Título original: Water music
Año de publicación: 1981
Traducción: Manuel Pereira
Valoración: muy recomendable... e incluso imprescindible
Así entre nosotros, esto de las valoraciones es un fastidio -por no utilizar un término más enérgico-; vale que puede ser divertido sentirse como un diosecillo por un momento y relegar a un misericordioso "se deja leer" o a un inmisericorde "decepcionante" al último fenómenos del mundo de las letras o incluso a todo un premio Nobel, pero lo cierto es que lo más frecuente (al menos en mi caso) es que uno no sepa muy bien cómo acertar para ser justo con la obra reseñada y, al tiempo con los seguidores de ULAD, a quien tanto debemos y tanto merecen... Por ejemplo, pongamos por caso que lees una novela que te subyuga hasta el entusiasmo y antes de llegar a la mitad de la misma, ya estás dispuesto a ponerle el "imprescindible"... pero, claro, antes de llegar a los tres cuartos tes das cuenta de que lo que muy bien te entusiasma a ti puede que no cause el mismo efecto en todos el mundo y además...caray, ¿le vamos a poner la misma valoración que, pongamos por caso, Madame Bovary...? Hombre, no sé, da cierto reparo... igual lo arreglamos con un "Muy recomendable" ¿no? Pues no, porque las ganas de ponerle el "imprescindible" te reconcomen hasta acabar el libro... y sin embargo... no acaba uno de decidirse.
Más aún cuando la novela es, como ésta, de lo más punki que uno pueda echarse al coleto. Y eso que lo que cuenta son las aventuras de un explorador del siglo XVIII, el celebérrimo Mungo Park -¿qué pasa?: os aseguro que en su momento no había nadie más famoso en el Reino Unido pre-Brexit-, el primer europeo que vio el legendario río Níger, se dio un chapuzón en él y volvió para contarlo. Pero la novela no deja de ser hija del año 81, una época grata para la iconoclastia y la heterodoxia; para que nos hagamos una idea, así comienza la novela de -el gran- T.C. Boyle:
"Mientras la mayoría de los jóvenes escoceses de su edad araban y sembraban con las faldas arremangadas, Mungo Park enseñaba las nalgas a Haj' Alí Fatoudi, emir de Ludamar." A partir de ahí -el gran- Boyle nos ofrece una narración apabullante, opulento en el relato de todas las miserias humanas que pueden concebirse, minucioso en los detalles más sórdidos y desesperanzadores, desapasionado como una miríada de insectos devorando un cadáver putrefacto, revelador de toda la hez que cabe en este mundo y en los mundos que hay dentro de cada mundo... tan escéptico sobre los hombres que casi es incapaz de despertar indignación alguna. Ante nuestros ojos pasarán viejas brujas purulentas, jerifaltes ensoberbecidos, ladrones de cadáveres, erotómanos pervertidos, sinvergüenzas de toda ralea y condición.... y eso sin apenas salir de Inglaterra; en los territorios africanos nos aguardan también moros crueles y fanáticos, mandingas avariciosos, caníbales sonrientes, fieras salvajes e inmisericordes, enfermedad y podredumbre sin mitigación posible. Y sobre todo, una Naturaleza avasalladora, asesina...
Tampoco es que Mungo Park no fuese el hombre indicado para domeñar a los elementos y sortear las trampas de la Fortuna... Bueno, en realidad no lo era, o por lo menos no es esa la visión de él que nos ofrece -el gran- Boyle: el héroe escocés se nos presenta como un joven intrépido y ambicioso, sí, pero como todos, sometido más a los designios del dios Azar que de la Fortuna, zarandeado y arrastrado como una ramita por el agua de un arroyo que desemboque en ese río que andaba buscando como un enajenado. y los demás personajes que le acompañan o que cruzan por esta novela tampoco parecen mucho más dueños de su propio destino que él: ni su guía el bibliófilo Johnson, ni su prometida Ailie, ni el prometido de su prometida (es una lega historia, George Gleg), ni su enemigo el bereber Dassoud; ni mucho menos el superviviente nato Ned Rise, ni su beodo amigo Boyles, ni su amor arrebatado Fanny Brunch... Ni el mismísimo rey de Inglaterra, más loco que una cabra, parece ser dueño de su destino. Ni el lector de la novela, que se deja, sin otra posibilidad, arrebatar por una historia que te lleva a lo largo de dos continentes, de un sinfín de penalidades y maravillas casi secretas, te deja exhausto ante el despliegue de crueldad de la que es capaz el ser humano, casi sin darse cuenta, como niños que juegan a verter agua hirviendo sobre un hormiguero. O dioses que se divierten contemplando cómo los hombres dan tumbos de aquí para allá, persiguiendo, con más o menos convicción, sus -nuestros- sueños y sus infortunios, que nosotros confundimos con designios.
