miércoles, 28 de septiembre de 2016

David Foster Wallace: El rey pálido

Idioma original: inglés
Título original: The pale king
Año de publicación: 2011
Traducción: Javier Calvo
Valoración:  auténtico


"Todas las posibilidades están abiertas"

Esto digo cuando, a las alturas de la página 55, comento estar leyendo este libro. Porque es muy difícil enfrentarse a una lectura así, más si empieza uno a estar familiarizado con el autor, y se tienen en cuenta los detalles que paso a intentar explicar. 
Es una novela inacabada, pues parte de una composición (la redonda cifra de 50 capítulos, más cuatro escenas adicionales para esta edición) llevada a cabo por el editor del autor y prologuista de la novela, Michael Pietsch,  en función de un montón de texto suelto hallado entre ordenador, notas, esquemas y borradores. Así que el autor no ha aportado, y ni siquiera de forma consciente, más que su materia prima, sin otorgar beneplácito a su orden y estado de finalización.
Y es la novela en la que el autor se hallaba trabajando cuando puso fin a su vida en 2008 (así que ya sabemos que llevó más de dos años organizar el texto), por lo que uno puede, como si la propia experiencia de la lectura no deparase suficiente intensidad, empeñarse en buscar esos indicios de insatisfacción con la existencia que condujeron a tan tajante decisión; uno puede especular, como se hace por ahí, sobre ese capítulo 22 de fuerte tono confesional, o sobre las propias reflexiones encubiertas, o sobre el caos inicial en que nos sume el capítulo 1, mezclando la descripción de un aterrizaje con jerga propia de contabilidad y finanzas. O sobre ese incómodo ataque a la figura de la bondad y la predisposición absoluta que es el capítulo 5, apoteosis de lo mal que se acepta el buenismo, que bien pudiera ser tomado como el texto definitivo de la ridiculización del altruismo implícita a la lógica competitiva del capitalismo.
Porque esa es una de las ideas recurrentes en esta novela. Demostrar cómo es de colosal y jerarquizado el sistema fiscal americano y a qué ignotos intereses está orientado y entregado. Cómo ha dejado de ser un servicio para pasar a ser una empresa. No nos obstinemos, por eso, en cuadrar cualquier momento o exigir la perfección. No aquí. Lo que es prácticamente seguro, por una cuestión puramente estadística, es que David Foster Wallace no habría publicado el libro tal como lo ha hecho su editor. Pero de eso a decir que esta no es una obra suya. Pues cómo no voy a valorarlo como "auténtico" Si sus 600 páginas están trufadas de sus construcciones espirales, de sus frases interminables pero sintácticamente inapelables, y de su inalcanzable nivel ¿Más pistas? El tema de esta novela (ah, hay que escribir una sinopsis) es el tedio, el aburrimiento, la rutina. Un moho que nunca duerme, un óxido que corroe y que arrastra a sus personajes ajenos y confusos. Empleados del Centro Regional de Examen de Peoria. Una instalación gris, anodina, laberíntica (la descripción de su edificio junto con la zona de aparcamiento adyacente, y cómo las diferentes zonas de ésta se completan, acapara un capítulo entero) que almacena papeles, despachos, empleados de distintos rangos con un fin común, perverso aunque sin tacha moral: inspeccionar declaraciones de la renta de particulares y empresas. Suministrar sangre al vampírico sistema fiscal americano desde una siniestra óptica empresarial. Ingresos vs costes, y lo que haya por el medio que se las apañe. Empleados que comparten esa extraña raigambre funcionarial, que tienen graves problemas dermatológicos, psicológicos, que llevan a inquietantes bebés a la oficina, que mueren en sus mesas sin que nadie se dé cuenta. Carpetas, normativas, impresos, casillas, protocolos, escalillas, rangos.

