miércoles, 9 de septiembre de 2020

Yukio Mishima: El Templo del Alba

Idioma original: japonés
Título original: 寺 の 寺 (Akatsuki no Tera)
Traducción: Guillermo Solana
Año de publicación: 1970
Valoración: Muy Recomendable

Una y otra vez repetimos que hay muchísimos libros que leer, y es la razón por la que soy poco amigo de relecturas. Me permito una de vez en cuando, y nunca me he arrepentido. Con este libro de Mishima las luces de alarma llegaron a encenderse en algunos momentos, pero fue una impresión pasajera: el libro es espléndido, por momentos se acerca a lo que sería un Imprescindible, aunque también haré alguna advertencia para que el lector no se rinda ante ciertas dificultades. Es el tercer volumen de la tetralogía El mar de la fertilidad y, aunque podamos por ello no situar del todo algunas cuestiones, puede leerse sin problema de forma independiente. 

El Wat Arun, Templo del Alba, es quizá el más bello de los cientos que pueblan Bangkok. Se dice que hay que visitarlo precisamente poco antes del amanecer, pero cualquier momento es bueno para admirar el brillo de los millones de conchas y cerámicas incrustadas en sus fachadas, su carácter airoso y vertical a la orilla del Chao Phraya. Aunque su gran torre central de estilo khemer responde a cierta mitología, desconozco hasta qué punto su aspecto fálico habrá inspirado a Mishima para el argumento que sigue (esto es coña, sí, pero de esas que me gustan a mí porque, ya lo verán, algo o bastante relacionado con ese discutible símbolo fluye en buena parte de la novela). El abogado Honda visita la capital tailandesa por asuntos de trabajo, y en sus ratos libres contempla varios de los templos más conocidos, entre ellos nuestro Wat Arun, y reflexiona sobre el budismo y sus enseñanzas. Conoce también a la princesa-niña Ying Chan, a la que considera reencarnación de su amigo Kiyoaki y del joven terrorista Isao, por quien abandonó la carrera judicial para defenderle en juicio. Lo de las sucesivas reencarnaciones forma parte de otra búsqueda más amplia, la de los principios que realmente puedan identificarse con 'la simplicidad y la pureza de lo japonés' (algo muy presente en Mishima) y, superpuesta a ella, la de la propia identidad del protagonista, que revisa su vida y, ya bien metido en la madurez, siente la necesidad de una transformación. Honda parece buscar la purificación en el ocaso de su vida, y explorará diversos y a veces algo confusos caminos.

Sus indagaciones le llevan después hacia la India, donde visita varios lugares sagrados, el más importante de los cuales (el que deja una huella más profunda en el personaje, y fija una imagen decisiva en el relato) es naturalmente Benarés, con las escalinatas que conducen al Ganges, sus cremaciones funerarias, la mística y el desapego a todo valor mundano que parecen mostrar sus habitantes. En Benarés Honda cree haber llegado al ‘final del mundo’ y, siempre buscando aquella luz, reflexiona profundamente sobre la religión hindú. He aquí el importante escollo al que me refería antes. Mishima se lanza a lo largo de muchas páginas a elucubraciones muy complejas en torno a las diversas creencias del sur de Asia, el karma, el samsara y la reencarnación. Al menos para un profano en estos campos, el texto se hace tan denso que más parece un ensayo, y mucho nos tiene que interesar el tema (y bastante deberemos entender) para que esta parte del libro no resulte árida y difícil de digerir. No desfallezcamos, cuando esto concluye empieza lo mejor. 

