miércoles, 10 de abril de 2019

Jay McInerney: Luces de Neón


Idioma original: inglés
Título original: Bright Lights Big City
Año de publicación: 1984
Valoración: recomendable

No recordaba lo poco atractivo que me resulta el uso de la segunda persona en la ficción hasta que empecé a leer esta novela, primera de su autor, treinta años atrás que parecen una eternidad. Pero aunque nos parezca más cercana cierta narrativa de los años 60, quién puede asegurar que los excesos de finales de los 80 no vayan a regresar si nuestras sociedades no empiezan a actuar como si los aprendizajes de la crisis actual (la que vino para quedarse) no sirvieran de nada.
Porque Luces de neón es una novela de excesos, y habría que emparentarla con cierta oleada de obras y autores de su época en el uso del estereotipo del triunfador vacío y desolado, su ascenso y previsible caída. McInerney se alinearía junto a Easton-Ellis, Coupland (que los bautizó en Generación X), incluso alguna obra de Martin Amis, en el empleo de ese perfil.
Y la segunda persona a la que aludo no deja de ser paradigmática: no sabemos el nombre del protagonista de esta novela. El narrador parece advertirle, recriminarle, aleccionarle sobre todas las barbaridades y el narrador podría ser el propio protagonista ante un espejo mirándose a los ojos y recreándose en la desgracia y en lo bajo que uno puede caer. Y claro, las ciudades, aquí Nueva York, como ejemplos perversos de la soledad entre la multitud, del anonimato entre las caras conocidas.
La historia: nuestro hombre trabaja en una revista encargándose de verificar que los datos que se incluyen en los artículos son veraces y rigurosos. Es una revista de enorme prestigio y tirada y ningún error puede ser tolerada pues tiene millones de lectores. Pero nuestro nombre ha sido abandonado por su esposa, modelo (irónico que él fuese quien la empujara a esa profesión y ahora lo deje colgado quedándose en París), y a él, a saber si por la frustración de su trabajo (bien retribuido, pero él querría escribir ficción), o por cierta pérdida que se manifiesta a final de la novela, se deja llevar por lo que se llama (perdón por el tópico) una espiral de destrucción de juergas, excesos, descontrol y cocaína. Mucha cocaína. La novela parece en algún momento tener cierto tono moralizante. Nuestro protagonista se deja llevar por amistades hacia cualquier juerga que se precie en esa ciudad que nunca duerme. Disfruta de una relativa celebridad y todo el mundo le pregunta por Amanda, y él siempre tiene alguna excusa para justificar su ausencia, alguna de ellas macabra como pocas. El abuso del tren de vida le ha llevado a una curiosa situación: no sabe nada de sus amigos, de sus compañeros de trabajo, todos ellos tienen alguna especie de mote que define más su actuación profesional que su personalidad real, nuestro hombre ya solo vive para su adicción y para adentrarse en noches a las que siguen mañanas en que no sabe ni dónde ha acabado.
Todo suena un poco excesivo y puede que hasta irreal, ciertamente la novela se sustenta en ese pozo de confusión que es la adicción y ciertas escenas se antojan como poco posibles. Puede que suene un poco caduca (esto ya lo dije de Menos que cero), pero su parte central resulta una curiosa y hasta homérica crónica de un descenso, y eso hace la novela valiosa como testimonio de una época que, pero esto ya es un juicio muy personal, tampoco podemos dar por cerrada del todo.

La novela fue llevada al cine, película que protagonizó un Michael J. Fox algo inadecuado y contó con una excelente banda sonora que, curioso, omitió a los Talking Heads, único grupo que, a través de la mención de sus letras, está presente en la novela.


2 comentarios:

Pablo GP dijo...

Hola Francesc.
Buscando información sobre el autor en internet descubro que el libro fue publicado en 1984, un año antes que Menos que cero, y que la película sobre el libro es de 1988.
Saludos

Francesc Bon dijo...

Anda. Tomé la info de la traducción al catalán (bastante rígida) que leí. Pues lo modifico en cuanto pueda. Saludos y gracias!