lunes, 7 de diciembre de 2020

Maryse Condé: La vida sin maquillaje

Idioma original: francés

Título original: La vie sans fards

Año de publicación: 2020

Valoración: Recomendable

 

Me pregunto si existe un modelo de vida que pueda considerarse ideal. Entre dos opciones extremas, ¿preferiríamos una existencia tranquila y protegida en una comunidad estable y relativamente cerrada dónde rodearse de seres queridos, amistades y conocidos de toda la vida o la impredecible y vertiginosa del que se embarca en todo tipo de experiencias, se mueve entre varios continentes, conoce a gente de todos los estratos, conversa sobre asuntos trascendentes y pasa una y otra vez de la opulencia a la miseria? Claro que, si ocurre esto último, probablemente no hablemos de un ser privilegiado sino de alguien sometido a marginación por el motivo que sea, en ese caso, más que de una persona de mundo estaríamos hablando de auténtico desarraigo, siempre involuntario y en ocasiones asumido inconscientemente.

Detrás de este título vamos a encontrar las confesiones de una escritora célebre, Maryse Condé (nacida Maryse Boucolon, 1937, Guadalupe, Antillas francesas). Personalmente, lo encuadraría en el género memorístico más que en el biográfico, pues una biografía conlleva mayor escenificación: de alguna forma, traslada al lector al lugar donde ocurre todo, aunque no tanto como la biografía novelada y mucho menos que la novela con base biográfica. Todas ellas representan diversos grados del (“no lo cuentes, haz que pase”) que se recomienda a un escritor primerizo. Las memorias, en cambio, se componen de narración pura, eso sí, mucho más exigente con la realidad que la mil veces mencionada auto-ficción. Aquí quien escribe se autoproclama protagonista de los hechos y eso le compromete a ser riguroso en nombres, acontecimientos y fechas. Ciertamente, callará y distorsionará lo que quiera o pueda pero, a no ser que presente una versión más convincente de los hechos, tendrá que limitarse a alterar cuestiones que no han llegado a hacerse públicas o solo las conocen unos pocos.

En La vida sin maquillaje encuentro dos facetas complementarias: por debajo de la aparente vida de leyenda, que muestra a una escritora de éxito elevándose por encima de su destino de mujer (negra y azarosamente pobre a causa de un embarazo precoz), surgen las confesiones más personales, esas que desvelan las huidas, estratagemas, mentiras, disimulos y hasta utilización descarada de personas para salir de situaciones que la escritora no cree merecer en absoluto. En este punto subrayo, por una parte, la autoestima que atesora a lo largo de su vida –y que ni su sexo ni su raza consiguen hacer decaer– y la capacidad de lucha subsiguiente, aunque deba usar métodos poco ortodoxos por no disponer de alternativas.

El título contiene también, en cierto modo, una confesión: que la primera parte de sus memorias, titulada Corazón que ríe, corazón que llora, embellecía demasiado sus recuerdos de infancia, y un propósito: desmaquillar sus recuerdos, tratar de ser objetiva al trasladarnos sus vivencias de adulta. Y la impresión de sinceridad –aunque preserve su intimidad y guarde la discreción imprescindible– es patente de principio a fin. Ese debatirse entre dos mundos: el mísero y el opulento, la intelectualidad y la ignorancia, su condición de mujer y sus aspiraciones de ser humano, la negritud y los valores de siempre, África y América, su razón y sus prejuicios, desvelan rasgos de Condé en los que podría reconocerse cualquiera. Aunque, si todos acumulamos contradicciones, las suyas parecen más extremas que la media. Ella lo explica muy bien: hija menor de una familia cuyos padres ascendieron del nivel más humilde a cierta relevancia social y holgura económica, mimada y educada para apreciar la buena vida, la cultura y las artes, incluso para ser consciente de su propia dignidad –aún a costa de un clasismo y una soberbia que ha acabado reconociendo– es rechazada por pareja y familia a causa de algo tan trivial como un embarazo juvenil. Para alguien que se quiere tantísimo, esto supuso, en cierto modo, un patinazo en lo que, esperaba, fuese un historial intachable, y tardaría mucho tiempo en aceptarlo. En ese momento comienza su lucha por integrarse, por llevar la vida que cree merecer, por compatibilizar la maternidad con bienestar, compañía y su necesidad de cultivarse intelectualmente, también por buscar su lugar en el mundo, ese que según creyó se encuentra en África, aunque su elitismo le conduce a un rechazo de todo lo que no sea la gente bien de los sucesivos países y a sufrir decepción tras decepción. Por fin, acaba cayendo en la cuenta de que nunca podrá ser aceptada por aquellos que ella no acepta previamente.

 

“Mi viaje hasta Abiyán podría compararse, salvando las distancias, con la primera salida de Buda, cuando se le revelan inesperadamente, la pobreza, la enfermedad, la vejez y la muerte. Yo solo conocía el mundo de los privilegiados. No tenía más experiencia que esa. En mis reiterados viajes por Italia, España o los Países Bajos, no hice otra cosa que visitar museos: en Londres lo mismo, fui allí para ver los museos y aprender inglés”.

“Mi primer contacto con África no fue ningún flechazo. A diferencia de los viajeros occidentales, no me quedé embelesada ni con los perfumes ni con los colores. Más bien me afectó la miseria de la multitud. Vi mujeres escuálidas que, sentadas en el suelo, exhibían a sus gemelos, trillizos, cuatrillizos ante los viandantes. Vi tullidos que se desplazaban arrastrándose por el barro. (…) Y, en un contraste perfecto, los hombres blancos, lozanos y bien vestidos, circulando al volante de sus coches”.

