valoración: recomendable

Reconozco que Per Petterson era uno de mis escritores noruegos pendientes. Y le tenía ganas desde que publicó «Salir a robar caballos» que, por cuestiones de aluvión inabordable de novedades, no acabé leyendo. Craso error que debo remendar. Y justo con esa espina clavada, recientemente el autor publicó este libro y, tras recordar mi laguna lectora, vi una definición en las redes que fue definitiva para mí: «señor nórdico torturado». Y claro, tras leer a Knut Hamsun, Karl Ove Knausgård, Stig Sæterbakken, Tom Kristensen y tantos otros, esta descripción hizo que mi curiosidad exigiera ser satisfecha urgentemente. Y aquí estamos.

Cabe decir que la biografía de Petterson se traslada parcialmente a esta obra, no como autoficción, pero sí como influencia, por similitudes, ya que el autor perdió gran parte de su familia en una tragedia naval poco después de publicar su primera novela y, del mismo modo, también su protagonista Arvid Jansen vive una situación parecida, pues sus padres fallecen y, además, en este caso, su mujer le deja al poco tiempo llevándose con ella a sus tres hijas. Así, Arvid podría ser un alter ego del propio Petterson, que aparece también en otras novelas del autor, aunque, más que como personaje en si, como elemento canalizador, como vehículo para transmitir sus inquietudes, pues la biografía del propio personaje presenta variaciones según lo que Petterson quiera tratar en la novela en cuestión.

Explicado el escenario vital que rodea la novela, el relato empieza situando a Arvid recibiendo la llamada de su exmujer Turid quien, encontrándose en un estado desolado y con cierta embriaguez, le pide si puede ir a buscarla. El trayecto hacia donde está ella y su posterior viaje hacia su casa permiten al protagonista informarnos levemente sobre lo sucedido en su caída matrimonial. Turid, que aguantó un año entero antes de dejarlo sabiendo que lo dejaría; un año juntos, aunque sin amor, que ella resume diciendo que «un día me desperté y ya no estaba enamorada de ti». Una relación cada vez más distanciada en la que ella «se comportaba como si yo no estuviera, como si ella estuviera tal y como pensaba que estaría, sin mí». Una distancia emocional que se agranda y se ensancha, que hace que ella «empezara a coger discos del estante que no eran mi música, ni eran nuestra música, sino la de los otros, música que había entrado en casa los dos últimos años por otra gente», en un hogar sin calidez que el autor retrata hábilmente afirmando que «allí dentro apestaba a vacío, como si hubiera habido alguien que ya no estaba. Hacía falta que hubiera habido alguien para notarlo tan vacío. No se me ocurrió que éramos nosotros». 

De esta manera, el autor va narrando episodios de su vida anteriores a la separación, con Turid y sus tres hijas, describiendo escenas de un matrimonio en decadencia, pero también una vez este ha terminado. Así, el relato, centrado en su vida, explora la relación con su mujer, pero especialmente con su propia vida, y con sus hijas. Es a través de su relación con ellas que vemos el otro lado de la balanza de su personalidad, donde la frialdad se convierte en calidez, donde la lejanía (incluso hacia él mismo) se convierte en proximidad, donde parece que todo encaja menos el escenario vital en el que se encuentra. Una harmonía que no encuentra lugar en su propia vida.

El estilo del autor nada entre la contundente dureza del abandono y la necesidad de auxilio emocional, y se abandona a su vez a un mundo que ya le parece lejano, frío, remoto, como si quedara a mucha distancia de donde él emocionalmente se encuentra; un estado de ánimo decaído que Arvid transmite al afirmar que «toda la oscuridad que yo tenía presionaba las paredes desde dentro (…) y no dejaba espacio para nadie más que yo». Perdido entre bares busca una respuesta a una vida perdida, despoblada, huérfano de destino y de futuro buscando consuelo entre botellas o entre los brazos de relaciones esporádicas condenadas de antemano a un fracaso asegurado. El autor sabe transmitir la soledad y abandono de uno mismo, el pesimismo que irrumpe de manera constante y presente en la vida con la que uno se encuentra, por accidente, pero que en el fondo sabe que es la vida que merece, pues, aunque siempre ha huido de ella, es su vida.

