Idioma original: Castellano
Año de
publicación: 2018
Valoración: Está
muy bien
Antón Castro
(Arteixo, Galicia, 1959) llegó a Zaragoza a los diecinueve años atraído por la
existencia de algo así como una comuna de artesanos pacifistas, un lugar algo
más acogedor y adecuado a su condición de objetor de conciencia al entonces
obligatorio servicio militar que la intemperie del hogar familiar. Claro está
que a esa edad, la mayoría estamos a punto de lanzarnos a eso que el autor
describe como la continua aventura que es la vida: “Te atrapan todas las
historias, todos los personajes, todo lo que oyes o ves”, y lo hacemos sobre
todo cargados de dudas, miedos y prejuicios. Con pájaros en la cabeza, aunque
en este caso, pájaros como Federico García Lorca, Luís Cernuda o Garcilaso de
la Vega. Pero también de una magnífica e inconsciente curiosidad que es la que
empuja a lanzarse a esa corriente sobre la que no tenemos ni la más remota idea
de adónde nos llevará.
Era otoño y por
tanto, época de vendimia. Una oportunidad para sacarse un dinerillo sin
necesidad de acreditar preparación o experiencia, en ese momento en el que casi
todo tiene la condición de inédito, de primera vez. Llegar en soledad a un
lugar desconocido, buscando. Al acecho de un trabajillo, de una oportunidad,
puede que persiguiendo lo desconocido o quizás tras algo que dé un sentido a la
existencia, o tal vez con la ambición desmedida de encontrarse a uno mismo…
Todo eso está en Cariñena. Creo que a cualquiera de los que no somos de por
allí, Cariñena nos sonará a vinos baratos y recios, y poco más, desde luego sin
el prestigio de otros lugares asociados a la belleza, la excelencia o la
quintaesencia de la elegancia. Aunque el escritor neerlandés Cees Nooteboom
ubicaba en su novela En las montañas de Holanda exactamente en estos parajes y en estas carreteras la
noción de paraíso y perfecta felicidad… Por cierto, en la comarca se produce
mucho vino aunque también caldos magníficos.
En cualquier caso,
las coordenadas de Cariñena – el lugar y este libro- pasan por la sencillez de
los lugares y las personas corrientes, exentos de grandilocuencia, de
simbología o trascendencia. El relato que hace Antón Castro de aquel momento
tiene el tono íntimo y sosegado con el que la vida parece discurrir por esos
lugares apartados, modestos y aparentemente plácidos. No se trata en absoluto
de un ejercicio de nostalgia ni de contar batallitas sino de recuperar un
momento del pasado y cocerlo a fuego lento con un tratamiento de lirismo
ligero, de austera naturalidad. Queda entonces un relato que nos da la medida
de un tiempo, aquel país que todavía se movía entre las sombras de la dictadura
y el destape, entre la represión y las incontrolables ganas de fiesta, Con una
colección de personajes necios o entrañables, que acaban conformando un paisaje
tan particular como universal. La cantante, demasiado sensible y demasiado ausente,
cuya carrera nunca despegó. El campesino letra herido enamorado hasta las trancas de una mujer que
cocina para el joven desconocido. El viejo que colecciona la revista Interviú.
El universitario que gusta de oírse y miente por los codos. Aquellos momentos y
aquellas personas que Antón Castro a sus diecinueve años fue capturando en un
cuaderno Sagitario son el fecundo sustrato de este relato, que se saborea con
el mismo deleite que deparan los vinos sabrosos, honestos y elaborados con
oficio.
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