sábado, 26 de enero de 2019

Jaime Bayly: La noche es virgen

Idioma original: castellano
Año de publicación: 1997
Valoración: Está bien/Recomendable








El año 1997 el XV Premio Herralde de Novela recaía en Jaime Bayly, un joven autor peruano muy famoso en la esfera mediática latinoamericana. Este presentador, periodista y escritor de treinta y dos años ya contaba con otras tres novelas publicadas y una de ellas, No se lo digas a nadie, estaba a punto de ser adaptada al cine. 

El motivo de empezar con algunos antecedentes no es otro que arrojar algo de luz sobre la particular mirada de este autor puesto que sus novelas suelen habitar el terreno de la auto ficción. Y es que Jaime Bayly era y es un personaje controvertido y provocador que, por poner algunos ejemplos, hace años declaró públicamente su bisexualidad, besó a Boris Izaguirre en el mítico Crónicas marcianas y continuamente juguetea (agitando el avispero) con la posibilidad de postularse a la presidencia de Perú. 

Resumen resumido: con veintitantos años, Gabriel Barrios, guapito y de familia acomodada, triunfa con su programa nocturno en la televisión pública peruana. Aparentemente lo tiene todo para ser feliz, sin embargo pasa las noches consumiendo marihuana y cocaína, y practicando sexo promiscuo. Gabriel piensa que es desgraciado porque en Lima no puede vivir su homosexualidad libremente y por ello fantasea con la idea de irse a vivir a Miami, hasta que una noche conoce a Mariano, el atractivo cantante de una banda roquera local. 

El tema principal de la novela es la búsqueda del amor (o la cruzada contra la soledad) lo que puede sonar manido o poco interesante, pero —vosotros lo sabéis, yo lo sé y Jaime Bayly también lo sabe— el interés no está en la historia si no en cómo se explica y Bayly esgrime una voz muy muy particular para relatar las andanzas de su protagonista Gabriel Barrios: busca el efecto de una oralidad deliberadamente adulterada que nos hace desconfiar continuamente del narrador; la carga irónica también es un rasgo distintivo de esta voz pesimista e inteligente que aprovecha cualquier oportunidad para dar la estocada, a lo que hay que añadir el uso de un lenguaje muy coloquial y un tono que fluctúa con habilidad entre lo taimado, lo grosero, lo crítico y lo desgarrado. Desde el punto de vista formal, se prescinde de las mayúsculas, se integra el estilo directo de los diálogos dentro de los párrafos y el protagonista igual narra en primera persona como se pasa puntualmente a la segunda para dirigirse a un tercero o al propio lector, todo dentro del mismo flujo de conciencia que recorre la novela de principio a fin. 
«(…) qué linda mi mamá, tan espiritual ella, tan desapegada de las cosas materiales porque tiene cuatro empleadas, chofer y jardinero. y cuando el papa polaco vino a lima (papa, amigo, yo no estoy contigo; papa, amigo, yo no estoy contigo), cuando el papa polaco llegó de lo más viajero y papamóvil, mi madre entró en trompo y se entusiasmó como una quinceañera con los menudos y fue a todos los mítines del polaco y cantó hasta perder la voz y fue hasta una barriada de brownies para escuchar en vivo el discurso del papa, al papa unplugged digamos (…)» 
La personalísima mirada de Bayly arrastra al lector hasta una esfera muy íntima de la relación entre Gabriel y Mariano. A pesar de que el personaje de Gabriel Barrios no cae bien —su seductora ironía no compensa el hecho de que es un fenomenal capullo frívolo e inmaduro— el desgarro y la entrega amorosa en la que está apresado funciona como un infalible resorte empático que el lector difícilmente puede eludir, pues quién no ha tenido algún malogrado amor de juventud que le haya dejado más o menos huella. 
«(…) siento su cuerpo flaquito pegadito al mío, qué rico, (…) y le busco su boquita y él se deja y le doy un beso suavecito, despacito, con mucho cuidado, y me quedo con un sabor a sangrecita en la boca y le digo en el oído ya somos hermanos de sangre. luego nos metemos a la ducha calientita y yo lo jabono con cuidado porque au, carajo, cómo duelen estas heridas, y después lo seco despacito y le digo eres tan lindo, mariano, mañana mismo te compro tu guitarra» 
Y esos momentos alcanzan una gran intensidad también porque contrastan con el resto del texto que rebosa mala baba hasta el punto que mis afirmaciones anteriores sobre Gabriel Barrios se quedan cortas ante la cantidad y variedad de comentarios racistas, clasistas, machistas o simplemente soeces que desfilan a lo largo de toda la novela: 
«(…) la vieja, con una cara de no haber tomado desayuno, de haber sufrido las punteadas de los mañosos en el micro, de no haber cagado hace tres días, de tener el coño seco-reseco, de haber tenido su último orgasmo antes del asesinato de Kennedy (y me refiero a Jack, no a Bobby), la vieja le dice a mariano ¿qué has estado haciendo?, ¿qué has estado haciendo que apestas a drogas, ah? (…)» 
Gabriel Barrios habla desde un futuro no muy lejano en el que parece que, finalmente, se ha instalado en Miami. Es una voz que, a pesar de su severa mordacidad hacia Lima la horrible, su gente y los hechos acontecidos, destila cierta nostalgia. ¿Habla un Gabriel Barrios que ha madurado lo suficiente para relativizar sus propias tribulaciones de juventud? ¿Está arrepentido de haberse ido o simplemente tampoco ha encontrado la felicidad en Miami? ¿Utiliza su relato para exorcizar y gestionar su frustración presente o es una autocrítica/sátira hacia el tipo inmaduro y malcriado que fue? Es difícil saberlo dada la naturaleza poco fiable del narrador pero, en todo caso, esta es la cuestión que presenta mayor calado en la novela y que se presta a la reflexión tras la lectura. 

