martes, 17 de mayo de 2011

Colaboración: Tierra desacostumbrada, de Jhumpa Lahiri

Idioma original: inglés
Título original: Unaccustomed Earth
Año de publicación: 2008
Valoración: Muy recomendable



La naturaleza humana no florecerá, como tampoco una patata, si se planta y replanta, durante una serie demasiado larga de generaciones, en el mismo suelo agotado. Mis hijos han nacido en lugares diferentes y, mientras de mí dependa su suerte, echarán raíces en tierra desacostumbrada.

Nathaniel Hawthorne

Es bien sabido que la tradición y la familia acaban por convertirse en una prisión que impide el crecimiento del individuo. La novedad y la independencia, en cambio, permiten al ser humano abrir los ojos y alzar el vuelo. Los personajes de Tierra desacostumbrada se mueven entre esos dos polos, el de la cultura india, con sus tradiciones ancestrales, su gastronomía, su indumentaria, sus matrimonios concertados y la obligación no escrita de ayudarse mutuamente, y el de la cultura americana, con su independencia, su libertad amorosa y sexual y su individualismo de “sálvese quien pueda”. Y entre esos dos polos, y a pesar de que la cita inicial invita a romper la fuerza de la costumbre y reinventarse, encontramos en los relatos de Lahiri cierta nostalgia por un mundo perdido, un vaivén emocional entre el deseo de libertad y la añoranza de una forma de vida sólida y estable.

En el primer relato, Tierra desacostumbrada, una mujer espera con preocupación la visita de su padre, viudo desde hace pocos años. Ella acaba de mudarse a una casa grande, con suficiente espacio como para que su padre se mude a vivir con ellos, pero teme ese momento. Su marido no opone ningún rechazo, le deja a ella elegir y ella se muestra insegura entre esa obligación que siente como impuesta de cuidar a su padre y las expectativas de libertad con las que ha crecido. Y sin embargo, cuando por fin el padre llega, las cosas son de otro modo.

Situaciones similares se repiten en los demás relatos. Hombres y mujeres a caballo entre la India y los Estados Unidos y la desilusión permanente, la imposibilidad de ver cumplidas las expectativas que la sociedad occidental despierta. Espejismos que en un momento u otro se revelan como tales. Tramas con dos hilos entretejidos en los que el hilo soterrado acaba imponiéndose sobre el más superficial, invirtiendo los términos.

El último relato es más largo, está narrado en dos voces y en distintos espacios geográficos y temporales. Aquí el personaje de él nos habla del desarraigo, de su empeño en huir de los lazos afectivos, de su vida nómada. El de ella, al contrario, de su fracaso sentimental y de su voluntad de aceptar un matrimonio concertado antes de que sea demasiado tarde. Pero tanto el uno como el otro acaban por desear precisamente lo contrario de lo que han elegido.

Lahiri, una vez tras otra, da una vuelta de tuerca a sus relatos, a veces incluso más de una. Su prosa es desnuda y minuciosa, sus detalles, nimios y cotidianos, tremendamente sugerentes: el sobre de té, las mesas apiladas, los papeles de notas junto al teléfono, las fotografías, asumen funciones casi tan estructurales como la propia trama. Si la trama son los pilares, esos detalles son los ladrillos.

Sin embargo, a pesar del detallismo minucioso de Lahiri, no me atrevería a calificar sus cuentos de realistas. Me recuerdan más bien a esos cuadros de Edward Hopper, a ese realismo profuso y a la vez minimalista, detallista y a la vez abstracto. Los detalles, seleccionados cuidadosamente, se recortan claramente sobre un fondo limpio, nítido, destacándose y acentuando la sensación de vacío y de soledad que los rodea. Los personajes no acaban de ser seres de carne y hueso, sino más bien sujetos emocionales y el entorno en que viven, más que lugares reales son abstracciones de modelos de pensamiento.

Me ha llamado la atención también la capacidad de Lahiri para ir creando sombras en sus relatos, huecos oscuros donde presentimos que se esconde algo y que nos causan desasosiego. Hay en todos los relatos un tono triste, melancólico, un anhelo frustrado que se une a la añoranza de un mundo prefijado en el que uno no se hacía ilusiones. En un mundo nuevo, donde nada viene dado, las puertas que se abren son infinitas, pero es ahí donde el individuo asume toda la responsabilidad y en cada paso que da se encuentra con la duda, con la culpa, con el fracaso y, sobre todo, con la terrible certeza de estar solo.

A destacar que esta autora obtuvo en 2000, por otra colección de relatos, el Premio Pulitzer.

Firma invitada: Maite

2 comentarios:

Santi dijo...

Pues bienvenida al blog, Maite :) Interesante reseña, suena muy bien, habrá que buscar este libro...

Mathilde Kiedis dijo...

Yo también me sentía triste y desencajada cuando acababa cada cuento