viernes, 26 de agosto de 2011

David Grossman: La vida entera


Título original: Ishah borahat mi-bsora
Idioma original: hebreo
Año de publicación: 2010
Valoración: Está bien


Con este libro me ha pasado algo curioso, hasta más o menos una cuarta parte de sus 807 páginas me parecía un relato de lo más atractivo – los episodios del hospital y del taxista son espléndidos – pero la intensidad desciende tanto a medida que se pasan las hojas, se hace tan repetitivo, se va tanto por las ramas que según avanzaba mi valoración iba bajando, digamos que cada 150 páginas perdía un punto. Hay novelas extensísimas a las que no sobra ni una letra, pero si la densidad se convierte en relleno acaban resultando pesadas y cuanto más se avanza más aumenta el fastidio. Para rematar, el desenlace resulta decepcionante pues no revela por qué hombre se decide finalmente la protagonista y tampoco lo que le ha ocurrido al hijo. Sabemos que Grossman tiene que callar este segundo aspecto pues no puede salvar al ajeno habiendo perdido el propio ni desvelar un desastre que es el suyo y que acaba de suceder; sin embargo, después de haber visto desmenuzar el viaje y las peripecias de los personajes hasta la extenuación (sin que tanto detalle les preste excesiva consistencia) mi único aliciente era la intriga.

No voy a quitar a Grossman los méritos de su profundo conocimiento del ser humano ni de una maestría narrativa fuera de toda duda que se concretan en una ágil narración y un manejo impecable del diálogo, incluyendo ademanes y silencios, que la traducción se encarga de resaltar. Reconozco que me he encariñado con Sami, el taxista musulmán que sintiéndose en campo ajeno aguanta estoicamente, con el entrañable Abram y a veces también con Ofer, el hijo menor de Ora, pero el atractivo que parecía tener ésta, va diluyéndose a medida que naufraga su largo testimonio. Una novela debe imitar a la vida real sin tratar de reproducirla, ya que los momentos insignificantes forman parte de la experiencia vital pero si aparecen descritos con la misma minuciosidad resultan insoportables.

El objetivo es de lo más atrayente: mostrar en qué se convierte la vida después (y durante) los conflictos bélicos, cómo estos desgastan la amistad, cómo desconciertan a los que creen que se aman, cómo angustian a unos padres que no dejan de imaginar lo que puede estar pasando en el frente, cómo destrozan el futuro de los que vuelven siendo otros. Sin olvidar uno de los momentos más logrados: el esbozo que hace al principio de la difícil convivencia entre vecinos, del absurdo que se vive a diario entre personas que se conocen bien y se aprecian aunque su pertenencia a bandos distintos les impida demostrarlo, de la ambivalencia de sentimientos, la culpabilidad, la conciencia del peligro y la sensación de incomodidad que se presentan en situaciones lamentablemente demasiado comunes.

Recuerdo una frase de Bécquer que venía a decir: hay que dejar pasar el tiempo para hablar de las vivencias que más nos han impresionado pues si escribimos bajo su efecto el resultado necesariamente flojea. No puedo estar más de acuerdo, y estoy segura de que el mayor escollo que encuentra el autor – y que no consigue salvar – es precisamente el viaje (interior y exterior) que Ora lleva a cabo en la novela y que se aproxima bastante al que Grossman mismo ha debido realizar para escribirla. Ambos pretenden desafiar a la suerte, envolver al hijo que está en el frente con una especie de hechizo a base de palabras y esto nunca es garantía de éxito. El soldado no por ello queda a salvo, la hebra invisible que ella sujeta por un extremo para proteger al hijo que hay en el otro probablemente no exista, y la literatura se convierte en palabrería desde el momento en que novelista y personaje pretenden alargar el discurso indefinidamente como si fuera un infalible talismán.

2 comentarios:

Nuria dijo...

A mi me pareció aburridísimo. En la página 250 aproximadamente decidí que ya no podía más y lo dejé.

Montuenga dijo...

Estamos de acuerdo, Nuria. En la clasificación del blog, un "Está bien" viene a ser un aprobado raspadito. Si te aburrió esa primera parte, que es la más amena con diferencia, imagínate el resto. Te cuenta hasta el número de hojas que tienen los árboles que ven (y no exagero tanto).
Tiene algunas cualidades, como el estilo y las otras que explico ahí arriba pero creo que se le fue de las manos por exceso de implicación personal. (A él le estaba ocurriendo lo mismo que a al protagonista y con el libro intentaba hacer lo que hizo ella con su caminata)
Pero creo que el autor merece la pena, (o quizá no). En cualquier caso tendré que seguir leyéndole.