Y sobre todo, el lector -este lector- se queda maravillado por la prosa, de -el gran- T. C. Boyle, capaz de la mayor precisión posible con una prosa sobria e impresionista, erudita pero no pedante, rica pero no grandilocuencia, sensible sin caer en la sensiblería... ¡qué narices, le voy a poner un "imprescindible"!
Más aún cuando la novela es, como ésta, de lo más punki que uno pueda echarse al coleto. Y eso que lo que cuenta son las aventuras de un explorador del siglo XVIII, el celebérrimo Mungo Park -¿qué pasa?: os aseguro que en su momento no había nadie más famoso en el Reino Unido pre-Brexit-, el primer europeo que vio el legendario río Níger, se dio un chapuzón en él y volvió para contarlo. Pero la novela no deja de ser hija del año 81, una época grata para la iconoclastia y la heterodoxia; para que nos hagamos una idea, así comienza la novela de -el gran- T.C. Boyle:
"Mientras la mayoría de los jóvenes escoceses de su edad araban y sembraban con las faldas arremangadas, Mungo Park enseñaba las nalgas a Haj' Alí Fatoudi, emir de Ludamar." A partir de ahí -el gran- Boyle nos ofrece una narración apabullante, opulento en el relato de todas las miserias humanas que pueden concebirse, minucioso en los detalles más sórdidos y desesperanzadores, desapasionado como una miríada de insectos devorando un cadáver putrefacto, revelador de toda la hez que cabe en este mundo y en los mundos que hay dentro de cada mundo... tan escéptico sobre los hombres que casi es incapaz de despertar indignación alguna. Ante nuestros ojos pasarán viejas brujas purulentas, jerifaltes ensoberbecidos, ladrones de cadáveres, erotómanos pervertidos, sinvergüenzas de toda ralea y condición.... y eso sin apenas salir de Inglaterra; en los territorios africanos nos aguardan también moros crueles y fanáticos, mandingas avariciosos, caníbales sonrientes, fieras salvajes e inmisericordes, enfermedad y podredumbre sin mitigación posible. Y sobre todo, una Naturaleza avasalladora, asesina...
Tampoco es que Mungo Park no fuese el hombre indicado para domeñar a los elementos y sortear las trampas de la Fortuna... Bueno, en realidad no lo era, o por lo menos no es esa la visión de él que nos ofrece -el gran- Boyle: el héroe escocés se nos presenta como un joven intrépido y ambicioso, sí, pero como todos, sometido más a los designios del dios Azar que de la Fortuna, zarandeado y arrastrado como una ramita por el agua de un arroyo que desemboque en ese río que andaba buscando como un enajenado. y los demás personajes que le acompañan o que cruzan por esta novela tampoco parecen mucho más dueños de su propio destino que él: ni su guía el bibliófilo Johnson, ni su prometida Ailie, ni el prometido de su prometida (es una lega historia, George Gleg), ni su enemigo el bereber Dassoud; ni mucho menos el superviviente nato Ned Rise, ni su beodo amigo Boyles, ni su amor arrebatado Fanny Brunch... Ni el mismísimo rey de Inglaterra, más loco que una cabra, parece ser dueño de su destino. Ni el lector de la novela, que se deja, sin otra posibilidad, arrebatar por una historia que te lleva a lo largo de dos continentes, de un sinfín de penalidades y maravillas casi secretas, te deja exhausto ante el despliegue de crueldad de la que es capaz el ser humano, casi sin darse cuenta, como niños que juegan a verter agua hirviendo sobre un hormiguero. O dioses que se divierten contemplando cómo los hombres dan tumbos de aquí para allá, persiguiendo, con más o menos convicción, sus -nuestros- sueños y sus infortunios, que nosotros confundimos con designios.