Con el regreso de Honda a Japón y un salto en el tiempo de unos quince años, nos encontramos en una situación complicada: el país está ocupado por los norteamericanos tras el fin de la Segunda Guerra mundial y el abogado, ya aproximándose a los sesenta, vislumbra la etapa final de su vida. Bajo la permanente presencia del sagrado monte Fuji (extraordinarias imágenes y metáforas de lo que describe como el Templo del Alba japonés) y sonreído por la fortuna, convoca fiestas y siente la punzada del deseo sexual, probablemente en sus últimos estertores. En la múltiple búsqueda de su propia verdad en el alma japonesa, la purificación y la belleza (quizá todo en una única realidad), Honda ejerce de espectador más que de actor, en un doble sentido: 

- como voyeur (no alegórico, sino muy real), atisbando comportamientos que siempre parecen defraudar su esteticismo y su espiritualidad
- como observador de su entorno social de gentes acomodadas que se reubican cada uno a su manera frente a la realidad del país derrotado y la necesidad de mantener alguna forma de estatus

En este segundo aspecto descubrimos lo más sobresaliente del relato: una generosa galería de personajes de enorme riqueza que el autor describe con tanta agilidad como precisión, a los que deja evolucionar para hacer reflexionar al lector con sus infinitos matices y la sutileza de los caracteres: Rié, la insignificantes esposa de Honda, golpeada y transformada por la propia crisis de su marido; Keiko, la voluptuosa vecina que parece haber alcanzado la invulnerabilidad que Honda buscaba; la arrogante poetisa Makiko; el repulsivo Imanishi, que de alguna forma encarna el ciclo destructivo conocido en la India… y sobre todo la desconcertante Ying Chan, que vuelve a ocupar el plano central. El libro merecería la pena aunque solo fuera por conocer una a uno a estos personajes y dedicar un rato a examinar sus matices.

Y, como decía, está también el Honda-voyeur, actividad a la que presta bastante dedicación, y a la que de alguna manera Mishima parece incluir en esa exploración perpetua de su protagonista a la caza de verdades esenciales. Pero, si se me permite la osadía, tampoco sería difícil deducir (al menos para un occidental del siglo XXI) que a fin de cuentas Honda no es más que un hombre mayor que, colmadas sus expectativas materiales, observa desorientado su decrepitud sexual, e instintivamente pretende revertirla o sublimarla. Reconoceré sin lugar a dudas que esta puede ser una interpretación vulgata, carente de la sutileza y profundidad del autor y del libro, pero no por ello creo que deje de ser una posible lectura de esta segunda mitad del texto.

Con la pequeña objeción que antes he querido poner de manifiesto, la verdad es que leer a Mishima es un auténtico placer. Su prosa es nítida y contundente, pero también cuajada de lo que podemos suponer como lírica japonesa: bellísimas descripciones, metáforas certeras, capacidad para diseccionar y descubrir detalles insospechados en un paisaje, en un cuerpo o en una sensación. El libro podría ser perfecto y no lo es, pero se le aproxima bastante.


29 comentarios:

Koldo CF dijo...

Hola, compañero!

Totalmente de acuerdo contigo en lo que apuntas sobre las características de la prosa de Mishima. No tanto en la valoración (yo lo dejaría en un recomendable a secas) del libro que traes. Personalmente, me parece que tantas páginas dedicadas a las diferentes creencias y demás se hacen "demasiado" para el lector occidental, que cortan el ritmo, etc. Y creo que es, por eso, la más "floja" de la tetralogía. Por cierto, en Noviembre se cumplen 50 años de su muerte y tocará relectura de los 4 libros! Así, a lo loco.

Abrazo!!

Lupita dijo...

Hola a los dos:

Habrá que leer a Mishima, y..¿por dónde empiezo?

Por cierto, Koldo, hay gustos para todo. A mí, por ejemplo, el estudio de las religiones siempre me ha gustado, desde adolescente. Creo que no es habitual.

Saludos y gracias por una reseña tan trabajada.

Lupita dijo...

Ah, y soy una fan de la re-lectura, porque cuando algo me gusta, me gusta micho

Alex dijo...

Hola. Yo comencé con 'El pabellón de oro', intenta con ese a ver. O puedes empezar por una obra de su juventud y quizás la más personal: 'Confesiones de una máscara'

1984 dijo...