Y lo del famoso capítulo 22: no sería tan mala idea, ya que se ha hecho hasta con discursos, extraerlo de alguna manera. No por obsesión castradora; sino porque esa centena de páginas con entidad propia contiene muchos aspectos de la esencia de DFW. Su gusto (el episodio de la muerte del padre) por lo absurdo que coquetea con la estupefacción. Su descubrimiento de las miradas alternativas (el tedio como acceso al heroismo, si eso no es un oscuro homenaje a Bartleby), y sus concesiones personales (cómo repite "no sé si me explico bien").
Pocos escritores pueden comprender esta sociedad acelerada e hiperinformada y sintetizarla a base de hacer afirmaciones tan contundentes.
"La clave burocrática subyacente es la capacidad para soportar el aburrimiento. Para operar con eficiencia en un entorno que descarta todo lo que es vital y humano. Para respirar, por así decirlo, sin aire... Es la clave de la vida moderna. Si eres inmune al aburrimiento no hay literalmente nada que no puedas conseguir." 
Se puede alcanzar el final abrupto de esas 600 páginas sin llegar a decisión alguna, lo cual sería lógico y seguramente haya sido o llegue a ser un deporte de moda. O se le puede otorgar a un texto inconcluso una reseña inconclusa y decir toma coherencia y toma homenaje. Hasta podría zafarse uno de esa mínima cumplimentación y negar toda condición de obra y asirse a la fama de obseso perfeccionista para negar y negar y negar. Hasta, y esto sería muy propio, no juzgar la obra como unidad sino como partes. 
Pero no estamos para eso. El libro está ahí, alineado junto a otros concebidos, acabados y aprobados en las estanterías. En aplicación de la pura matemática del azar, uno de cada diez lectores podría empezar a leer a DFW por esta obra.
Así que la apreciación de este libro va a ser muy diferente en función de quien lo lea. El lector ocasional puede que renuncie furioso o desorientado ante el agresivo arranque. El lector experimentado, pero no iniciado sentirá curiosidad por cómo se avanza desde un punto de partida tan excéntrico. El lector ya bregado habrá de reconocer que el mencionado capítulo 5 es de una brillantez inúsita, a la altura de los mejores relatos cortos del autor, y reconocerá la naturaleza experimental de algunos otros pasajes, pero los comprenderá como contrapeso. Comprenderá hasta el capítulo 9, donde, empezando por ese confesional "Aquí el autor", el, erm "autor" se entrega a una serie de disquisiciones a veces exasperantes, a veces hilarantes, sobre la condición de la obra. Trufadas de notas que son las antítesis de la solemnidad que se le entiende a una nota al pie.
Bueno: el caso es que aquí no nos queda otra opción que ser claros. Leed este libro. Tenedlo en casa y dadle vistazos aunque sea de un par de páginas. Avanzad en él aunque parezca que sea contracorriente. Comprended esa certera frase de Eduardo Lago en la contraportada: "Parábola escalofriante del capitalismo tardío..." Ved como Foster Wallace radiografía a esa mediocre clase media baja que no ha accedido a las privilegiadas universidades de la Ivy League:
"En Philo, uno tenía que educarse independientemente de la escuela, y no gracias a ella; lo cual explica que todavía no se han movido de Philo y se dedican a venderse seguros los unos a los otros, a beber alcohol de supermercado, ver la tele y esperar el formalismo de su primer infarto"
Seguros-alcohol-supermercado-tele-formalismo-infarto.
Formalismo. Infarto.
Infarto.

O especulad si estas frases eran o no avisos de lo que se cernía
"...porque las luces fluorescentes de la sala de espera eran de color blanco grisáceo y resultaban cegadoras y no proyectaban sombra alguna, eran de esa clase de luz que te da ganas de suicidarte, y yo era incapaz de imaginarme cómo debía de ser pasar nueve horas al día bajo esa clase de luz..."
"Hasta ahora no se había planteado el suicidio ni una sola vez en la vida."  
Y, sin que ello sirva ni para confirmar ni para contradecir la valoración más o menos inteligible que nos obligamos a incluir, decir que, aunque se le haya otorgado la forma de novela, quizás El rey pálido deba ser considerado también, o más, como una especie de conjunto de relatos o hasta de escenas. La insistencia en incluir a Foster Wallace en una corriente de escritores a los que se ama o se odia (serie que empezaría por Pynchon, seguiría con DeLillo, y a la que parece que haya que añadir a Franzen), nos aboca a esa especie de dicotomía donde distintos fragmentos parecen ser literatura de alto nivel o palabrería incomprensible, dependiendo no solo de quién si no hasta de cuándo se valore. De ello ni tiene la culpa el autor, sino el desproporcionado impacto que las circunstancias de su muerte tuvieron sobre cómo se le valora. Está claro que vivimos en un mundo ávido de la designación de mitos o referentes (sobre todo en un campo tan inapelablemente respetable como las artes creativas) y que Wallace, igual que otros ejemplos dispares como Amy Winehouse o como James Gandolfini, disponía de los factores de la ecuación perfecta. Cosa que, en el fondo, no hace más que complicarlo todo.
El rey pálido, desde luego, es la última obra de la que se puede esperar que aporte unanimidad sobre la obra de DFW. De eso, al menos, estoy seguro. Bueno, quizás estoy seguro.

Mucho Foster Wallace ya en ULAD: aquí

7 comentarios:

Organica II dijo...

Hola, Francesc
¿Qué novela recomendarías para empezar con este (aparentemente) atractivo autor?

Anónimo dijo...

Alfgo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer

GPG dijo...

Los cuentos de "la niña del pelo raro"

Francesc Bon dijo...

Creo que cualquiera de sus recopilaciones de relatos o ensayos son válidas para tener una idea bastante fiel. Espero que algún dïa se reedite "Algo supuestamente divertido..." en su formato original, añadiendo al fantástico artículo que le da título una serie de relatos y ensayos que, en su conjunto, son muy representativos de su estilo. Gracias por los comentarios y por la ayuda!

Javier Ventura dijo...

Si me plantearan la clásica cuestión de elegir un solo libro para una isla desierta, me llevaba "la broma infinita"; por momentos genial, por momentos infumable. Eso sí, horas de lectura iba a tener unas pocas.

Anónimo dijo...

Pues yo siento discrepar.. Si acabara en una isla desierta con 'El rey palido' o 'La broma infinita' creo que lo primero que haría seria buscar un árbol del que colgarme. Libro totalmente prescindible, salvo por lo que has contado sobre la muerte del padre y la escena sexual cuando es confundido por otra persona. Un saludo.

Francesc Bon dijo...

Gracias por los dos comentarios completamente discrepantes: signo obvio de que DFW es incapaz de suscitar indiferencia.