sábado, 20 de junio de 2020

Francisco Umbral: Tratado de perversiones

Idioma original: castellano
Año de publicación: 1977
Valoración: Entre recomendable y Está bien

Estamos en 1976, con el inquilino ya instalado en el Valle de los Caídos, y aquella censura meapilas desalojada de su patética tarea más por la realidad social que por la legislación. Irrumpe el cine del destape y se habla de sexo, el ambiente en ese terreno es alegre, un poco adolescente, con ganas de no perder el vagón de cola del tren de la modernidad. Francisco Umbral ya es un columnista conocido, un tipo culto al que gusta dar la nota disonante, aparecer mucho en escena y provocar alguna polémica –o sea, uno de esos escritores mediáticos que tan poco me agradan. Y en ese entorno de relajación de las normas, claro está, Umbral tenía que decir algo sobre sexo.

Empieza don Paco haciendo alusión a Baudelaire y su peculiar punto de vista sobre el atractivo del cuerpo femenino, y en un par de páginas ya percibimos algo raro: Umbral habla de la mujer como si se tratase de caballos o coches de carreras, como si en ningún momento se le ocurriese que una mujer pudiese estar leyendo su libro. No es la primera vez que encontramos algo así, pero la sensación que transmite ese interés zoológico es tan intensa que, al menos en la primera parte del texto, suena a algo parecido a un micromachismo, a amigotes intelectuales reunidos en su querido Café Gijón.

Sin embargo, por muy poderosa que sea esa impresión, tampoco debe engañarnos. En mi opinión hay más intención de epatar que actitud sexista, al menos para los parámetros de la época, y el mismo Umbral defiende con vigor, sobre todo al final del libro, la necesidad de una visión femenina del mundo. Pero en fin, tampoco me interesa adentrarme en un debate que ya ha tenido –y tendrá aún más, seguro- un amplio espacio en este blog. Como en aquella frase que el propio autor madrileño puso de moda, yo he venido a hablar de ‘mi’ libro.

Como decía, Umbral se sumerge en el tema del sexo, apuntando desde perspectivas de lo más variadas: distingue entre la idealización de la mujer, que asocia con el pasado, y la ‘metaforización’ que, según él, se impone con las formas de erotismo propias del momento; se refiere a la atrofia de la ternura masculina como consecuencia del papel social atribuido al hombre; celebra el impulso que Virginia Woolf supone para lo que llama ‘nueva femineidad’, que hay que entender como la conquista de espacios de libertad; diserta sobre la figura sacralizada de la madre y la iniciación sexual con profesionales, divaga sobre la soledad del cuerpo desnudo, o aplaude una vida sexual plural como base del mestizaje social, ideológico y cultural (no sé si también racial). 

Vamos, un buen ramillete de asuntos, siempre girando en torno al erotismo como categoría objetiva, porque aquí solo se habla de sexo, de cuerpos y de actitudes. Umbral parece firmemente decidido a rehuir cualquier alusión a los sentimientos, no sé si por convicción personal o por no abandonar los vientos de modernidad en los que inscribe su ensayo. ¿Ensayo? No, propiamente. Lo que hay es una especie de brainstorming, una secuencia de ideas que revolotean sobre ese nuevo paradigma que todavía está por definir. Se diría que Umbral quiere ser el primero hacerlo, en poner nombres y fijar teorías, pero es también consciente de que no lo está haciendo del todo. Reconoce que divaga, que se contradice y que lo que expone es más bien un ejercicio dialéctico consigo mismo, y entonces no importa que el Tratado que anuncia el título no sea tal, sino que en ese proceso se vayan apuntando posibilidades, puntos de discusión, motivos para la reflexión y para nuevas digresiones. Ante esta ausencia de plan y este gusto por la dispersión, no debe extrañar lo que encontramos en el último tercio del libro: tomando pie en la distinción (que no he terminado de tener del todo clara) entre erotismo positivo y negativo, don Francisco se lanza a una extensa disertación sobre la obra de Henry Miller y Pablo Neruda. Se ve que el autor disfruta, que está plenamente en su terreno, y hace a su vez disfrutar al lector con un buen número de páginas de crítica literaria, de verdad muy interesantes… aunque hayamos perdido de vista casi del todo el asunto (teóricamente) troncal del libro.

A Umbral no le falta desde luego erudición (por ahí desfilan, entre otros muchos, Proust, Adorno, Lorca, Heidegger, Dante, Heráclito, Aleixandre) y tiene una prosa ágil y desinhibida. Sumemos a ello esa aleatoriedad en la composición, más la sinceridad de quien reconoce que está dejando fluir el pensamiento y no escribiendo un texto canónico, y el resultado transmite frescura y espontaneidad. El equilibrio me parece difícil en un tema como el que centra el libro, y opino que lo consigue plenamente: Umbral resulta riguroso pero escapa a la tentación de una solemnidad forzada para no parecer frívolo, es ligero pero no banal, razona sin dogmatismo y sin ocultar sus lagunas. 

