Año de publicación: 2015
Valoración: entre recomendable y está bien
Esta novela, premio Nadal de este mismo año, está ambientada, en los lejanos y felices años 20, en la villa vasco-francesa que aparece en el título. por aquel entonces un destino turístico de primera categoría para la "buena sociedad" internacional. En ella se narran y se tratan de desentrañar, aún de forma más o menos indirecta, una supuesta concatenación de hechos luctuosos -ahogamientos, suicidios-accidentes- que tuvieron lugar en el verano de 1925. De forma indirecta, digo, porque la novela se presenta como si fuera la edición española de un libro francés, recopilatorio de las entrevistas que realizó un escritor llamado Georges Miet (¿me siguen aún, espero?; ahora acabo...), quince años después de ocurrir los hechos, con el objeto de escribir un libro sobre los mismos (ya casi...), pero que nunca se hizo... (¡ya está!). Vamos, que es una especie de "novela-matriuska"... una cosa muy barroca y posmoderna a un tiempo.
Ahora bien, que nadie espere encontrar aquí una inextricable construcción metaliteraria y autoreferencial; bien al contrario, se trata de una narración ligera y entretenida, poco más que una novela de misterio a lo Agatha Christie (algo más acanallada, eso sí: hay continuas referencias al habitual uso de drogas en aquellos tiempos y a ciertas perversiones sexuales que, si Mrs. Christie tenía referencia de su existencia, desde luego no llegó a mencionar jamás... porque tampoco su época se lo hubiera permitido); si el resultado es -o parece- más complejo, se debe a esa manera de hacer avanzar la narración, en zig-zag, de un testimonio a otro -muchos de ellos bastante indirectos o circunstanciales-, algo que le permite al autor, además, presentar un variado despliegue de pintorescos personajes, cada uno con su historia particular, sus manías y su peculiar forma de expresarse...(memorables resultan, por ejemplo, el Director de la Hemeroteca municipal, M. de Jaulerry, y sus lapidarias opiniones sobre la literatura y el arte, en general).
Y ésa es la mayor virtud, pero también el mayor problema que arrastra la novela: esta forma tan morosa de avanzar, deteniéndose tanto en los testimonios de ciertos hechos frente a otros que se despachan de manera más sumaria; en unos personajes, que a la postre resultan secundarios, en comparación con otros más decisivos (tenemos el ejemplo de Madame Villequeau y sus vicisitudes erótico-religiosas, que por sabrosas que nos parezcan no aportan demasiado a la trama, mientras se retrasa la indagación sobre la finada Aitzane, que en rigor debería ser el eje alrededor de quien se estructure la pesquisa, y no lo es). El deslavazado final, por "moderno" que resulte -según el propio narrador-, no hace sino ahondar en el lector esta sensación de desequilibrio e inconclusión; incluso da la impresión de que el autor hubiera prorrogado la novela todavía bastantes páginas más, pero algo le obligó a terminarla así... quizá el plazo de entrega de manuscritos para el concurso. Tampoco ayuda a incrementar el equilibrio y la unidad de la historia la gran cantidad de notas aclaratorias, que completan algunos aspectos de las entrevistas -una alusión irónica, creo, a la actividad como traductor de José C. Vales-, pero que, si el posible lector (o lectora, huelga decirlo) se entretiene demasiado en ellas, solo contribuyen a una mayor dispersión,me parece a mí...
Que nadie se lleve la idea, sin embargo, que Cabaret Biarritz, no resulta ser una novela divertida o siquiera entretenida: todo lo contrario. En realidad, abundan los momentos deliciosos y aun tronchantes; la ambientación en la época está perfectamente lograda (de hecho, Vales ha traducido de forma excelente a autores británicos de la época, como E. F. Benson ), y el estilo literario tan ágil y competente como es de desear. Si la novela, al final, deja un regusto de insatisfacción, no es por lo que encontramos en ella, sino lo que dejamos de encontrar.
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