También son estupendas "El marino que perdió la gracia del mar" y "El rumor del oleaje." En general, este autor es de una gran categoría literaria. Quizás el escritor japonés más popular fuera de su país. Tenía una psicología torturada y acabó por convertirse en un ídolo de la extrema derecha nacionalista. Mishima organizó hasta su propio ejército particular, la Sociedad del Escudo, reclutando estudiantes universitarios ultranacionalistas que le idolatraban. Al parecer, con algunos llegó a mantener relaciones homosexuales. En 1970 asaltó espada en mano el cuartel general del ejército de autodefensa japonés, secuestró a un general, dio un discurso encendido a los atónitos reclutas y seguidamente se suicidó haciéndose el Hara-kiri en compañía de su discípulo Morita. Mishima tenía 45 años. Era candidato al premio Nobel. En 1978, el psiquiatra y escritor español Juan Antonio Vallejo-Nágera publicó un libro realmente interesante sobre la mentalidad de Mishima y en general la cultura japonesa tradicional: "Mishima o el placer de morir." Muy recomendable su lectura para el interesado en este personaje fascinante.

Un cordial saludo.

Carlos Andia dijo...

Claro está, el hueso de la novela está en esas (bastantes) páginas sobre tema religioso. Realmente es importante para el libro, porque deja claro que Honda va buscando puntos de apoyo, en términos espirituales, personales y diríamos nacionales. Pero desde luego se hace bastante pesado para el lector, a no ser que interese mucho el tema. Ah, Lupita, y me da que tampoco te terminaría de gustar todo esto, porque es bastante más que un estudio superficial sobre distintas creencias.

Pero bueno, me estoy temiendo que Koldo está preparando algo relacionado con esa tetralogía y el aniversario de don Yukio (o me equivoco?), así que sería un buen momento para contrarreseñar... si se atreve.

Saludos y gracias por vuestras opiniones.

ChuangTzu dijo...

Me recuerda a D'Annunzio declarándole la guerra a Italia. ¡Vaya con los escritores! Yo pensaba que lo de la pluma y la espada era otra cosa.

Pablo GP dijo...

Opino lo mismo que 1984: 'El rumor del oleaje' y 'El marino que perdió la gracia del mar' son maravillosas.

1984 dijo...

Por lo visto, Mishima dejó escrito en su testamento que dentro del féretro pusieran la espada y no la pluma, “para demostrar que he muerto como un soldado.” Un soldado de risa, claro, con un uniforme de opereta diseñado por su fértil imaginación. Mishima y sus matones parecían extras de Godzilla. No está nada claro que Mishima se tomara realmente en serio su delirio político de hacer resucitar el Japón ancestral enarbolando una katana y berreando Banzai. Demasiado inteligente para eso. Pero para su narcisismo suicida era una tentación montar el numerito. Al rodearse de unos chavales alucinados (“idealistas”) se fue metiendo más y más en un callejón sin salida. Aquello tomó un peligroso aire de secta. Y a veces los sectarios tienen la pésima idea de suicidarse para dar testimonio de no se sabe qué ( la verdad etc). Mishima y sus escuderos estaban cada vez más alejados de la realidad. Desgraciadamente, la comedia terminó en una tragedia grotesca y sangrienta. Además, Mishima tenía sentimientos de culpa, o eso decía, porque durante la guerra había conseguido eludir el alistamiento en el ejército gracias a una trampa (simuló estar tuberculoso o algo parecido). Quiso jugar el papel de héroe a destiempo. De hecho, su conversión a la extrema derecha fue tardía, ya en los años 60. En esos años se convirtió en un coloso de feria. Antes era un tipo de aspecto frágil. No se le conocían preocupaciones políticas. Era más bien un intelectual liberal occidentalizado. Todo apunta a un delirio autodestructivo entre esteticista y fascista que se fue fraguando con los años.

Un cordial saludo.

Anónimo dijo...

