miércoles, 25 de junio de 2014

Colaboración: Amaya o los vascos en el siglo VIII de Fernando Navarro Villoslada

Idioma original: español
Año de publicación: 1877
Valoración: Recomendable

Muchas culturas tienen una obra emblemática que de alguna forma materializa su propia existencia como tales: El cantar del mío Cid, Morte d´Arthur, Os Lusiadas o La chanson de Roland son buenos ejemplos. Por cierto, esta última, íntimamente emparentada con los asuntos que vamos a tratar. Estas obras operan además como catalizador, al tratarse de epopeyas o relatos apologéticos de trasfondo bélico.

El euskera no dispone de tales leyendas-estandarte. De hecho, y debido a su tradición predominantemente oral, el primer texto escrito en esta lengua es muy tardío (mediados del XVI); se trata del Linguae Vasconum Primitiae (encima, titulado en latín) de Bernat d´Etchepare y, lejos de cantar glorias nacionales, es un librito de poemas, la mayoría de amores y alguno de tema religioso.

Pero admitamos que los vascos –o al menos, muchos- tenemos un alma bilingüe, lo que además tiene su origen precisamente en la época en que se desarrolla la historia de Amaia. Y en la vertiente castellano-hablante de lo vasco sí que encontramos la gran epopeya del pueblo vasco, que no es otra que Amaya o Los vascos en el siglo VIII. En comparación con los relatos citados, éste es casi de antes de ayer, porque está escrito a mediados del siglo XIX. Pero nos vale.

A grandes rasgos, la historia nos presenta al pueblo vasco en una situación crítica: tras haber resistido el empuje de los romanos, se encuentran ahora arrinconados por el avance de los godos desde el sur, han perdido su capital Iruña (Pamplona) y prácticamente todo al sur de la línea imaginaria entre esta ciudad y las primeras estribaciones de los montes de Bizkaia.

Pero, aún peor, los vascos se encuentran inmersos en un terrible proceso de colonización religiosa. La cristianización ha ido calando entre la población y empieza a provocar desgarros estremecedores en la misma estirpe de Aitor, el patriarca. Hasta los nombres tradicionales son voluntariamente sustituidos por los romanizados en muestra de sometimiento a la fe verdadera. Los pocos paganos que van quedando se rebelan con furia contra los nuevos tiempos.

Y en esta decisiva disputa aparece la mano de Navarro Villoslada para poner orden. Como buen escritor romántico, el autor muestra devoción por la tradición, los vínculos de sangre o la heroica de un pequeño pueblo que resiste a los embates del exterior, y a la modernidad. Y de esta forma, diríamos que comprende a quienes todavía enarbolan la bandera del espiritualismo primitivo, a los que trata con relativa benevolencia. Pero sólo hasta cierto punto, porque estando por medio la religión, no se debe olvidar que Navarro fue destacado miembro del Partido Tradicionalista (carlista), y por tanto conservador y católico a machamartillo.

Así que, como no podía ser de otra manera, el relato toma partido, y de forma muy decidida, por los vascos buenos que abrazaron el cristianismo y que, superadas las barreras y más o menos vencidos los odios, se apresuran a socorrer la causa de la religión ante la invasión musulmana. Eso sí, no sin antes haber saldado algunas cuentas con el godo. De forma que, como descubrimos casi desde el principio con la aparición de Lorea-Paula, es la cuestión religiosa el núcleo sobre el que gira toda la historia.

Por lo demás, es llamativa la perfección con que los datos que se exponen encajan con los que nos proporciona la Historia: no sabemos exactamente cómo llegaron los vascos a sumarse a la defensa contra el moro, ni de qué manera acabó Iñigo de Aritza proclamado rey de Navarra; pero seguro que la realidad entronca de maravilla con lo que se nos cuenta en Amaia.

Sí, también se puede leer como un libro de caballerías, como un cuento medieval, que son las primeras definiciones que se nos vienen a la cabeza cuando hablamos de este libro. Hay batallas, enredos amorosos y familiares, alguna tragedia horrible (el romanticismo, otra vez), personajes venerables, tradiciones… Y, como tampoco podía faltar, una trama malévola urdida por la gente de la peor ralea, los más odiosos entre los odiosos, ¡los judíos! Quién si no.

Cierto que Amaia es un libro voluminoso; que, ya que no es un producto de la época sino digamos una reconstrucción, nos hubieran gustado menos arrebatos y más realismo; que nos sobran algunos personajes y ciertas tintas demasiado cargadas. Pero se lee con agrado, obviamente mayor si al lector le interesa el trasfondo histórico.

Como curiosidad, ha sido editado en innumerables formatos, incluido el comic. A partir del relato se creó una ópera, y hasta parece que se hizo una película en la época del protofranquismo. Habría que verla con buenas dosis de humor, desde luego.

Firmado: Carlos Andia

5 comentarios:

Amaya Muñoz Azanza Blog de Pruebas dijo...

Este libro es el motivo por el que me llamo Amaya.

Juan Caleya dijo...

"A grandes rasgos, la historia..." No,no. Es ficción, no historia. Creo que se te olvida este matiz. Aunque muchos vascos de hoy (y de antes), lo consideren un libro totalmente histórico.

Juan G. B. dijo...

Hola, tocayo Juan:
Sin pretender erigirme como intérprete de esta reseña, que no he escrito yo, y estando además de acuerdo contigo, creo que en esta frase que citas el término "historia" se refiere a "relato", no a Historia, con mayúsculas (en inglés, por suerte para sus hablantes, distinguen muy bien entre "story" y "History").
Un saludo

Anónimo dijo...

Efectivamente, como dice Juan, el término 'historia' equivaldría a 'relato' o 'narración', no a hechos realmente ocurridos. Es que a veces se nos acaban los sinónimos.

Amaya, qué curioso, pues es un vínculo bien bonito que tienes con un libro tan significativo.

Un saludo para todos.

Carlos Andia

An.Ab.Fr dijo...

Este voluminoso libro estaba en la biblioteca del colegio donde estudié en Logroño, y lo leí con 13 o 14 años. Recuerdo que en todos los recreos y momentos que tenía libres me apartaba para seguir leyéndolo, no lo podía dejar. Me gustó mucho, y para mí la cultura del pueblo vasco y navarro siempre me infunde un punto de admiración y respeto. Estoy pensando volver a leerlo co los ojos de mi edad madura.