El protagonista se sabe perdido más que abatido y, a pesar de los esfuerzos, se sabe también incapaz de retomar un rumbo que perdió tiempo atrás y que sigue perdiendo cada día que pasa sin lograr enderezar una nave que va dando tumbos, pero dirigiéndose siempre hacia el vacío como destino. Hay alcohol, hay peleas ocasionales y fortuitas y hay perdición. Hay también intentos y voluntad, pero sin acierto ni convicción. Así, el libro refleja más un conjunto de escenas que una historia en sí, porque la historia narrada es más un estado de ánimo que una trama argumental con principio y fin, y eso es algo que le va ligeramente a la contra, pues, en ocasiones, se torna algo largo y repetitivo como se evidencia en la narración de sus múltiples aventuras amorosas en las que busca una y otra vez un lugar en el cual establecerse. Y, en esa cotidianidad narrada, en algunos pasajes uno encuentra un estilo y vivencias que le conducen directamente a los recuerdos de la obra de Karl Ove Knausgård, por el retrato de la especialmente en ciertos episodios sobre las hijas y su relación con ellas, una relación llena de impericia, poca destreza y una mano izquierda que busca sin logro alcanzar el objetivo de la confianza, aunque sin llegar a entrar a su nivel de detalle ni tampoco a su visceralidad y arrojo; aquí, el protagonista no es un ser torturado (o no lo es plenamente), sino, simplemente, y con toda la complejidad imaginable, es alguien que permanece completamente desorientado, con una crisis de masculinidad que provoca que no sepa encajar la pérdida de su mujer y de su antigua vida familiar. Un desencaje en su relación con sus hijas o su mujer, sobre sus seres queridos, ante los que no sabe cómo reaccionar o cómo hacerlo para conseguir unos objetivos que no siempre son claros, pero sí es consciente acerca de su necesidad en conseguirlos.

Petterson escribe sobre su personaje sin describirlo, dejando que sea el lector quien plasme sobre el protagonista su propio juicio; la habilidad de Petterson está en que, mientras uno lee el libro, da la sensación que el protagonista sabe que será analizado, siente que será juzgado (y puede que sentenciado) por alguien, ya sea alguien existente en el propio relato, ya sea el propio lector.  Y por ello, la sensación que queda siempre latente a lo largo de la narración es que el protagonista necesita buscar una justificación a lo que hace, llegando, simple y llanamente, una y otra vez, a la conclusión de que lo que ocurre es que no sabe hacerlo mejor ni de otra manera. Es su pesar. Es su tristeza. Es su tribulación. Es su condición. Es, probablemente, la naturaleza de hombres como él, de hombres en su situación.

También de Per Petterson en ULAD: Salir a robar caballos

12 comentarios:

Sergio dijo...

Ni idea de Petterson. Indagando un poco sobre su obra tengo la sensación de que merece la pena darle una oportunidad. Por eso y por vuestras dos reseñas en el blog. Gracias.

Susana dijo...

Que esté en el catálogo de Asteroide es buena señal. Y además la más famosa está en edición bolsillo por muy poco dinero aunque la portada echa patrás. Apuntado

Marc Peig dijo...

Hola, Sergio y Susana.
Me alegro que la reseña os haya despertado interés. La verdad es que yo he llegado a descubrirlo algo tarde, pero me ha gustado su estilo y enfoque. Caerán más libros de él, seguro, porque tiene un magnetismo que hace que quieras seguir entrando en su obra.
Los iremos comentando por aquí, y sí leéis este libro, espero vuestros comentarios.
Saludos, y gracias por vuestra aportación.
Marc

Anónimo dijo...