Muy buena reseña, Carlos, y muy enriquecedores los comentarios. No leí nada de Mishima, aunque conocía muy someramente como había sido el desenlace de su vida.
El libro, más allá de su calidad, me atrae por su relación con Bangkok, ciudad que visité hace más de 20 años, y cuya geografía, su gente, su cultura y sus templos me fascinaron.
Un cordial saludo desde Buenos Aires, la ciudad con la cuarentena más larga del mundo (aunque el gobierno sostenga que la cuarentena no existe más, un debate semántico y estéril)

El Puma (hisopado y libre de Covid 19, por el momento)

Carlos Andia dijo...

Gracias, Puma. Si conoces Bangkok el libro te hará recordar lugares que seguro has visitado, aunque también te digo que es solo sólo una pequeña parte del relato.

Ánimo con la cuarentena, que de momento te vas librando del bicho. Y que sigas visitándonos como siempre. Un saludo.

Lupita dijo...

La verdad, señores, cuánto ha bajado mi interés por el escritor al leer sobre su vida, pero como quiero mantener la mente abierta, lo leeré.
Todo lo militar..arggg

Saludos

1984 dijo...

Mishima decía querer hacer de su vida una obra de arte. Estaba obsesionado desde joven con la idea de la muerte de un cuerpo joven y hermoso como forma de supremo sacrificio. Si el sacrificio era inútil, todavía mejor. La gratuidad añadiría más belleza a la muerte de la juventud. Al parecer, a Mishima le preocupaba mucho su propia decadencia física. Mejor morir joven. En mi opinión, las aventuras con su pandilla paramilitar tenían más que ver con la construcción y destrucción de sí mismo como personaje (y con sus oscuros fantasmas interiores) que con una vocación real de agitador fascista. En realidad, Mishima no era político. No quería el poder. Nadie le tomaba en serio en ese sentido. Podía pasarse horas y horas debatiendo con estudiantes de izquierda. Les hablaba de la estética marxista, por ejemplo. O de Heidegger. No era nada práctico. Hasta la extrema derecha japonesa protestaba si se la asociaba con gente tan pintoresca. Cuando minutos antes de suicidarse Mishima intentó leer un manifiesto político se rieron de él y no lo pudo ni tan siquiera terminar. Eran divagaciones abstractas acerca de recuperar el Japón auténtico, el del espíritu marcial del Bushido etc etc. Mishima decía que su ejército particular no era para matar sino para morir en defensa del emperador en el caso de que su vida se encontrara amenazada por los revolucionarios de izquierda (muy activos en el Japón de los años 60). La verdad es que las repelentes fantasías macabras y románticas de Mishima no eran nada eficaces políticamente. Todavía menos en el Japón hiperindustrializado de 1970. Su arrebato final suicidándose, que recuerda el gesto de tantos literatos bohemios, decadentes y anarquizantes, fue espectacular, y si se quiere hasta heroico, pero en el fondo anecdótico y un mucho ridículo. De este escritor quedan sus libros, algunos maravillosos. No hay que perdérselos.

Un cordial saludo.

Koldo CF dijo...

Hola, Lupita (y perdón por entrometerme)

Olvida al Mishima personaje. Su obra merece muchísimo la pena. De verdad.

Un abrazo

GtM dijo...

A mi me ha pasado al revés. Al leer como se le fue la cabeza, sus locuras, he decidido que quiero leer algo, aunque no se vea reflejado en su literatura como se le fue la cabeza (que tal vez si, no lo se).

Hace poco, hablando con una amiga, me decía que tengo tendencia a los escritores borderline... yo no creo que sea así, pero si es cierto que últimamente me he leído o comprado varias cosas de autores con vidas cuanto menos disolutas en algún momento de sus existencias (Indigno de ser humano de Osamu Dazai, los tres libros de Mondadori con la obra de Osvaldo Lamborghini, Caballos salvajes de Jordi Cussa...)

Carlos Andia dijo...

Yo creo que hay que disociar claramente el autor de la obra. Sé que a veces no es nada fácil porque el individuo nos acaba resultando repulsivo y rechazamos cualquier cosa que venga de él. A mí me pasa con ciertos escritores, pero procuro evitarlo. Para mí la línea roja está en que su ideología, su carácter o sus actos no tengan reflejo en la obra. Si en el libro me intentan colar cosas que aborrezco, lo rechazo sin más. Pero si lo que leo es aséptico intento valorarlo como obra de arte, aunque el autor me desagrade por algún motivo.

