miércoles, 27 de mayo de 2020

Gabriel García Márquez: Ojos de perro azul

Idioma original: español
Año de publicación: Dispersos: 1947-
1955, en forma de libro: 1974.
Valoración: Muy recomendable




Una vez leí en algún manual que la semilla del árbol contiene el árbol completo, con sus raíces, tronco, ramas en que se va dividiendo y hasta la menor de sus yemas, sin olvidar las flores y los frutos. No es que vayamos a ver, claro está, una maqueta de ese árbol, ni siquiera microscópica, lo que posee esa semilla son las instrucciones para transformarse en algo muy grande, igual que un joven que busca su primer trabajo puede, si lo lleva en sus genes y siempre que las circunstancias no lo impidan, convertirse en un genio. Ojos de perro azul es algo más que una semilla del Gabriel García Márquez posterior, los relatos que componen el volumen son en realidad pequeños poemas en prosa –y si esperamos que nos cuenten una historia coherente quizá nos defrauden un poco– en donde se encuentran perfectamente definidos: el realismo mágico tal como el autor lo concibió y desarrolló en su obra más madura, sus mecanismos mentales, fuentes de inspiración, obsesiones y recursos característicos de una prosa perfectamente reconocible. En ellos no vamos a encontrar una historia al uso porque no ocurre nada que pueda describirse con palabras, y cuando creemos estar tocando, por fin, algo concreto, el desenlace se nos desintegra entre los dedos ya que pertenece, una vez más, al reino de lo simbólico. El que se cuenta a sí mismo es el propio autor, a él, sus contemporáneos y al devenir de la sociedad, y lo hace mediante metáforas y símbolos, con el lenguaje ancestral de los relatos de su tierra, que pertenecían al reino de lo mítico hasta que él los desenterró y los dotó de una nueva vida, a su medida y a la de le época que le tocó vivir.
No creo que nadie tuviese nunca la menor duda de que allí había talento, de que ese misterio y esa magia debían darse a conocer, de que la belleza del lenguaje y esa realidad tan íntima e inasible encerraban un valor evidente. Pero aunque había precedentes, pues el boom latinoamericano estaba empezando a ser un hecho e incluso contaba con precursores que habían anunciado su eclosión, G.M. no era aún más que un joven periodista que escribía raro en el fondo y en la forma. Raro y bonito, sí, pero en definitiva raro. Y difícil de entender, que casi es peor. (Y menos mal que en esa época lo monetario no era tan prioritario como hoy día). Por eso fueron publicándose pero esporádicamente en la prensa, y no llegaron a reunirse en un volumen hasta 1974, cuando el éxito de Cien años de soledad (1967) era clamoroso y el autor tenía ya otras obras en su currículum.
Así que, para situar a quien todavía no se haya acercado a ellos ni conozca demasiado a G.M., podríamos decir que, en lugar de catorce relatos, Ojos de perro azul reúne catorce fogonazos de ingenio, tan extraños y herméticos que solo hay una forma de abordarlos: dejarse llevar por su belleza, por ese torrente verbal e imaginativo concebido hace tres cuartos de siglo, como si escuchásemos una melodía, sin hacernos preguntas para no interrumpir su trayectoria. Solo entonces –y tampoco aseguro nada– lograremos encontrarle algún sentido.
Pero la prosa de G.M., sobre todo la de este libro, no solo se acerca a la poesía moderna por su hermetismo, su carácter simbólico, su ritmo y la belleza de sus imágenes, coincide también en la temática –amor y muerte– y en el propósito de descubrir algo que permanece secreto y nunca pertenecerá al mundo cotidiano. Y esto solo se consigue utilizando recursos rítmicos comunes a la lírica: repeticiones, paralelismos, contradicciones, vueltas atrás en la línea temporal etc., porque estas piezas son una pregunta continua acerca de esas dos cuestiones que, por otra parte, son las que siempre han interesado a los poetas y que se repetirán como un mantra a lo largo de toda su obra. Pues ¿qué es Cien años de soledad sino una oda a lo efímero?
Es evidente que quien se hace preguntas es porque no tiene las respuestas, de ahí que todo sea confuso, relativo y contradictorio. Los muertos piensan (Eva está dentro de su gato), no saben si lo están (La tercera resignación, Tubal-Caín forja una estrella y La otra costilla de la muerte) o no lo están del todo (Alguien desordena estas rosas), hay quien está muerto en vida (La noche de los alcaravanes y Amargura para tres sonámbulos) o quien se vive a través de un espejo porque está sepultado en la rutina y necesita un doble para desahogar con él su frustración (Diálogo del espejo) o quien ha sido enclaustrado durante décadas y acumula energía para resucitar de repente y con fuerzas renovadas (Nabo, el negro que hizo esperar a los ángeles, donde encontramos, creo, la mayor crítica social de todo el libro) o la vida no es vida porque consiste en una espera permanente de algo que nunca llega a ocurrir (Un hombre viene bajo la lluvia y Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo, donde utiliza ya el topónimo que luego convertiría en mítico) o porque es imposible comunicarse con el otro (De cómo Natanael hace una visita). En cuanto al amor, se vive como una danza entre dos seres que van y vienen por el tiempo y el espacio observándose mutuamente (Ojos de perro azul) y si hay algún amor auténtico acaba frustrándose frente a quien lo utiliza como moneda de cambio (La mujer que llegaba a las seis).
El tono es melancólico pero no triste, desencantado sin caer en la desesperación. Y es que siempre nos salvará la belleza.