Petterson es bueno. Leí hace tiempo el de los caballos y me gustó. A ver si surge la oportunidad y leo este. No me importaría repetir

Marc Peig dijo...

Hola, Anónimo.
Yo también seguiré con este autor, promete momentos de lectura interesante.
Si lees este libro, espero tu comentario y a ver si coincidimos en las sensaciones.
Saludos
Marc

Carlos Andia dijo...

Leches, Marc, 'Menn i min situasjon'! Y por qué algunos pensábamos que el noruego es un idioma difícil? Si esto es una especie de esperanto!

Ahora en serio, estupenda y reseña y libro con pinta interesante. Saludos!

Marc Peig dijo...

Bien visto, Carlos. Habrá que probar con leer directamente de los originales noruegos ;-)
Muchas gracias por el elogio a la reseña y sí, el libro merece una lectura. Caerán más de Petterson, seguro.
Saludos
Marc

Dimas dijo...

Cuanta razón tiene Susana, mamma mia. La edición de bolsillo de Salir a robar caballos es cañera, posiblemente el último libro que compraría en un kiosko de Barajas, ya me entendéis. La encuentro en la librería, la ojeo ya en la calle y en la primera línea me parece ver la primera errata (me pueden las erratas), uffff. Pero no, “Los paros carboneros...” es correcto, así se llama también al carbonero o herrerrillo, por lo visto. Pensé que si nos equivocamos ya en la primera página, diciendo paros en vez de pájaros, vaya desastre de edición. Total, un bestseller horrible, del 2010 y por 8 euritos en la librería, pues qué leches quieres? Bueno, que cuando lo lea os doy mi opinión, no sé cuándo porque lo he puesto en cola... a ver si a finales de enero le doy cancha en mis vacaciones, esas que tengo que malgastar en casa por haber sido por una vez tan previsor en verano-otoño... Saludos a todos los blogueros de Un libro al día.

Marc Peig dijo...

Hola, Dimas.
Coincido en que la edición de bolsillo de “Salir a robar caballos” no es muy atractiva, pero, por suerte, parece que el contenido mejora mucho la portada. Lo leeré algún día y os contaré qué me parece.
Espero que si sacas algo de tiempo y puedes leerlo, nos des tu opinión.
Un saludo a
Marc

Dimas dijo...

Perfecto. Si me gusta, leeré el de tu reseña. La edición, esta sí, es preciosa. La hubiera comprado hoy, de hecho la he ojeado pero sorpresivamente tenían su primer éxito y hoy me ha pillado austero, ya ves.

Anónimo dijo...

Di con Petterson por casualidad. Salir a robar caballos estaba expuesta frontalmente en la balda de una librería, recién inaugurada, de mi ciudad. Me llamó la atención el título y el color verde de la portada. Lo cogí y lo ojeé, lo dejé, me fui a otro estante de clásicos, volví a por el libro verde manzana o verde agua o verde polvoriento. Libros del asteroide, traducido a más de cincuenta lenguas, su pasado como trabajador en una fábrica, su comienzo. Lo compré. Lo leí. Entré en su universo atormentado, pero limpio. Lo acabé de leer y me quedó una extraña sensación de vacío-lleno; la frase final me conmovió. Pensé en seguir leyendo a Petterson, en hacerme con toda su obra. Deseché la idea, decidí alejarme un tiempo de sus duelos nórdicos, pero hoy acabo de encargar «Yo maldigo el río del tiempo».

Marc Peig dijo...

Hola, Anónimo.
La verdad es que también debería animarme a leer algun otro libro del autor, pues este en concreto me dejó buenas sensaciones. Miraré a ver cuál escoger, puesto que "Salir a robar caballos" creo (por lo que dicen) que es su mejor libro y ya está reseñado en ULAD.
A ver si sacoi tiempo y me animo a ello.
Saludos, y gracias por tu comentario.
Marc