Bueno, es mi punto de vista.

1984 dijo...

Pero es muy difícil que las ideas políticas (o de otro tipo) de un escritor no acaben manifestándose en sus libros de una u otra manera. Si el escritor es bueno y sutil, quizá esas ideas no aparezcan de manera clara y directa, pero ahí están, se acaban por notar. Y es posible que el lector que aborrezca esas ideas también rechace el libro en cuestión, por bien escrito que esté. O sea que se puede rechazar un buen libro, impecable como obra de arte, por culpa de las ideas detestables que lo invaden. Lo peor es cuando ese libro es precisamente bueno por esas malas ideas y no pese a ellas. El propio Mishima, creo que en su novela "Caballos desbocados", la segunda entrega de su tetralogía, idealiza alegremente a los terroristas nacionalistas que en los años 30 ensangrentaron Japón con sus crímenes políticos. Para él eran héroes imbuidos del mejor idealismo patriótico, un ejemplo moral: los mejores japoneses; para nosotros, unos asesinos descerebrados, que obraban en base a unos motivos incomprensibles. Pero la novela está bien. Particularmente, prefiero aguantar ideas que me resultan repelentes siempre que el libro sea bueno y merezca la pena leerlo. A no a ser que se trate de algo realmente insoportable y por ello prescindible. Masoquismo, tampoco. No obstante, me parece que se aprende bastante de aquello que nos resulta detestable, aunque solo sea porque lo criticamos. Lo contrario o muy alejado de nuestras convicciones siempre nos obliga a pensar.

Saludos cordiales.

Lupita dijo...

Hola a todos:

Me considero bastante abierta a la hora de leer, y leo de todo, desde poesía clásica hasta libros de youtubers y de fenómenos wattpad, que eso sí que tiene delito.

En este caso, he dicho que ha bajado mi interés por el escritor-personaje, no por la obra, que no conozco, y me hace ilusión descubrir autores nuevos.Además, no sé casi nunca en qué andan los escritores mediáticos, ya que no tengo redes y no sé de polémicas.

Leer también es dialogar con otra época y sus circunstancias, intentando entender cuál era el pensamiento de la época y el modo de vida. Creo, como 1984, que las ideas de un autor acaban transparentándose en sus obras y eso también le añade valor.

Mi línea roja estaría en aquello que me remueve como ser humano, desde una postura más moralista que ideológica: las atrocidades, la falta de compasión, la violencia, etc.. Por ejemplo: la autobiografía de un asesino confeso.

En el caso de Mishima, la idealización del suicidio me supera. Como escritor, pues ya veremos.

Saludos

Martín Redrado dijo...

Gracias por la recomendación :)

ChuangTzu dijo...

Pues yo no tengo ningún problema en separar al autor de la obra. De hecho, me molesta bastante cuando una crítica se basa en la ideología o en la simpatía o antipatía hacia el autor, y no en la calidad literaria.

Oscar Wilde decía que no hay libros morales ni inmorales, sólo libros bien escritos o mal escritos. Estoy de acuerdo.

Hay obras maestras que sólo pueden ser escritas por malas personas.

Carlos Andia dijo...

Pues estoy bastante de acuerdo con tu opinión, aunque para mí sí que hay algunos límites. Hay determinados individuos de quienes ni siquiera leería nada, aunque me dijesen que era muy bueno. O eso creo.

Álvaro Belderrain dijo...

¡Qué susto! He visto la portada y ñor un momento he pensado que se trataba del coronavirus... No he leído nada de Mishima y me apetece. ¿Por dónde me recomendáis empezar?

Carlos Andia dijo...

Si no te importa, paso la pregunta a mis colegas (Koldo, por ejemplo) o comentaristas habituales, seguro que mucho más cualificados que yo.

Un saludo y gracias por visitarnos.