 

Esa inquietud constante la llevará a un matrimonio de conveniencia, a tener más hijos, a trasladarse de un país a otro, a sentir remordimientos por ellos, a depender de la ayuda ajena, a resignarse a ser violada por conocidos, a alternar con la flor y nata de la intelectualidad de cada país, a leer sin tregua, a aceptar trabajos bien considerados pero muy mal pagados, a conocer varios regímenes políticos por lo general dictatoriales, a palpar la corrupción e incluso a presenciar algún derrocamiento, a adquirir conciencia crítica primero y política después y, finalmente, a sentir la necesidad de  expresar todo esto por escrito. Así es, a grandes rasgos, como muchos años y multitud de vivencias más tarde, Maryse Condé acabará convertida en escritora.

 

Traducción: Martha Asunción Alonso

11 comentarios:

Anónimo dijo...

Al margen de lo que cuenta, te convence su estilo? De lo que he ojeado en la librería no es que no me convenza sino que no percibo nada especialmente interesante en su manera de escribir. Tal vez el Nobel alternativo que creo que le dieron me ha creado unas expectativas muy altas. Cuál es tu parecer?

Carmen dijo...

Hola, anónimo! Aunque la pregunta no va para mí, no me resisto a decirte que no he leído este libro pero sí "Corazón que ríe, corazón que llora" y me gustó muchísimo: emotivo sin ser sensiblero, sincero, divertido, descripciones precisas que te teletransportan adonde Condé quiere... Ojalá te animes a leerlo y ojalá te guste :)

Anónimo dijo...

Gracias. Decidido, en mi lista de urgentes. Ya te contaré cuando lo lea.

Diego dijo...

Yo también me permito comentar, por Condé.
La bruja de Salem es una novela Muy recomendable. Ágil, atrapante, con una Tituba inolvidable y una gran disertación, no del todo explícita, sobre el miedo de los blancos a los negros y de los hombres a las mujeres libres.

Antonieta dijo...

Gracias a todxs 🙏

Abraz🌀s

Gabriel Diz dijo...

Gran reseña Montuenga. Pasa a pendiente. No conocía a Condé.

Saludos

Montuenga dijo...

Hola. En la reseña hablo de varios modos de aproximarse literariamente al pasado y establezco una escala. Ahí está la respuesta a tu pregunta.
Las memorias son, como digo, las más someras, las menos detalladas, las más "a vuela pluma", digamos. Lo explico un poco más: el escritor cuenta su vida, no la revive porque no es biografía ni novela. No verás descripciones de lugares ni ambientes, tampoco caracterización de personajes.
Por eso, leer párrafos sueltos no puede darnos idea de sí nos va a gustar o no. Hay que verla en su conjunto: evolución del personaje, sucesión de hechos, motivos, circunstancias, sentimientos, razones...

Estas son unas buenas memorias - y las he leído terribles- porque entendemos a la autobiografíada a través de su trayectoria, porque escribe bien, sabe comunicar y transmite sinceridad cuando hace confesiones.
Luego puede gustarte o no, por supuesto, las preferencias son subjetivas.

Montuenga dijo...

Hola Carmen. Son etapas distintas, no he leído Corazón... pero, según dijo después, allí idealizaba un poco su infancia. Por el contrario en La vida... se propuso (y consiguió) reflejar los claroscuros de su vida adulta. Pienso que, cada uno en su estilo, son magníficos ambos.

Montuenga dijo...

Antonieta, gracias a ti como siempre.

Ahora me he propuesto leer alguna de sus novelas, Gabriel, pero más adelante. Y ya sabes que tú opinión siempre es bienvenida por aquí.

Carmen dijo...

¡Hola otra vez! Soy Carmen la de antes, que no me había leído "La vida sin maquillaje" pero ahora ya sí. Y no sé si ha sido por las altas expectativas... pero no me ha gustado mucho. Demasiado nombre, demasiada mudanza, ya no sé si Condé está en Guinea o en Senegal, en ese barrio o en el otro... Me resulta una crónica muy atropellada en la que, a diferencia de lo que me ocurrió con "Corazón que ríe, corazón que llora" (que me transportó a cada lugar por el que Condé pasaba), no me sitúo (en todos los sentidos del término). Y no porque la historia de su infancia sea más bonita (en realidad, no me lo parece: no creo que idealice tanto su infancia y a mí me transmitió un montón de sentimientos, en su mayoría no "buenos"), sino, simplemente porque la historia de "La vida sin maquillaje" no me cautiva ni me llena, y creo que también esas ganas por contarlo todo hacen que, literariamente, el texto sea más flojito.
Francamente, si me hubiera leído este libro antes que "Corazón que ríe, corazón que llora", creo que no habría seguido leyendo a Condé :(

Montuenga dijo...

Hola de nuevo, Carmen. Te entiendo: habitualmente esperamos que se novelicen las vidas que se nos relatan pero, tal como indico en la reseña y amplío en uno de los comentarios, esto no es una novela ni una biografía novelada, son unas memorias. Y los parámetros del género los cumple perfectamente. Otra cosa es que no nos guste el género memorístico o que nos cueste acostumbrarnos a él. La preferencia por un género u otro es también cuestión de gustos.
Muchas gracias por regresar a dar una opinión que suma y enriquece el contenido.
Saludos.