viernes, 4 de octubre de 2013

Bertrand Russell: La conquista de la felicidad

Idioma original: inglés
Título original: The conquest of happiness
Año de publicación: 1930
Valoración: Está bien

“Cuantas más cosas le interesen a un hombre, más oportunidades de felicidad tendrá, y menos expuesto estará a los caprichos del destino, ya que si falla una de las cosas siempre puede recurrir a la otra”
“Una de las fuentes de infelicidad (…) es la incapacidad para interesarse  por cosas que no tengan importancia práctica en la vida de uno”
En una época como esta, cuando todas las grandes librerías mantienen enormes secciones de autoayuda, es bueno encontrar una obra serena, sencilla, que no da recetas mágicas pero está repleta de sentido común, escrita por una de las mentes privilegiadas que produjo el pasado siglo. Nos hemos acostumbrado a considerar la felicidad como un derecho, pero el autor, desde el mismo título, hace hincapié en que realmente depende de nosotros, de nuestra propia actitud y, por tanto, requiere un esfuerzo. Es obvio, aunque hoy día no esté de moda reconocerlo, que la felicidad hay que conquistarla. Para ello es preciso, en primer lugar, “ver la vida como un todo” y no como “una serie de accidentes inconexos” y, en segundo, actuar con constancia.

Esta insistencia en el esfuerzo puede confundir, por eso Russell se apresura a aclarar que en un mundo tan competitivo como el de entonces –sí, ya lo era, pero aún tiene más sentido en la época actual– el éxito no está al alcance de todos y, en estos casos, sería beneficioso para algunos reconocerlo primero y, si hace falta, resignarse. Ante todo, se debe priorizar, no gastar energías en batallas perdidas de antemano, guardarlas para objetivos, por su condición de alcanzables, mucho más dignos de tener en cuenta. También adquirir cierta tolerancia a la frustración, no merece la pena angustiarse por cada pequeño contratiempo, hay que reservar esa energía para lo que verdaderamente importa.

Pero el hombre feliz es, sin discusión, el que mira hacia fuera, se interesa por el mundo, se entusiasma con muchas cosas, el que tiene intereses diversos y no se encierra en su concha por sistema, el que tiende a evitar actitudes tan egocéntricas como miedo, envidia, autocompasión y autoadmiración que, además de ser nocivas, son aburridísimas (pg. 229), y esto tampoco contribuye a hacer feliz nadie.
“… en cuanto sentimos auténtico interés por personas o cosas distintas de nosotros mismos (…) uno se llega a sentir parte del río de la vida, no una entidad dura y aparte…”
¿Cuáles son las causas de la infelicidad? Para los afectados no será sencillo descubrirlas pero, una vez identificadas, la solución está al alcance de la mano. En primer lugar, la angustia vital, que el filósofo llama infelicidad byroniana, parece afectar solo a unos cuantos elegidos, pero se parte de una idea errónea: poseer una inteligencia superior, afirma, no hace necesariamente infeliz a nadie, todos, sin excepción pueden encontrar motivos para aferrarse a la vida, solo hay que buscarlos. En cambio, otras personas encuentran que su papel en este mundo consiste en una lucha constante, pero el esfuerzo que realizan no es para sobrevivir sino para alcanzar el éxito, en realidad son privilegiados y la causa de sus afanes se llama competencia. No obstante, hacen de su trabajo el eje alrededor del cual gira toda su vida y no pueden disfrutar de nada más, para ellos no existe el ocio, todo cuanto se les ofrece (personas, cosas y alicientes de toda clase) se vuelve transparente a sus ojos, son incapaces de verlo. Dice más:
“El prodigioso éxito de estos modernos dinosaurios que, como sus prototipos históricos, prefieren el poder a la inteligencia, está dando lugar a que todos los imiten: se han convertido en el modelo del hombre blanco en todas partes, y lo más probable es que esto se siga acentuando durante los próximos cien años. Sin embargo, (…) a la larga, los dinosaurios no triunfaron; se exterminaron unos a otros…”
La envidia provoca insatisfacción en uno mismo y deseos de hacer daño al sujeto que involuntariamente la provoca. La solución es abandonar el hábito de compararse con los otros, disfrutar de lo que tenemos sin mirar a nuestro alrededor. Pero si, a pesar de todo, está comparación se produce, sustituirla por admiración, que es una actitud mucho más saludable.

El talante, algo desfasado y hasta ingenuo, que ha mostrado el autor hasta ahora, se incrementa en el capítulo del pecado. Las generaciones actuales no están ya cohibidas por esa conciencia de culpa omnipresente, que se inculcó en los primeros años y que, no obstante, se ve sospechosamente acrecentada con la posibilidad de que se descubra el hecho o que el grupo excluya al infractor. Russell apela a la noción psicoanalítica de inconsciente, que entonces no estaba tan arraigada como ahora en el tejido social, recomienda prescindir de la falaz conciencia religiosa y apelar al, más fiable, raciocinio.  

Otra causa de infelicidad sería el miedo a la opinión pública. Para el filósofo, si este se debe a que se forma parte de una sociedad excesivamente homogénea y, por tanto, poco interesante, la mejor actitud es la indiferencia, volverse inmune a las críticas y dejarse llevar por las inclinaciones espontáneas. Incluso afirma algo que adquiere más sentido en estos tiempos. “En un mundo moderno, debido a la rapidez de la locomoción, (…) cada vez es más posible elegir nuestras compañías en función de la afinidad, y no en función de la mera proximidad. La felicidad es más fácil si uno se relaciona personas de gustos y opiniones similares.”

Igual que muchas de sus afirmaciones, como cuando se refiere a  la mecanización del trabajo o a los dinosaurios, esta resulta profética. Se diría que está hablando de internet.

7 comentarios:

Emilio dijo...

Me parece una verdadera obra maestra, es un genio, para releerlo cada año, ojalá de con otro libro de Russel tan bueno

Montuenga dijo...

Pues, fíjate, yo pienso que este es el más flojo y el único que se ha quedado obsoleto.

Claro que los demás tienen sus inconvenientes, cada uno el suyo. Los de filosofía del lenguaje y las matemáticas requieren su correspondiente especialización, y los demás que conozco de él contienen muchísima ideología. Pero cuando esto no es un obstáculo, Russell es un pensador impresionante. Y muy ameno, generalmente.

Anónimo dijo...

MENUDA MIERDA DE LIBRO!!!

Anónimo dijo...

Una mierda

Montuenga dijo...

¡Hombre! Depende de lo que esperes encontrar en el ensayo. El problema, creo, está en que el título engaña, da la impresión de ser un manual de autoayuda escrito hace poco tiempo y no es ni una cosa ni otra.

Bertrand Russell, uno de las grandes cerebros de la historia, filósofo matemático y lingüístico además de ideólogo personalmente implicado en las grandes cuestiones sociales, construyó esta especie de divertimento en una época que no tiene nada que ver con la nuestra. Está desfasadísimo, es verdad, y sin embargo se pueden encontrar perlas en forma de verdades como puños que, por muy evidentes que parezcan, continúan pasando desapercibidas a la mayor parte de la gente.

Utópica Anónima dijo...

A mí me gusta precisamente por su sencillez; no descubre la rueda pero ayuda a acompañar la vida cotidiana.

Montuenga dijo...

Eso es. Los elementos más anticuados sirven como documento histórico, resultando más ilustrativos que cualquier manual sobre la época. Y contiene recomendaciones tan fundamentales como ignoradas: multiplicar los intereses, diversificarlos y centrarse en lo externo en lugar de hacerlo en uno mismo para empezar a pensar en ser felices.