Koldo CF dijo...

Por alusiones (y pese a que la obra de Mishima es bastante extensa y no he leído ni la mitad) yo igual empezaría por las breves "El rumor del oleaje" o "El marino que perdió la gracia del mar". Tb están muy bien las más autobiográficas "El color prohibido" o "Confesiones de una máscara". Y luego está el plato estrella, que es la tetralogía El mar de la fertilidad! Pero yo creo que es mejor leer antes otras obras suyas para ponerse en contexto.

Álvaro Belderrain dijo...

¡Muchas gracias!

Mike Trocadero dijo...

En el título habéis escrito 寺の寺 (El templo del templo) y no 暁の寺.

Carlos Andia dijo...

Ya sabes, Mike, a veces escribimos a toda prisa, y salen estas erratas.

Gracias por avisar, un saludo.

Julio dijo...

Coincido con 1984 y discrepo de Carlos. O sólo hay que leer argumentos o ideas de nuestra cuerda??? Me sorprende enormemente esta opinión de Carlos porque tenía - y sigo teniendo- una excelente opinión como reseñador.

Sigo pensando que la mayor aportación de la lectura es que abre al lector muchas puertas, opiniones y puntos de vista desconocidos, vamos, que enriquece. Leer sólo lo que nos gusta me recuerda a los que sólo escuchan a Jiménez Losantos...o a Escolar, por citar dos. Está claro que todos tenemos afinidades pero cerrarnos en banda por sistema no puede (o debe, porque poder, claro que puede) ser. Más veces de las que pensamos, leer o escuchar al “adversario” o la obra de un escritor “odioso” nos enriquece aunque no nos convenza. Que no digo que haya que ser masoca pero...




Carlos Andia dijo...

Hola Julio, y gracias por el elogio y por participar en el blog.

Me he leído todos los comentarios que he hecho a la entrada y, sinceramente, no encuentro nada en la línea que indicas. He debido expresarme mal, porque en ningún momento he pretendido decir que haya que leer sólo lo que sea 'de nuestra cuerda', ni mucho menos. Ante las alusiones que se hacían a que determinado escritor (en este caso, Mishima, pero extensible a cualquier otro) fuese de ideología más o menos ultra, mi posición es precisamente que no se debe prestar tanta atención a ese punto, sino valorar la obra al margen de esa posible ideología. Por mi parte, así lo he hecho siempre. Pero sí he apuntado que para mí hay algunos límites que personalmente no quiero franquear, como sería el caso de un libro (aunque sea ficción) que hiciese apología explícita de determinadas posiciones, pongamos racistas, de apología de la violencia, de totalitarismos o de menosprecio por razón de sexo o inclinación sexual. Creo que el arte no puede ser coartada para decir cualquier cosa y, dentro de la libertad de expresión, me negaría a leer algo que sobrepase esos límites.

Fuera de la ficción, pues la verdad tampoco me interesa perder el tiempo leyendo justificaciones teóricas de determinadas posiciones políticas, religiosas o sociales. Puedo hacerlo como curiosidad histórica, y de hecho he reseñado en este blog el Mein Kampf de Hitler, por ejemplo, pero no pienso desperdiciar mi tiempo leyendo argumentaciones de cualquier cosa solo por mostrarme especialmente abierto o comprensivo.

Cada uno tiene sus ideas, yo respeto las de los demás (casi todas), y cuando decido leer un libro procuro desprenderme de prejuicios. Pero en mi opinión sí que hay unos límites (amplios, pero límites) que no estoy dispuesto a saltarme. En todo caso, por aclararlo y no extenderme más, todo esto no afecta, como es obvio, a Mishima, porque sus divagaciones sobre creencias budistas o hinduistas me parecen simplemente aburridas para quien no esté muy interesado en el tema, las puedo cuestionar desde el punto d vista literario, pero de ninguna manera las rechazo por su contenido.

Espero que esta vez haya sido capaz de expresarme con algo más de claridad. Y en todo caso, gracias de nuevo de por participar, y un cordial saludo.