lunes, 10 de noviembre de 2025

ZOOM: La culta latiniparla, de Francisco de Quevedo

Idioma original: castellano

Año de publicación: 1624

Valoración: Inclasificable

 

Es sabido que Francisco de Quevedo fue bastante aficionado a meterse en todos los charcos, y su sátira envenenada le llevó a no pocos problemas. Desde luego, su diatriba más famosa fue la que le enfrentó a Góngora, una disputa de origen sobre todo literario, no tan infrecuente en la época (incluso en tiempos mucho más recientes), que seguramente derivó en lo personal por lo afilado y sangrante de las críticas, materia en la que don Luis tampoco se quedó muy atrás. Como ocurre casi siempre con los clásicos, habrá que reconocer que, si exceptuamos quizá La vida del buscón y algún fragmento divulgado por ciertos cantantes, la figura de Quevedo es mucho más conocida por aquellas movidas que por sus obras. Es así, y soy el primero en apuntarme al equipo de los ignorantes.

Y de repente se me ocurre, por una razón estúpida que no merece la pena contar, buscar qué demonios es eso de La culta latiniparla, qué se esconde tras la obvia intención del título. Y resulta que es menos que un opúsculo, unas poquitas páginas en las que la el ingenio mordaz de don Francisco se explaya a gusto contra el uso de recursos del lenguaje que pretenden aportar una pátina intelectual y diferenciarse de lo vulgar.

No solo el cultismo o el inevitable latinismo, sino también la metáfora voluntariamente opaca, el eufemismo relamido o la frasecita de moda, se van desgranando bajo la verborrea satírica de nuestro autor. De manera que si el texto en sí no da propiamente para una reseña, sí quizá para eso que llamamos metaentrada, un comentario, una reflexión que bien les vendría hacer a unos cuantos perpetradores de libros varios de los que abundan por ahí, incluso a algunos escritores que intentan impresionar con su bagaje léxico, ya sea auténtico o buscado vaya usted a saber en dónde.

Si nos fijamos con un poco más de detenimiento, una de las claves nos la sirve el propio texto, que subraya la voluntad de quienes utilizan estos recursos para oscurecer el mensaje, hacerlo inasequible para el receptor, en definitiva levantar una barrera para poner de manifiesto la superioridad del que habla: ‘su lenguaje está como una boca de lobo, con tanta propiedad como una mala noche, y que no se puede ir por su conversacion de v. merced sin linterna’.

Sería, es verdad, uno de los dardos que tantas veces dirigió Quevedo hacia Góngora, pero también está descubriendo, creo yo, una forma de clasismo: ‘Quando llamare á las criadas, no diga ola Gomez, ola Sanchez, sino unda Gomez, unda Sanchez, que unda y ola son lo propio, y ellas, aunque no lo entienden en latín, lo obedecen en romance’.

Que no es que Quevedo fuese un rojo peligroso, ya sabemos, pero da en el clavo al identificar el lenguaje como una forma de marcar distancias en sociedad.

Pero tampoco dejemos de lado que la imprecación se dirige muy concretamente a cierto tipo de mujeres caracterizadas por su inclinación hacia este tipo de uso de la palabra. Lo cual parece que sirve para que alguien, sin pudor ninguno, hable (en una página de internet que por supuesto no voy a linkar) de ‘ataque machista de Quevedo a las mujeres cultas’. Como he tenido el cuajo de leer un poco más de ese panfleto, viene a decir que don Francisco critica que algunas mujeres de la época (después cita una por una a varias de ellas) hubieran alcanzado cierto nivel cultural, gracias al cual podían expresarse en la forma que se critica. Y claro, Quevedo, machista irreductible, no podía soportar que las mujeres tuviesen acceso a la cultura.

Ya lo de tachar de machista a un señor del siglo XVII debería hacer sonrojar a quien escribió esta estupidez, pero admitamos que son los tiempos que nos han tocado. Pero lo peor de todo es que no se han enterado de nada. Quevedo ni mucho menos está atacando a las mujeres cultas, que probablemente no fuese quienes caían en el vicio que criticaba, el sarcasmo se dirige contra la pedantería, la forma pretenciosa de expresarse para parecer alguien interesante, escapar de la supuesta vulgaridad de lo cotidiano, quizá para dotarse de un aura de intelectualidad de la que se carece. Si la diatriba enfila precisamente a ciertas mujeres, muy probablemente se debe a que semejante proceder estuviera de moda entre ellas en determinados círculos sociales. Y quién sabe si también tendrá origen en alguna experiencia personal poco grata.

Tonterías al margen, si alguien quiere ir a la fuente original, es muy fácil descargarse el pequeño libelo, que se lee en diez minutos, alguno más si uno se quiere detener a examinar con más calma alguna de las expresiones de la época. Ese venenillo tiene cierta gracia, y hasta puede dar para pensar un poco, que nunca está de más.


Otras obras de Francisco de Quevedo reseñadas en ULADLa vida del Buscón llamado don Pablos

1 comentario:

Félix dijo...

La queja es atemporal, porque luego volvió a suceder en la Rusia influenciada por Francia, donde todos los nobles se empeñaban en hablar francés en vez del ruso, que les parecía tosco, uno de los motivos por el cual había nula comunicación con el pueblo (eso y lo que ya sabemos). En Argentina ocurría la mezcla entre el voseo argentino y las expresiones de España debido a esa inseguridad y necesidad de pertenecer a la intelectualidad aunque no tuviera nada de sustancia. Ni hablar de que muchas veces el prototipo del noble era que se aburría y empezaba a pedir libros para tener algo que hacer.

PD: yo es que soy más de Lope de Vega, con esa biografía...