Idioma original: inglés
Título original: The Secret History
Año de publicación: 1993
Traducción: Gemma Rovira Ortega
Valoración: recomendable
Vamos a dejarlo en un escueto "recomendable" algo alto. Aunque dudo que muchos fueran capaces de escribir algo así antes de la treintena, ochocientas páginas son demasiadas (aunque se vuele en ellas, especialmente en las dominadas por los diálogos) para una resolución que bordea en lo policial, y he de decir que El jilguero me gustó más, le noté un aire más maduro, un planteamiento más ambicioso, como si aquí Tartt quisiese ser más Easton Ellis (a quien dedica, por cierto, la novela) y allí resultase ser más Franzen.
La sinopsis de la contraportada ya es escueta y con razón. "El secreto" (curiosa traducción del título que acaba relacionándola con ese repugnante tomito de autoayuda de una tal Rhonda Byrne) parte de una trama que, a poco que uno se extienda, revela demasiado pronto sus tiros escondidos. Richard, estudiante de lenguas clásicas es aceptado a regañadientes en un pequeño grupo de estudio, apenas media docena de alumnos, liderado por Julian, el típico profesor de rica estirpe que trabaja sin cobrar y por el gusto del proselitismo cultural. La materia de estudio es el idioma griego clásico, el escenario un campus de una pequeña pero elitista Universidad norteamericana, los personajes, indudables puntos fuertes de esta novela, los integrantes del grupo y algunos otros, ya en trazos más tenues, que se relacionan con ellos, que entran y salen en ese grupo que es cerrado y se cierra más, mera cuestión de supervivencia, cuando uno de sus juegos acaba con daños colaterales. Esa es la premisa del libro, puesta de relevancia en pocos párrafos (como hizo Richard Ford en Canadá), la del crimen involuntario o casual (pequeño hándicap, ese es un detalle que Tartt no aclara con contundencia) que necesita de otro crimen para poder ser perfecto o irresuelto. Este segundo crimen, este segundo asesinato, ya premeditado y calculado a conciencia.
Tartt afrontó esta historia brillante de forma algo irregular. Richard, narrador parece aportar la conciencia que a los otros les falta, parece no disponer de suficiente tiempo para sumergirse de lleno en la locura y ser el único elemento dotado de un sentido común convencional. A la vez parece ser más íntegro y menos volátil, sopesando pros y contras. Richard parece contaminarse con los devaneos insanos de sus compañeros, pero siempre mantener alguna distancia. No es capaz de que ésta sea insalvable, e ineludiblemente se ve involucrado en los hechos principales y en algunas situaciones personales, pero parece representar a esa clase media o baja que no puede permitirse derroches, que contempla cómo la clase alta se entrega a la frivolidad y pierde de vista la normalidad, la elude en su administración de recursos, en la fluidez de las relaciones. Todos esos hijos de empresarios y directivos de alto rango que son sus compañeros parecen constituir, más que un grupo de estudio para mentes brillantes, una especie de galaxia solipsista que, alejada de la realidad, es inconsciente de las consecuencias de sus actos o, peor aún, desprecia estas consecuencias si no le afectan directamente.
Estilísticamente la novela está bien resuelta, aunque se note en ciertos aspectos que fue escrita a través de largos años. El desnivel entre los fragmentos puramente narrativos (ricas descripciones, agudos símiles, lenguaje frondoso) y los más propiamente de acción (unos diálogos no siempre fluidos, como si el narrador no fuera capaz de transcribir literalmente) es a veces demasiado acusado, y, particularmente, cuando todo parece precipitarse hacia una trama más policíaca, especialmente en esa parte intermedia donde, perpetrado el segundo crimen, sus autores intentan regresar a una normalidad que no debe serlo en apariencia, algunas páginas parecen demasiado innecesarias (relleno que, por cierto, me permite que esta novela pueda validarse como "tocho") y desvirtúa un poco la intención del libro, que de lo que podría haber sido (una aguda crítica a esos universitarios de familias ricas que llenan las universidades USA, sean o no de la Ivy League, y a sus aburridas existencias donde todo se arregla pidiendo a los papis que ingresen otra decena de miles de dólares), a lo que acaba siendo, una digna y entretenida, pero desigual, historia, a medio camino entre lo policíaco y lo iniciático. Ninguna queja para una novela escrita por una autora antes de cumplir la treintena, pero que me hace preguntar si constituye, por sí sola, un motivo para tanta repercusión de obras posteriores.
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