sábado, 1 de agosto de 2015

Colaboración: La vida del Buscón, llamado Don Pablos de Francisco de Quevedo

Idioma: español
Año de publicación: 1626
Valoración: Imprescindible


Quevedo nunca admitió la autoría de la obra por la que es más conocido, aunque sí reivindicó con orgullo ser el padre de la hoy olvidada Vida del bienaventurado Tomás de Villanueva. Si hay quien opina que fue por evitar problemas con la censura, creo que se debería, más bien, a que en el canon literario de su época era una obra considerada baja, tanto por los personajes que intervienen como por sus acciones, que distan mucho de ser sublimes, del mismo modo que el autor del Lazarillo calificaba su libro de “nonada en grosero estilo” y tampoco lo firmó. Se considera obra de juventud, aunque algún crítico dice que semejante perfección sólo puede ser obra de un autor maduro.

El segoviano Pablos es el hijo de un ladrón y una hechicera al que sus padres envían a una escuela costumbre entonces más extendida de lo que ahora se cree y allí conoce al hijo de un caballero y, desde ese momento, decide que quiere ser uno de ellos y hará lo posible por conseguirlo. En su intento de alcanzar la nobleza, aunque sea fingida, se topará con todos los tipos de su época, que, con las correcciones necesarias, vendrían a ser los de todas las épocas. A todos despedaza sin piedad y aunque alguno ha dicho que se salva la nobleza, lo cierto es que sólo se salva de sus pullas, pero su antiguo compañero de escuela queda retratado en la poca virtud de sus acciones. En cada época hay asuntos vedados, hoy día no se puede caricaturizar a la monarquía del mismo modo que al resto de los mortales, como bien supieron en sus carnes los dibujantes de El Jueves.

¿Qué destacar de este libro magnífico? La sátira es tan perfecta que uno de los criticados, Luis Pacheco de Narváez, que escribía libros para aprender esgrima en casa, se sintió tan ofendido que de ahí hasta su muerte se convirtió en enemigo mortal de Quevedo y llegó a denunciarle a la Inquisición cada vez que se le presentaba la oportunidad. La finura de las observaciones, como cuando dice del soldado fanfarrón que “cuando hablaba a los de Flandes decía que había estado en la China y a los de la China, en Flandes” o llama “músicos de uña” a los prestamistas de la Corona. Y sobre todo, el dominio absoluto del lenguaje unido a una inteligencia portentosa, de forma que habiendo materia en cada página para reír a gusto, también la hay para pensar, porque un libro puede ser serio y terriblemente divertido a la vez, y este es uno de los mejores ejemplos. 

Borges, gran lector, adoraba a Quevedo, del que decía que era un continente. Andrés Trapiello no ahorra sus desprecios hacia don Francisco. Que cada quién juzgue...



                                                                                                        Firmado: Pedro el Negro

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