Fecha de publicación: 1976
Valoración: muy recomendable
Está bien, no lo esconderé más tiempo. Tengo una agenda oculta desde que empezó Un libro al día, y sólo ahora que empiezo a confiar en el triunfo de mi conspiración la reconozco ante el público. Se llama Todo Borges, y consiste en reseñar todas y cada una de las obras del Maestro. Las imprescindibles, las muy buenas y las que él mismo rechazó; las mayúsculas y las menores, las necesarias y las de ocasión. Ésta de hoy -la séptima en Un libro al día- pertenece al grupo de las obras menores, escritas en colaboración y con motivo de algunas circunstancias muy concretas. Nada de esto, claro, le resta mérito ni calidad.
Como ya conté al hablar de Historia universal de la infamia, Borges se ganó la vida durante muchos años como conferenciante y, añado, como colaborador de periódicos y revistas. Con su erudición heterodoxa y su estilo hipnótico supo divulgar en la Argentina algunos temas que eran exclusivos, hasta entonces, de la secta académica. La cábala, el platonismo, las sagas nórdicas, Dante o Las mil y una noches fueron algunas de las obsesiones personales que descubrió al público general. Otra fue, precisamente, el budismo. Aunque no tiene una presencia explícita en muchos de sus cuentos, no sorprende que Borges sintiera una honda atracción por el budismo. La sospecha de que la realidad es un sueño, el sarcasmo ante la vanidad del yo, la convicción de que el tiempo humano está atravesado de secretas causalidades operantes... Si añadimos el gusto por la paradoja y la abominación de la violencia, entenderemos que la sintonía iba más allá de lo literario.
En este librito (de algo más de cien páginas) se aprecia que son dos las fuentes del interés de Borges por el budismo. En primer lugar, su aspecto más legendario y especulativo. Antes de lanzarse a describir con fruición la pintoresca cosmología budista, Borges se complace en advertir lo siguiente:
El budismo, como el hinduismo, del cual procede, postula un número infinito de mundos, todos de idéntica estructura. Afirmar que el universo es limitado es una herejía; afirmar que es ilimitado, también; afirmar que no es ni lo uno ni lo otro, es asimismo herético.Es decir, la profusión de mundos, dioses e infiernos es una ilusión reconocida por el budismo, una ficción que se sabe ficción y sin embargo se empeña en complicarse sin tregua: esto no podía dejar de fascinar al Borges inventor de ficciones. (Por la misma razón por la que le atraía Blanqui.) El segundo motivo de interés es más personal: la fuerza original del budismo reside en su mensaje de salvación ético-contemplativa. La tolerancia budista fue tan propia de la vida de Borges como lo fue un cierto anhelo de iluminación laica, propio quizá de una peculiar mística de la belleza. La cercanía al zen por este camino de contemplación inmanente es, por momentos, tan estrecha, que no podemos saber si es Borges mismo quien habla, pretendiendo citar. En este hai-ku, por ejemplo:
Desde las gradas del templo, alzo a la luna del otoño mi verdadera cara.El libro no aportará contenido nuevo a los conocedores del budismo, pero sí una visión personal sobre el tema, que Borges pone en relación con la filosofía de Schopenhauer, las matemáticas de Cantor o la mitología judía. Procedente de una serie de conferencias, el texto exhibe su estilo inconfundible, lo que confirma que el trabajo de Alicia Jurado se limitó a las labores bibliográficas y de revisión.
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2 comentarios:
Vaya. Borges y budismo. Suena tan bien que pienso leerlo casi ya!
Lo que no suena tan bien es tu conspiración, ya no en la sombra. Todo Borges??uhmm...lástima que realmente también me suene de maravilla!!
Creo que ya se cuál sera el próximo libro de Borges que me compre. Gracias por la reseña de este libro.
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