Título original: Pnin
Traducción al catalán de Marta Pera
Año de publicación: 1957
Valoración: Recomendable
Se supone que la literatura funciona por capas: los acontecimientos y la experiencia del autor fluyen por la invención, flotan en la prosa como restos de un naufragio expulsados del fondo de la conciencia, verdades a las que se les posibilita la superficie y un tipo de supervivencia. Pasan corriendo ante nuestros ojos y por nuestra comprensión, para quien quiera leerlos como una historia más, o para quien quiera hurgar entre las líneas. El sentido y el motivo, como raíces de una planta, buscan aire y humus. Luz y oscuridad. En los dos ámbitos, hay un modo de subsistir.
No lo pasó bien Nabokov en sus tiempos de profesor universitario. Llegó a Estados Unidos huyendo de las tropelías que asolaban Europa y halló el sustento en la enseñanza. Aunque graduado en Entomología, su condición políglota (hablaba inglés, francés, alemán y ruso) le especializó en los idiomas. Su origen e historia (el joven Vladimir escapó de la Rusia bolchevique y de la Alemania nazi) le convirtieron en atracción de feria ahí donde fue, en especial en los ambientes provincianos de los campus del medio Este del país. Más tarde, le tocaría convivir con la paranoia anticomunista del senador McCarthy, que tampoco le facilitó la vida. En su soledad de refugiado, este conjunto de circunstancias fue motor e inspiración de su literatura. Solo debía abrir los ojos, escuchar y escribir.
Entonces, Pnin. La obra recupera los tiempos de enseñanza de Nabokov por diversas universidades norteamericanas. Es la historia del exiliado que busca una oportunidad, quizás la última por cuestiones de edad. Por una pizca de libertad y de independencia, acepta las condiciones que el país propone. El profesor Pnin llega rezagado a la meta y se somete a su papel de actor secundario, como la metáfora del viejo estilo que sucumbe ante el nuevo. En las distintas universidades donde ejerce, se somete al mando de otros menos preparados que él. En el amor, deja que su amada se vaya con otro. Lidia con el desinterés general por sus cosas. Transige con el papel de atracción de feria que se le aplica en las reuniones sociales por su condición de exiliado. Y si le dan la patada, lo encaja con una dignidad y una educación que no acepta escenas ni salidas de tonos.
Entretanto, habrá dado unas cuantas conferencias a unas señoras aburridas que pretendían cultivarse, habrá hecho de padre del hijo de su ex, habrá aprendido a conducir y a coger el tren sin perderse, habrá mejorado su nivel de inglés y hasta podrá permitirse el lujo de disfrutar de una casita con jardín después de una vida alojándose en habitaciones realquiladas. Un estoicismo inveterado le activa la capacidad de sacrificio ante cualquier revés. La soledad le ha regalado un montón de horas de reflexión. Sabe que el futuro, el devenir o la misma suerte saldrán a su paso en la próxima esquina de la vida. Con unos aperitivos elegantemente servidos para celebrarlo.
“Pnin caminaba poco a poco bajo los pinos solemnes. El cielo moría. Él no creía en un Dios autócrata. Sí que creía, vagamente, en una democracia de espíritus. Las almas de los muertos, quizás, formaban comités, y esos comités, en sesión continua, se ocupaban del destino de los vivos”.
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