Cuando empezamos este blog, una de las primeras cosas que tuvimos que plantearnos fue el encabezamiento que aparecería al principio de cada entrada: qué datos sobre cada libro incluiríamos y cuáles no: autor, título, fecha, editorial, número de páginas, etc. Lo cual nos llevaba a otra pregunta distinta: ¿qué estábamos reseñando? ¿La obra original? ¿La obra traducida al español por primera vez? ¿Una edición determinada de la obra?
Finalmente, optamos por incluir sólo los datos básicos: en el título de la entrada, autor y título en español, y en el encabezamiento, los tres o cuatro campos que aparecen ahora: idioma original, título original, año de publicación y valoración. Es decir, que decidimos no reseñar una edición o traducción concreta de cada obra, sino la obra en sí, la "idea platónica" de la obra, con especial referencia al original, más que a su(s) traducción(es). Esta solución nos pareció la más práctica y conveniente, ya que para muchas de las obras que reseñamos puede haber más de una edición, más de una traducción, y a nosotros nos interesaba recomendar (o no) las obras en sí mismas, con independencia de sus "accidentes materiales".
Esta decisión puede ser discutible, claro, como lo sería cualquier otra opción. Su principal problema es que trata las distintas ediciones y traducciones como si fueran invisibles, es decir, como si no afectaran en nada al contenido de la obra, cuando esto no es en absoluto cierto. Una buena obra mal traducida o editada puede ser difícil de tratar; una obra bien editada, con criterios de calidad, anotaciones, buen papel, buena letra, ilustraciones, etc., puede mejorar mucho el texto original. De ahí que tampoco nos neguemos a mencionar en nuestras críticas las ediciones o traducciones que manejamos y que nos parecen reseñables por algún motivo. En este sentido "material" (por decirlo de alguna manera) han aparecido en el blog, por ejemplo, las moscas de Movimiento perpetuo o la tinta de dos colores de La historia interminable.
Sin embargo, a veces no puede distinguirse tan fácilmente entre la "idea platónica" de la obra y sus encarnaciones materiales, más o menos logradas. El caso más claro son las antologías, y de éstas ha habido ya varias. Una antología no es una edición más o menos cuidada de una obra, sino que en ella es precisamente el editor el que decide qué es y qué no es obra. Puede ser un libro formado por textos inéditos hasta la fecha o por retazos de libros ya publicados o una reunión de varias obras completas, ya publicadas, bajo un solo tomo. O, por supuesto, una combinación cualquiera de las tres opciones anteriores.
Lo que está claro es que en la antología se invierte el caso habitual de primacía del autor e invisibilidad del editor. ¿Cómo deberíamos, entonces, comentar las antologías? ¿Hablando del acierto de la selección o de la calidad de los textos? ¿Mencionando al autor o autores, o al editor? ¿Deberíamos comentar aparte los libros que se publicaron aparte, aunque luego se añadieran a una antología? Es difícil dar una respuesta que valga siempre y la verdad es que hasta ahora cada uno lo ha hecho como le ha parecido mejor.
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