Con todo, el libro tiene una debilidad evidente. Toda obra es producto de su tiempo, pero ésta en concreto es una respuesta inmediata a una ola pasajera, y eso no hay forma de ocultarlo casi medio siglo después. Pero aun así hay reflexiones muy aprovechables, ideas bien expuestas que no caducan y que no está mal desempolvar.

P.D. Ojo a la cubierta, que igual tenemos problemas.

También de Francisco Umbral en ULAD: Mortal y rosa

12 comentarios:

Juan G. B. dijo...

Hola, compañero:
Muy buena reseña, que, por mi experiencia como lector de Umbral, estoy convencido de que es mejor que el propio libro...
Y en cuanto a la cubierta, madre mía, tiene delito la cosa... En todo caso, merecería un "Malditas cubiertas" para ella sola, pero no sé si Beatriz se animará...😅

Sandra Suárez dijo...

Tanto en los artículos como en los libros de Umbral hay mucha más palabrería y dispersión que rigor y solvencia. Una tiene la sensación de hojarasca y de "prosa de sonajero": o sea, de que habla (escribe) mucho y muy largo para, al final, no decir casi nada.

1984 dijo...

La cubierta algunos/as quisieran ponerla a cubierto -paños de pureza- por aquello de la corrección política. Es llamativo que hubiera menos puritanismo en este terreno en los 70 que ahora. A mí Umbral me parece un escritor brillante, con un estilo expresivo, libre y castizo, muy trabajado, que recuerda al de Cela. Y es muy cierto que ante los fulgores de su prosa la idea acaba por esfumarse y no se sabe bien de qué coño estaba hablando el señor Umbral. La forma impecable, e implacable, devora la idea, y todo se queda en manierismo: juegos barrocos de sociedad.

Por desgracia, el dandi Umbral se repetía hasta el amaneramiento. Sus libros tienen un aire anecdótico y periodístico, de aluvión, y completamente dependiente de las circunstancias concretas del momento. Circunstancias que hoy no le dicen nada a nadie. Es la brillantez de dos minutos del artículo periodístico; se pasa la hoja y ya se olvidó. Fuera de su tiempo, Umbral envejece muy mal, al igual que Cela. Las crónicas satíricas de Umbral pueden ser sugestivas y felices. Pero en general son absurdas y dislocadas, agresivas y hasta insultantes. Nunca alcanzan lo que sí consiguen los verdaderos buenos escritores: tener una obra bien cuajada que siga diciendo algo a los lectores del futuro. Ejemplo: Larra, tan admirado por Umbral. Al contrario de Larra, Umbral pasa y se olvida.

Y en cuanto a sus obsesiones sexuales, eróticas etc, podrían impresionar durante el destape, incluso tener una dimensión liberadora muy positiva, después de todo los españoles veníamos de una dictadura católica y pacata, pero ahora resultan risibles, rijosas y hasta vejatorias en algunos casos. Umbral acaba aburriendo: leído uno de sus libros, leídos todos. Don Paco era un personaje en sí mismo, un cronista de moda que ya ha pasado de moda. Y de un modo aplastante. Lo mismo ha ocurrido con su padrino don Camilo. El tiempo ha puesto en su justo sitio a estos dos personajes, tan retumbantes, acojonantes y vacíos. Sin ellos, su obra se derrumba.

Montuenga dijo...

Hola Carlos. Una vez más, no he leído el libro que reseñas, pero sí bastantes de Umbral, y también lo estudié como articulista.
Pero antes haré una precisión. La obra, tal como tú la describes, cumple todos los requisitos del ensayo literario: variedad y mezcla de temas, dispersión, poca profundidad, atención al estilo etc. En ese sentido, da la impresión de ser impecable.
Sobre él como escritor, estoy de acuerdo con las primeras frases de 1984.Es cierto que era bastante irregular y que lo mejor de su obra está en sus crónicas, observaciones à pie de calle, crítica incisiva... Su ficción no está mal pero queda por debajo del resto. O sea, como prosista, muy bueno, como fábulador no tanto. Algo que también le pasa a Muñoz Molina, que suele caer mucho mejor pero que carece de esa agudeza crítica que tenía el otro. O sea, su principal cualidad como escritor (aparte del estilo) le hacía antipático al público.
Siempre he lamentado que se ponga el foco y se hagan chistes por una única frase que no debería invalidar toda una carrera. Ahora la gente le conoce (y desprecia) por eso y no porque su obra esté caduca. Por eso no se le publica, o muy poco, y ha quedado como objeto de chistes.
Pero la culpa fue de M. Milá, que le puso en una mesa a hablar de banalidades cuando había ido a una entrevista de promoción, que quizá hasta le habían impuesto sus editores. Poca profesionalidad por parte de ella, de la que se zafó ridiculizándole a él, y la gente se ha quedado con eso sin darle más vueltas.
Si os fijáis, ahora en los magazines, cuando llega un artista promocionando su última obra (cine, novela etc.) se le hace entrevista aparte y no se mezcla con los contertulios.
Sobre el machismo... Señores menospreciando mujeres, sentando cátedra sobre lo que no saben ni quieren aprender son prácticamente todos. Ahora quizá más que entonces, que ya es decir. Y es que el único camino para aprender sobre algo es reconocer que se ignora.
Muy interesante, Carlos, y gracias por la oportunidad de hablar de esto.