Y sobre todo, el lector -este lector- se queda maravillado por la prosa, de -el gran- T. C. Boyle, capaz de la mayor precisión posible con una prosa sobria e impresionista, erudita pero no pedante, rica pero no grandilocuencia, sensible sin caer en la sensiblería... ¡qué narices, le voy a poner un "imprescindible"!
8 comentarios:
Excelente reseña Juan G. También me pareció una gran novela, casi imprescindible. Por el tipo de héroe y cierta forma narrativa me ha recordado a la maravillosa "El plantador de tabaco" de John Barth. Me acabo de terminar "Las mujeres" del mismo autor y me ha dejado con más ganas de Boyle. Como bien dices, erudito, pero sin caer en la pedantería.
Un saludo
Me lo apunto. Hace algunos años leí "El fin del mundo" del mismo autor y me pareció una novela muy interesante. Siempre me quedé con ganas de leer otra obra suya!
Hola a los dos:
Luis, tienes mucha razón, a mí también esta novela me recordó a "El plantador de tabaco", pero se me ha pasado comentarlo en la reseña. La diferencia, creo yo, está precisamente en que a Barth sí se le nota cierta, si no pedantería, sí "vanidad de escritor" o ambición por demostrar de lo que es capaz, mientras que en el caso de la novela de Boyle, todo está exclusivamente al servicio de la historia que cuenta, me parece a mí... (no sé si es significativo, pero Barth publicó su novela a los 30 años y Boyle a los 33, creo).
Javier, yo creo que también repetiré con Boyle, al que tenía ganas desde hace tiempo...tal vez "El balneario de Battle Creeek", aunque ya he visto la película, o probaré con la que tú mencionas, ya veré...
¡Gracias a los dos por vuestros comentarios y un saludo!
Me ha parecido un gran libro, con una prosa muy interesantes, bonita, amena y fluida sobre esa África desconocida, inhóspita, en donde las distintas tribus y asentamientos son un mundo extraño, increíble y también impredecible y riesgoso; un continente con una naturaleza increíble, atrayente, magnética, pero también oscura, imponente, colosal, hostil y difícil, en donde el protagonista no puede menos que intentar sobrevivir a cada momento.
En esos aspectos me ha recordado mucho a El Corazón de las Tinieblas de Conrad; y a otra novela genial que recomiendo mucho: La Vorágine de José Eustasio Rivera.
Saludos.
Hola, anónimo:
Como puedes leer en la reseña, coincido con tu apreciación. No conozco "La Vorágine", pero me la apunto; en cuanto a "El corazón de las tinieblas", creo que resulta interesante relacionarla con esta de Boyle, porque son dos novelas que cuentan dos momentos determinantes en la historia de África y su colonización: una, la época de los exploradores "románticos" y aparentemente desinteresados (más allá de la gloria personal), la otra la de la explotación colonial más descarnada y hasta aberrante. Como ilustración previa a estas dos, yo te recomendaría "El virrey de Ouidah", de Bruce Chatwin, sobre un traficante de esclavos en Dahomey.
Gracias, por supuesto, por tu comentario y tus recomendaciones, y un saludo.
Wuau. Entre sus libros favoritos estos años obras de Barth, Gaddis y Boyle. Qué fijación tiene con la literatura contemporánea estadounidense? Cuál será el siguiente en caer? Chan chan chaaaan
?
Hola Anónimo:
perdón, se me había pasado la pregunta; gracias por recordármela con este simpático signo de interrogación.
Lo que ocurre es que, precisamente yo, entre todos los que elaboramos o hemos elaborado en el pasado este blog, no soy quien frecuenta más la literatura contemporánea estadounidense, creo. Pásese por el historial de alguno de mis compañeros y lo comprobará. Sí que he leído a estos tres (poco, en realidad, aunque sean autores de obras "tochas") , y, si tuviese que quedarme con uno de los tres, sin duda elegiría a Boyle. Espero leer pronto más novelas de él.
Un saludo y gracias por visitarnos.
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