Año de publicación: 1624
Valoración: Inclasificable
Es sabido que Francisco de Quevedo fue bastante
aficionado a meterse en todos los charcos, y su sátira envenenada le llevó a no
pocos problemas. Desde luego, su diatriba más famosa fue la que le enfrentó a
Góngora, una disputa de origen sobre todo literario, no tan infrecuente en la
época (incluso en tiempos mucho más recientes), que seguramente derivó en lo
personal por lo afilado y sangrante de las críticas, materia en la que don Luis
tampoco se quedó muy atrás. Como ocurre casi siempre con los clásicos, habrá
que reconocer que, si exceptuamos quizá La vida del buscón y algún fragmento divulgado
por ciertos cantantes, la figura de Quevedo es mucho más conocida por aquellas movidas
que por sus obras. Es así, y soy el primero en apuntarme al equipo de los
ignorantes.
Y de repente se me ocurre, por una razón estúpida que no merece la pena contar, buscar qué demonios es eso de La culta latiniparla, qué se
esconde tras la obvia intención del título. Y resulta que es menos que un
opúsculo, unas poquitas páginas en las que la el
ingenio mordaz de don Francisco se explaya a gusto contra el uso de
recursos del lenguaje que pretenden aportar una pátina intelectual y
diferenciarse de lo vulgar.
No solo el cultismo o el inevitable latinismo, sino también
la metáfora voluntariamente opaca, el eufemismo relamido o la frasecita de
moda, se van desgranando bajo la verborrea satírica de nuestro autor. De manera
que si el texto en sí no da propiamente para una reseña, sí quizá para eso que
llamamos metaentrada, un comentario, una reflexión que bien les vendría hacer a unos
cuantos perpetradores de libros varios de los que abundan por ahí, incluso a
algunos escritores que intentan impresionar con su bagaje léxico, ya sea
auténtico o buscado vaya usted a saber en dónde.
Si nos fijamos con un poco más de detenimiento, una de las
claves nos la sirve el propio texto, que subraya la voluntad de quienes
utilizan estos recursos para oscurecer el mensaje, hacerlo inasequible para el
receptor, en definitiva levantar una barrera para poner de manifiesto la
superioridad del que habla: ‘su lenguaje está como una boca de lobo, con tanta
propiedad como una mala noche, y que no se puede ir por su conversacion de v.
merced sin linterna’.
Sería, es verdad, uno de los dardos que tantas veces dirigió
Quevedo hacia Góngora, pero también está descubriendo, creo yo, una forma de
clasismo: ‘Quando llamare á las criadas, no diga ola Gomez, ola Sanchez, sino unda Gomez, unda Sanchez, que unda y ola
son lo propio, y ellas, aunque no lo entienden en latín, lo obedecen en romance’.
Que no es que Quevedo fuese un rojo peligroso, ya sabemos,
pero da en el clavo al identificar el lenguaje como una forma de marcar
distancias en sociedad.
Pero tampoco dejemos de lado que la imprecación se dirige
muy concretamente a cierto tipo de mujeres caracterizadas por su inclinación
hacia este tipo de uso de la palabra. Lo cual parece que sirve para que alguien, sin
pudor ninguno, hable (en una página de internet que por supuesto no voy a
linkar) de ‘ataque machista de Quevedo a las mujeres cultas’. Como he tenido el
cuajo de leer un poco más de ese panfleto, viene a decir que don Francisco
critica que algunas mujeres de la época (después cita una por una a varias de
ellas) hubieran alcanzado cierto nivel cultural, gracias al cual podían expresarse
en la forma que se critica. Y claro, Quevedo, machista irreductible, no podía
soportar que las mujeres tuviesen acceso a la cultura.
Ya lo de tachar de machista a un señor del siglo XVII
debería hacer sonrojar a quien escribió esta estupidez, pero admitamos que son
los tiempos que nos han tocado. Pero lo peor de todo es que no se han enterado
de nada. Quevedo ni mucho menos está atacando a las mujeres cultas, que
probablemente no fuese quienes caían en el vicio que criticaba, el sarcasmo se
dirige contra la pedantería, la forma pretenciosa de expresarse para parecer
alguien interesante, escapar de la supuesta vulgaridad de lo cotidiano, quizá
para dotarse de un aura de intelectualidad de la que se carece. Si la diatriba
enfila precisamente a ciertas mujeres, muy probablemente se debe a que semejante
proceder estuviera de moda entre ellas en determinados círculos sociales. Y quién sabe si también tendrá origen en alguna experiencia personal poco grata.
Tonterías al margen, si alguien quiere ir a la fuente
original, es muy fácil descargarse el pequeño libelo, que se
lee en diez minutos, alguno más si uno se quiere detener a examinar con más
calma alguna de las expresiones de la época. Ese venenillo tiene cierta gracia,
y hasta puede dar para pensar un poco, que nunca está de más.

1 comentario:
La queja es atemporal, porque luego volvió a suceder en la Rusia influenciada por Francia, donde todos los nobles se empeñaban en hablar francés en vez del ruso, que les parecía tosco, uno de los motivos por el cual había nula comunicación con el pueblo (eso y lo que ya sabemos). En Argentina ocurría la mezcla entre el voseo argentino y las expresiones de España debido a esa inseguridad y necesidad de pertenecer a la intelectualidad aunque no tuviera nada de sustancia. Ni hablar de que muchas veces el prototipo del noble era que se aburría y empezaba a pedir libros para tener algo que hacer.
PD: yo es que soy más de Lope de Vega, con esa biografía...
Publicar un comentario