1984 dijo...

Ahora de Umbral la gente se acuerda, si se acuerda, del quiero que hablen de mi libro. Pero nadie se acuerda de leer sus libros. Yo he leído bastantes libros de Umbral (no el que reseña Carlos) y efectivamente era brillante, tenía relumbrón y hasta inteligencia, pero cansa. Era poco imaginativo. Sus novelas no son novelas sino pajas mentales, eso sí, muy bien escritas. Sus ensayos literarios son arbitrarios. Insultaba demasiado. Y era un poco gilipollas, afectado y ególatra. Claro que si su obra fuera de primera categoría el anecdotario ya se habría olvidado. Pero precisamente es el anecdotario lo que mejor resiste, porque su obra, inmensa, sencillamente no era de gran calidad. De un autor queda sus obra, si esta merece la pena. Lo de Umbral fue pasmo de un instante y murió. Es interesante el paralelismo con Cela, aunque el de la palangana fuera mejor escritor que el de la bufanda. Tampoco demasiado mejor.

Juan G. B. dijo...

Perdónpor intervenir de nuevo, pero es que tanto la cubierta como el tema de este libro me han recordado una película de aquellos años de destape, transición, etc., creo que de Garci, que vi hace tiempo (en la tele, que tampoco soy tan viejo). Era sobre una familia de la emergente clase media española que pasaba el fin de semana en un chalet de la sierra o algo así; el padre, interpretado por Alfredo Landa, estaba montando un puzzle con la foto de una chica desnuda, y cuando lo terminaba, su mujer le preguntaba que a ver por qué no había puzzles de ésos con un señor...
En cuanto a Francisco Umbral, poco puedo aportar, porque los dos libros suyos que leí me quitaron las ganas de repetir. Ni siquiera me gustaba demasiado como columnista, pese a las continuas alabanzas que recibía en su momento. Eso sí, en el contencioso Umbral/Mercedes Milá (si es que no fue todo una añagaza del programa) no tengo dudas sobre quien fue más impresentable: la Milá, seguro...

Carlos Andia dijo...

Vaya, he llegado un poco tarde y me encuentro tantos comentarios y tan bien fundamentados que me queda ya poquito que añadir.

El libro es más bien una digresión alrededor del erotismo, algo muy propio del momento en que se escribió, y Umbral lo presenta en principio como una especie de teoría aunque muy pronto se dedica a divagar sobre aspectos más o menos conexos, incluso algunos en una órbita bastante más lejana. La cuestión es que en mi opinión este señor escribe con solvencia, con soltura y hasta con algo de gracia, y el conjunto resulta bastante atractivo aunque el objeto pueda no tener demasiado interés, sobre todo medio siglo después.

Como habéis apuntado, asoma su estilo de columnista, de trazo rápido y a veces incisivo, lo que da al libro una impresión de ligereza que quizá Umbral no pretendía. Así que algunas luces y otras tantas sombras.

Un saludo y gracias a todos por vuestras opiniones.

Unknown dijo...

Mil gracias Carlos por traerme a la memoria a umbral qué junto con cj cela me llevan a una época qué no volverá.. No sé si mejor o peor que esta pero me gustaba más.. Me he retirado de la tv. Y me refugio en libros periódicos de papel y en blogs como el vuestro.. Reitero las gracias Carlos.. Mayor Thompson

Carlos Andia dijo...

Pues sí charlamos agradablemente y lo pasas bien con nosotros, todos encantados, Mayor.

Un saludo!

Anónimo dijo...

Buenos días: vaya por delante que no he leído este tratado. Y vaya por delante también que Umbral, como persona, no me caía demasiado bien. Pero decir que su obra no superará el paso del tiempo ne parece injusto. Mortal y rosa, por ejemplo, es una de las obras más hermosas de la literatura española del último siglo y, si las generaciones venideras no la releen y disfrutan será una auténtica desgracia para la cultura de este país.

Unknown dijo...

Umbral era un crack.. Kempes 19

Montuenga dijo...

Muy de acuerdo. Y aprovecho para comentar que Mortal y rosa está reseñada en Un libro al día.