Título original: 소년이 온다
Traducción: Sunme Yoon (castellano), Alba Cunill (catalán)
Año de publicación: 2014
Valoración: muy recomendable
Parecía difícil que Han Kang pudiera sorprender de nuevo, tras su irrupción a la esfera literaria en castellano con «La vegetariana», gran obra con la que se dio a conocer en estos lares. Pero creo poder afirmar, sin que el ímpetu y la emoción experimentados tras la lectura del libro alteren mi juicio, que «Actos humanos» incluso lo supera en calidad y emoción. Y es que cuando una historia tiene como origen una serie de hechos sucedidos en la realidad y, aunque de manera indirecta, estos afectaron la vida de la escritora, es cuando las emociones narradas fluyen de manera natural, sin filtros ni adulteraciones, desde las entrañas hasta el texto final.
Así, basándose en los hechos que sucedieron en mayo de 1980 en la Universidad Chonnam de Gwangju (ciudad natal de la autora), el libro escrito por Han Kang es un libro en recuerdo de aquellas personas que, de manera directa o indirecta, fueron afectadas por la masacre causada por el ejército, ante las protestas estudiantiles contra la dictadura de Chun Doo-hwan. Pero no se trata de un tratado histórico ni de un ensayo político, o al menos no en primer plano. Han Kang se trasladó a Seúl poco tiempo antes de aquellos hechos, por lo que este libro está escrito desde la tristeza, desde la pena de quién ve desde la distancia lo que ocurrió con sus antiguos amigos, conocidos y conciudadanos. Con este propósito, el libro que nos ocupa trata sobre las personas más que sobre los hechos, trata sobre la humanidad, los sentimientos, la pena y el dolor, la tristeza y la añoranza, la fuerza y el optimismo, los anhelos y el espíritu vital, la libertad y la opresión, el pesar y la incomprensión, la incredulidad y la desesperanza. Y la violencia, física o emocional.
Estructurada en siete capítulos en apariencia independientes, la autora narra la historia desde diferentes perspectivas, diferentes ángulos con un punto central como núcleo de la historia. Situando como centro la masacre ocurrida, la autora despliega un abanico emocional abriendo un espectro de sentimientos hacia diferentes caminos, focalizando las distintas sensaciones en cada uno de los personajes. La variedad, riqueza y pluralidad de sentimientos que alberga y transmite la autora hace que necesite canalizarlos a través de diferentes personajes, para así copar y alcanzar todo el espectro emocional que la historia ofrece. Han Kang nos habla de esperanza tras la añoranza, de remordimientos tras la solitud, del alma que, en su disociación y cual proyección astral, lucha por seguir pegada a un cuerpo como única vía posible para permanecer aferrada a una vida que se ha ido, que lucha por mantenerse viva a través de los recuerdos, cada vez más difusos y vagos. Cada una de estas emociones es encarnada por los distintos personajes, de manera que entre todos ellos se conforma el paisaje emocional que reside como poso tras la violencia de una masacre, y poniendo como foco principal el de las víctimas en sus dos vertientes: las víctimas que murieron, pero también aquellas personas que sobrevivieron con todo el pesar de su inacción ante la violencia y el abuso; y también, de manera latente, el recuerdo que reside en ellas, que actúa como una losa a la que van atados quienes pretenden seguir adelante:
De esta manera, uno de los logros de la autora es la facilidad que tiene en hilvanar una historia narrada, pensada y sentida a través de distintas voces; y no hablo únicamente de un cambio en el protagonista narrador, sino incluso del estilo, del tono, de la voz utilizada; la amplitud de registros de la autora la ubica ante un complejo reto narrativo del que sale profusamente victoriosa. Han Kang necesita entrar en el dolor tan profundamente para hablar de él que no le basta una sola voz y una sola experiencia para alcanzar la magnitud de la desolación y es por ello que teje una historia de distintos personajes entrelazados, ofreciendo un análisis caleidoscópico y plural que sirve para explorar de manera holística todas las aristas que hieren los sentimientos de las personas hasta crear una serie de cicatrices con las que sobrellevar la vida hasta que llega la muerte.
De igual modo, y fiel al estilo que demostró en «La vegetariana», Han Kang demuestra su habilidad al hablar del cuerpo y desde el cuerpo, transmitiendo las emociones a partir de él. La visceralidad con la que sus palabras forman un texto de marcada corporalidad, hace que sea el propio cuerpo quien hable pues sabe cómo proyectar a través de él las emociones que del mismo emanan. Su narrativa parece escrita y dirigida por sus sensaciones corporales, desde lo más profundo de su ser; no proviene de su cerebro sino de sus mismas entrañas y, partiendo del cuerpo como centro de todo, es a partir de él donde se construye todo el relato.