Todas nuestras reseñas de Gabriel García Márquez: Aquí

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Es una delicia cómo escribe usted, y cómo consigue transmitir sus ideas y emociones. Para los que amamos la poesía-y por ende, la prosa poética- este es un libro para el deleite estético, de una enorme y extraña belleza.

Animo a los lectores a que lo lean en voz alta, al menos unos minutos.
Un saludo a todos los lectores.

Una perra azul.

Daniel dijo...

Ídem, Montengua... ;)
Cualquier cosa que agregue sería como llegar a cantar después de Pavarotti.

Gabriel Diz dijo...

Que linda reseña Montuenga! Y que gran escritor GGM. Lo leí en mi post adolescencia.......es inolvidable.

Saludos

Anónimo dijo...

Estupenda reseña montuenga.. Kempes 19

Anónimo dijo...

Tomo la palabra del primer lector y leeré en voz alta... Mayor Thompson

Montuenga dijo...

Muchísimas gracias, P. A. Una buena recomendación la que haces y celebro que estemos de acuerdo en la valoración de la obra.

Montuenga dijo...

¡Wao! Daniel. Yo tampoco me atrevo más que a darte las gracias después de una frase como esa.
Muchas gracias.

Montuenga dijo...

Yo leí Cien años de soledad a los 17 y ya fue un no parar. Si me faltaba algo, me obligaron a leerlo en la facultad.
No soy de relecturas pero a veces hago una excepción.
Me alegro que te haya gustado la reseña y te agradezco el elogio.

Montuenga dijo...

Muchas gracias, Kempes.

Montuenga dijo...

Yo también te lo recomiendo, es como se le saca todo el jugo, cuando sigues leyendo en silencio percibes mejor el ritmo.

Anónimo dijo...

Hermosa reseña, Montuenga. En segundo año del colegio secundario tuve como lectura obligatoria El coronel no tiene quien le escriba, que me abrió las puertas al maravilloso mundo de GGM. Mundo que recorrí casi en su totalidad, con absoluto deleite. Un genio sin igual!
Me recuerdo leyendo Cien años de soledad, en la edición de Sudamericana, volviendo atrás una y otra vez para entender de qué Buendía se trataba!
Un gran saludo,

El Puma

Montuenga dijo...

Muchas gracias Puma.

Yo tuve suerte, en mi colegio no nos obligaban a leer: cada año teníamos un libro (antología) con toda la historia de la literatura en fragmentos cortos, no nos examinaban de esto pero yo todos los años me leía la que tocaba una y otra vez.

Aparte, leía tantos libros por mi cuenta que en la adolescencia casi acabé con los clásicos y los que faltaban los tuve que leer en Hispánicas. O sea, lo que le contaba a Gabriel que me pasó con García Márquez, en realidad me pasó con todo. No es la primera vez que lo cuento aquí.

Y es un problema, no creas, porque después de un listón tan alto casi cualquier cosa no validada por el tiempo me parece mediocre, digo casi porque, conociendo esta tendencia mía, busco la objetividad dentro de lo posible.

También es una lata tener que releer cuando me apetece reseñar un clásico porque ya lo tengo leído.

Seguimos leyendo, saludos.