miércoles, 21 de septiembre de 2016

Aude de Tocqueville: Atlas de las ciudades perdidas

Idioma original: francés
Título original: Atlas des Cités Perdues
Año de publicación: 2014
Traducción: Albert Ollé
Valoración: entre recomendable y está bien

Todos los que hemos pasado horas y horas de nuestra niñez (y no sólo de la niñez) ojeando atlas y soñando con países o ciudades lejanas sabemos de la fascinación y embeleso que son capaces de producir esos nombres en lenguas extranjeras, esos puntos donde se entrecruzan tortuosas carreteras o líneas de ferroviarias, esos puertos en mares escondidos... Más aún si hablamos de un atlas histórico, que nos muestra los mapas de reinos o imperios desaparecidos; incluso si se trata, sin más, de una edición ya periclitada (no hace falta que sea muy antigua: hace poco más de veinte años todavía existían la Unión Soviética y Yugoslavia, por ejemplo). Seguramente lo mismo le ocurriría a la autora de este libro, sólo que, en vez de dedicarse a la pura ensoñación, ella se planteó conocer qué había ocurrido con todas esas ciudades que en algún momento habían florecido como centro de la vida humana, para luego desaparecer o acabar deshabitadas, por los más diversos motivos. Incluyendo alguna que, si no ha pasado aún a mejor vida, lo parece...

El resultado es este atlas, tal vez un poco heteróclito, pero subyugante, que recorre cuatro continentes y multitud de historias, de épocas, de leyendas... también algún que otro mito, o casi. Encontramos aquí ciudades arrasadas por desastres naturales (Pompeya, claro; Balestrino, también en Italia) o humanos (Kantubek, en el mar de Aral, donde los científicos soviéticos elaboraban armas biológicas, o Prypiat, junto a Chernóbil donde... bueno, ya se sabe lo que pasó). Tampoco podían faltar las muchas destruidas por la guerra: desde Agdam, en Azerbayán, a la legendaria fortaleza de Masada; la chipriota Varosha, atrapada en tierra de nadie o, cómo no, la antigua Hiroshima, no hace falta decir dónde... Ciudades que vivieron momentos de gloria y esplendor, como la capital del reino jemer, Angkor o la del Imperio mogol de Akbar, Fatehpur Sikri; otras, de dimensiones mucho más modestas, conocieron al menos algún momento de riqueza y se evaporaron cuando desapareció ésta: es el caso de muchas ciudades mineras a lo largo y ancho del globo, como Kolmannskuppe, en Namibia, famosa por sus diamantes o Bannack, típico pueblo minero del Oeste americano. Lo mismo que Humberstone, en Chile, cuna de la peculiar cultura "pampina".

Algunas ciudades han conocido una segunda  gloria (o primera) gracias al cine: Bam, en Irán, que sirvió de escenario para la versión cinematográfica de El desierto de los tártaros, o la japonesa isla de Hashima, que aparece en Skyfall. También, quién lo diría, a los videojuegos: la ciudad minera de Centralia, en Pennsylvania, evacuada por culpa de un incendio subterráneo de carbón, es la que ha servido de inspiración para el conocido juego (y consiguiente película) Silent Hill. Incluso encontramos localidades que no han sido nunca habitadas (el centro vacacional nazi de Prora, que iba a ser una especie de Marina d'Or sólo para arios), que no han sido concebidas para ser habitadas (Jeoffrécourt, en el norte de Francia, campo de entrenamiento de las tropas de la OTAN para la guerra urbana), o que no se sabe si serán alguna vez habitadas -al menos en el momento de editarse el libro- como la Nova Cidade de Kilamba, en Angola.

A esta última categoría pertenece la aportación española al atlas: sí, señores, nada menos que Seseña (en realidad, Nueva Seseña), el sueño húmedo de ese constructor conocido como Paco el Pocero y que es uno de los símbolos de la burbuja urbanística que vivió España a comienzos de este milenio y que tantos economistas, políticos y periodistas supieron prever... cuando ya nos había estallado en las narices. A decir verdad, no se trata de una "ciudad fantasma", propiamente dicha, y es incluso posible que alguno de nuestros seguidores nos lea desde allí (un saludo, en ese caso); en cualquier caso, da un poco de cosica -por no decir la demasiado familiar spanish shame- ver la creación del Pocero en la misma lista que ciudades tan míticas como Babilonia, Teotihuacán, Cartago o Antinóopolis, fundada por el emperador Adriano en el mismo lugar donde se ahogó su amado Antinoo. En fin, será el signo de los tiempos...

6 comentarios:

Carlos Andia dijo...

Jopé, al primer vistazo he pensado que se trataba del ilustre Alexis, y me he dicho ah! pero este hombre también escribía de ciudades perdidas? Bueno, es lo que tiene no fijarse.

Pues a mi me gustan mucho este tipo de temas, así que me lo llevo a la lista de pendientes.

Saludos!

Juan G. B. dijo...

Hola, compañero: yo también pensé que la autora tenía algo que ver con el célebre Alexis, y supongo que será así, pero no he podido confirmarlo vía Google.
El atlas está muy bien, aunque quizás un poco repetitivo en algún momento (sobre todo cuando se trata de ciudades mineras); sin embargo, hay también sorpresas interesantes, akgunas de la cuales no he comentado en la reseña...
Un saludo.

Koldo CF dijo...

Anda que no molaba mirar de crío los mapas, atlas, globos terráqueos o lo que hubiera.
Me he sentido muy identificado con esa primera parte de la reseña.

El libro tiene buena pinta. Apuntado queda

Juan G. B. dijo...

Hola, Koldo:
Bueno, yo aún lo sigo haciendo, aunque Google Maps ha acabado un poco con la arte romántica de esa práctica..
Un saaludo a ti también.

Anónimo dijo...

Enhorabuena por el blog. ¡Nosotros también queremos contribuir a que la gente lea!
https://goo.gl/P6SgyS - ¡Ahí va eso!
Saludos y ánimo con el proyecto

Anónimo dijo...

Gracias por proponer este libro. Parece muy interesante. A mi lista de la compra va.