Hoy es el Día del Libro; un día que habríamos dedicado, si no hubiera pasado nada, a proponer libros regalables, a recomendar sesiones de firmas de escritores, a organizar un concurso o un sorteo.
Pero pasó algo. Murió García Márquez. Y no se puede celebrar un Día del Libro normal después de que haya muerto García Márquez.
Es difícil, imposible, escribir nada original, después de la avalancha de textos publicados por todos los medios en los últimos días. Se ha contado su vida, se ha recordado su enfrentamiento con Vargas llosa, se han recordado anécdotas (des)conocidas... Es difícil, y peligroso, por eso, intentar ser original. El gran Quim Monzó escribió en Twitter el mismo día de su fallecimiento: A quien titule mañana "Crónica de una muerte anunciada" se le deberían extraer las gónadas con un cuchillo oxidado. Por supuesto, no faltaron medios que titularon así. Tampoco han faltado los medios que lo han elevado a los altares ahora que ha muerto, pero que cuando estaba vivo no le perdonaron sus posturas políticas.
Ha muerto García Márquez. Y es justo y necesario rendirle el homenaje que le es debido.
Quizás no sea adecuado personalizar el boom en una sola figura, pero creo que no es exagerado decir que la obra de García Márquez, y en concreto sus Cien años de soledad han quedado como máximos representantes de esa explosión de la literatura latinoamericana, que, como dijo García Márquez en su discurso de aceptación del Nobel, ayudó también a comprender mejor a todo un continente. Fue también, tal vez, el mejor escritor en un grupo de grandísimos escritores, una generación genial e irrepetible.
Porque García Márquez no es solo un magnífico estilista: uno de los mejores en lengua castellana de todo el siglo XX, quizás solo comparable a Borges o Cortázar, con una habilidad única para la adjetivación. García Márquez fue, también, y quizás sobre todo, un creador de mundos: el principal, aunque no el único, Macondo, su versión ficcionalizada de Colombia, con sus interminables guerras, sus empresas bananeras, sus mujeres tan bonitas que en vez de morir ascienden a los cielos, sus maravillas inexplicables y hermosas.
¿Con qué novela de García Márquez quedarse, entonces? ¿Con la ambición monumental Cien años de soledad? ¿Con la perfección técnica de Crónica de una muerte anunciada? ¿Con el experimentalismo estilístico de El otoño del Patriarca, o el romanticismo tardío de El amor en los tiempos del cólera? ¿O con sus relatos, no inferiores a sus novelas?
No, si hay que elegir (y no hay por qué elegir) no será ninguna de esas la imagen que conservemos de la obra de García Márquez. Será más bien la imagen de un coronel retirado que no tiene ni un prudente retén de café. Un coronel, hurgando en el bote del café, volcando el agua sobre un suelo tosco e irregular, apurando el contenido del bote de forma indigna y patética, para acabar mintiendo a su mujer enferma sobre el tamaño de la última cucharada de café que queda. Un coronel que lo ha perdido todo menos la dignidad, en una espera eterna y corrosiva. Así recordamos a García Márquez, "puro, explícito, invencible".
Se ha ido uno de los más grandes; sus obras quedan. El mejor homenaje es leerle, seguir leyéndole, leerle siempre.
3 comentarios:
Mierda.
¿Y mientras tanto qué comemos? ¡Qué grande! Me gusta mucho el post, y la imagen que cuentas del coronel.
Cada cierto tiempo hay que volver a García Márquez, es un buen baremo para saber qué quiere decir que un libro sea imprescindible.
Se fue el escritor que me hizo voltear hacia la literatuta (tan indiferente para mí, en la adolescencia), para los que amamos sus letras, se fue alguien de la familia; pero aún queda su voz plasmada en cada página de sus obras. Hasta siempre, al Gabo querido.
No tengo yo tan claro que se haya ido. Me da en la nariz que se va a reencarnar en gitano errante, que andará por ahí vagando con su amigo Melquíades, enseñando, a quien quiera verlo, un bloque de hielo.
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