La noche es virgen me ha gustado tanto como cuando la leí hace veinte años, recién publicada, aunque el recuerdo que sin embargo me quedó de ella fue el de una historia superficial contada con bastante gracia; tal vez porque la voz de Gabriel es un artificio tan complejo y poderoso que, sumado al estilo ágil y la ironía del texto, hace que las páginas vuelen en medio de esta historia tan auténtica de (des)amor. Y a veces confundimos lectura fácil con superficialidad. 

En cuanto al título, La noche es virgen resulta muy acorde con la historia que se explica. Decir que la noche es virgen me sugiere que en el ámbito de la noche puede suceder cualquier cosa inesperada o (si nos ponemos al nivel canalla de la novela) que de noche —con platita, cara bonita y un programa en la tele— puede uno hacer lo que le dé la real gana.

Sobre la portada, no hay dudas: El martirio de San Sebastián es una imagen recurrente, casi icónica, para el colectivo gay. ¿Cómo llegó San Sebastián hasta ahí? Aquí unas reflexiones al respecto.

5 comentarios:

lupita dijo...

Hola, Beatriz!!!

Después de leer tu reseña, y el artículo tan interesante sobre San Lorenzo y su simbología, no sé qué puedo añadir. Es que este libro en concreto, que leí el año pasado, me encanta. Me lo pasé super bien, con todo: con su parte frívola, con las descripciones trágicas de su sufrimiento por amor, con la autocrítica feroz que hace hacia él mismo, sabiéndose blanquito, guapito y un capullo total. A pesar de todo ello, yo también encuentro una gran ternura subyacente en el libro, que convive con la superficialidad más descarada.

La verdad es que si lo hubiera leído hace 20 años quizás no me hubiera gustado tanto. Entonces triunfaban las payasadas de su amigo Boris en España y yo aún estaba en aquella fase (que muchos han pasado) de creer que la frivolidad iba en contra de la normalización (palabra de ahora, no de los 90)de la homosexualidad.
Ahora no, ahora me divierte mucho, y si este libro lo disfruté, el último de Boris (también con tintes autobiográficos) no lo he disfrutado menos.

Por último, esas referencias que hacen a la noche, me recuerdan a uno de mis poemas favoritos, que copio con permiso de los lectores por aburrirles, y cuya lectura se puede obviar.


La noche blanca

Cuando la sombra cae, se dilatan tus ojos,
se hincha tu pecho joven y tiemblan las aletas
de tu nariz, mordidas por el dulce veneno,
y, terrible y alegre, tu alma se despereza.

Qué blanca está la noche del placer. Cómo invita
a cambiar estas manos por garras de pantera
y dibujar con ellas en tu cuerpo desnudo
corazones partidos por delicadas flechas.

Nieva sobre el espejo de las celebraciones
y la nieve eterniza el festín de tus labios.
Todo es furia y sonido de amor en esta hora
que beatifica besos y canoniza abrazos.

Para ti, pecadora, escribo cuando el alba
me baña en su luz pálida y tú ya te has marchado.
Por ti, cuando el rocío bautiza las ciudades,
tomo la pluma, lleno de tu recuerdo, y ardo.





Saludos

Nota: he usado tres paréntesis para el odio/disfrute del lector.

Beatriz Garza dijo...

Lupita, gracias por comentarios tan enriquecedores, no sé si has obviado deliberadamente el nombre del autor/a del poema o ha sido un despiste pero me encantaría saber quién es.
Un abrazo y gracias por comentar.

Lupita dijo...

Se me ha olvidado. Es de Luis Alberto de Cuenca, y está en un disco de Loquillo cantando sus poemas ( Su nombre era el de todas las mujeres) Para mí está muy bien versionado, ya que se ve que el cantante y el poeta conectaron muy bien.
Esto me ha recordado que el primer libro de Bayly, sobre su despertar sexual y homosexualidad salió con ayuda de Vargas Llosa, con el que luego ha peleado tanto por diversas cuestiones.Claro que Bayly debe tener muchos enemigos.

Me doy cuenta que todos los hombres de arriba comparten algo: suelen ser admirados y odiados por igual, incluso a la vez.

Saludos de nuevo

Marc Peig dijo...

Leí «Los amigos que perdí», de Bayly, cuando se publicó en castellano en el año 2000, y no me terminó de convencer a pesar de que la intención del libro y su argumento me pareció interesante. Puede que me ocurriera como lo que apunta Lupita, que lo leí demasiado "pronto". En cualquier caso, muy buena reseña, Beatriz.
Saludos
Marc

Beatriz Garza dijo...

Ah, pues a lo mejor tienes que darle otra oportunidad al señor Baily! ;D