Idioma: español
Año de publicación: 2001
Valoración: muy recomendable muy alto
Uf. Lo que me ha costado no propinarle un imprescindible a El desbarrancadero. Digamos que sólo la existencia de algo tan poderoso en la obra de Vallejo como La virgen de los sicarios me impide llegar a esa cumbre. No por nada: simplemente, este es un libro más íntimo y el otro era un libro que se erigía en más universal.
Aquí Vallejo abandona la crueldad y la frialdad del asesino a sueldo y toma un tono más personal, si cabe: esta es la crónica del autor asistiendo a la decadencia física de su hermano Darío, víctima del SIDA en esa época en que la enfermedad (como aún sucede tristemente en muchos países) era sinónimo de muerte. Es una historia sin vertiente lacrimógena, sin derramamiento de azúcar, que el novelista colombiano narra con una destreza resplandeciente. Diría que su estilo es tan personal e inimitable que solo puede describírse a Vallejo como uno de los grandes de verdad. Porque consigue, a pesar del uso torrencial de jerga, familiarizar al lector. Acompañarle a un rincón acogedor en el que las palabras no necesitan ser conocidas para ser comprendidas. Y las frases punzantes, los dardos con los que todo lo adereza. Críticas feroces manifiestas, u ocultas, casi, tras bromas. Pero directas al meollo. Los políticos, la iglesia, la hipocresía social, la corrupción, sus destinatarios preferidos. El mensaje no es subliminal en absoluto. Ni un gramo de corrección política. Quien quiera elegías y panegíricos, que elija otro libro. Las personas cometen errores, todas, y las personas mueren, todas. Vallejo reivindica constantemente la primera persona y se ceba e insiste en su anticlericalismo, en su incorrección política y personal, en la que, en un alarde de osadía, sacude duro a dos madres: a la suya biológica (que no deja de ser llamada La Loca en todo el libro), y a la madre patria, dicen (otros, yo no), a la que como colombiano no deja de increpar y criticar. Y menudos golpes les propina, a ambas, y a destajo. Será acusado de misógino, de irreverente, de cascarrabias, de resabiado, pero qué golpes. Con la ironía o con el enfado, con esa mentalidad desinhibida del escritor consagrado, pero con una precisión ejemplar. Cuatro palabritas (siempre atinadas, siempre memorables), y a otra cosa. ¿Pero cómo puede recordarme en espíritu a la lógica primaria y descacharrante de Holden Caufield? De genios hablamos, pues.
Sí: justificada completamente, la habitual presencia de El desbarrancadero entre las 50, o las 100 mejores obras en español de las últimas décadas. Justificada, por esa extraña cualidad que anida en todas sus páginas, en sus frases más simples: el absoluto sentido de la necesidad de su presencia, combinado con su esplendorosa precisión estética, su perfección, su atormentado sentido literario. Parece que las palabras broten por sí solas, parece que el autor sea incapaz de volver hacia atrás, ni a cambiar una coma, y esa naturalidad narrativa fascina al lector. Esta es una obra magnífica en lo literario, donde Vallejo juguetea con la muerte de los seres cercanos, con esa sensación de desasosiego, pero de sentido práctico ante la tragedia (una tras otra tragedia), donde el pragmatismo es el fondo y la poética más dura, corrosiva, contemporánea y lúcida, es la forma. Lo dejo aquí: solamente el pensar que hay quien se pueda sentir ofendido por ciertos aspectos de esta lectura, impide que la considere inapelablemente imprescindible. Pero aviso: una frase más, y caigo.
También de Fernando Vallejo en UnLibroAlDía: Entre fantasmas, La virgen de los sicarios, Mi hermano el alcalde
7 comentarios:
Gran libro, purísimo de comienzo a fin y muy autobiográfico. Sin duda justifica su lugar en lo alto de la literatura en español. En principio me pareció violento en exceso, luego me di cuenta de que en relaidad todos lo estaríamos en esa situación. se valora la sinceridad del autor
Gracias por el comentario, Juan, y me alegro de que tú también lo encuentres una gran obra, en toda la personalidad de su crudeza y su completa falta de mesura.
Por Dios Francesc, el imprescindible era imprescindible. Esto es una obra maestra y merece todas las estrellas disponibles. Perdóname el entusiasmo, lo terminé hace unas horas y no me repongo. Soy colombiano, así que me identifico aún más cuando se trata de decir las verdades de este país sin suerte.
Creo que es el no imprescindible que más suens a imprescindible pero reconozcamos que hay quien pueda ofenderse ante ciertas premisas del autor. Gracias por el comentario.
Opino como Miguel QV. Años después sigo aprendiendo de este libro.
Purísimo: ése es el concepto.
A mí me pareció un cascarrabias caótica con una buena prosa. Pero de ninguna manera cruza los límites de un Céline u Onetti.
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