Este es un libro escrito por alguien que sobrevivió a una masacre desde la distancia, sin poder evitar sentir cierta carga de consciencia por no haber estado allí junto a sus compañeros. La narración es trágica por la culpa autoinflingida, por la búsqueda de un perdón que solo pueden darlo quienes ya no están, y un intento permanente de autoconvencerse de que las cosas no hubieran podido suceder de otra manera, pues eran inevitables; una vida marcada por la necesidad personal del perdón, de insistir en convencerse que otro futuro no era posible, como si a fuerza de repetirlo pudiéramos establecer la paz con los que ya no están, y con nosotros mismos.
También de Han Kang en ULAD: La vegetariana, Blanco, La clase de griego
Así, basándose en los hechos que sucedieron en mayo de 1980 en la Universidad Chonnam de Gwangju (ciudad natal de la autora), el libro escrito por Han Kang es un libro en recuerdo de aquellas personas que, de manera directa o indirecta, fueron afectadas por la masacre causada por el ejército, ante las protestas estudiantiles contra la dictadura de Chun Doo-hwan. Pero no se trata de un tratado histórico ni de un ensayo político, o al menos no en primer plano. Han Kang se trasladó a Seúl poco tiempo antes de aquellos hechos, por lo que este libro está escrito desde la tristeza, desde la pena de quién ve desde la distancia lo que ocurrió con sus antiguos amigos, conocidos y conciudadanos. Con este propósito, el libro que nos ocupa trata sobre las personas más que sobre los hechos, trata sobre la humanidad, los sentimientos, la pena y el dolor, la tristeza y la añoranza, la fuerza y el optimismo, los anhelos y el espíritu vital, la libertad y la opresión, el pesar y la incomprensión, la incredulidad y la desesperanza. Y la violencia, física o emocional.
Estructurada en siete capítulos en apariencia independientes, la autora narra la historia desde diferentes perspectivas, diferentes ángulos con un punto central como núcleo de la historia. Situando como centro la masacre ocurrida, la autora despliega un abanico emocional abriendo un espectro de sentimientos hacia diferentes caminos, focalizando las distintas sensaciones en cada uno de los personajes. La variedad, riqueza y pluralidad de sentimientos que alberga y transmite la autora hace que necesite canalizarlos a través de diferentes personajes, para así copar y alcanzar todo el espectro emocional que la historia ofrece. Han Kang nos habla de esperanza tras la añoranza, de remordimientos tras la solitud, del alma que, en su disociación y cual proyección astral, lucha por seguir pegada a un cuerpo como única vía posible para permanecer aferrada a una vida que se ha ido, que lucha por mantenerse viva a través de los recuerdos, cada vez más difusos y vagos. Cada una de estas emociones es encarnada por los distintos personajes, de manera que entre todos ellos se conforma el paisaje emocional que reside como poso tras la violencia de una masacre, y poniendo como foco principal el de las víctimas en sus dos vertientes: las víctimas que murieron, pero también aquellas personas que sobrevivieron con todo el pesar de su inacción ante la violencia y el abuso; y también, de manera latente, el recuerdo que reside en ellas, que actúa como una losa a la que van atados quienes pretenden seguir adelante:
"La gente de la calle tenía la cara desencajada, como si llevara una cicatriz invisible"
De esta manera, uno de los logros de la autora es la facilidad que tiene en hilvanar una historia narrada, pensada y sentida a través de distintas voces; y no hablo únicamente de un cambio en el protagonista narrador, sino incluso del estilo, del tono, de la voz utilizada; la amplitud de registros de la autora la ubica ante un complejo reto narrativo del que sale profusamente victoriosa. Han Kang necesita entrar en el dolor tan profundamente para hablar de él que no le basta una sola voz y una sola experiencia para alcanzar la magnitud de la desolación y es por ello que teje una historia de distintos personajes entrelazados, ofreciendo un análisis caleidoscópico y plural que sirve para explorar de manera holística todas las aristas que hieren los sentimientos de las personas hasta crear una serie de cicatrices con las que sobrellevar la vida hasta que llega la muerte.
De igual modo, y fiel al estilo que demostró en «La vegetariana», Han Kang demuestra su habilidad al hablar del cuerpo y desde el cuerpo, transmitiendo las emociones a partir de él. La visceralidad con la que sus palabras forman un texto de marcada corporalidad, hace que sea el propio cuerpo quien hable pues sabe cómo proyectar a través de él las emociones que del mismo emanan. Su narrativa parece escrita y dirigida por sus sensaciones corporales, desde lo más profundo de su ser; no proviene de su cerebro sino de sus mismas entrañas y, partiendo del cuerpo como centro de todo, es a partir de él donde se construye todo el relato.
Este es un libro escrito por alguien que sobrevivió a una masacre desde la distancia, sin poder evitar sentir cierta carga de consciencia por no haber estado allí junto a sus compañeros. La narración es trágica por la culpa autoinflingida, por la búsqueda de un perdón que solo pueden darlo quienes ya no están, y un intento permanente de autoconvencerse de que las cosas no hubieran podido suceder de otra manera, pues eran inevitables; una vida marcada por la necesidad personal del perdón, de insistir en convencerse que otro futuro no era posible, como si a fuerza de repetirlo pudiéramos establecer la paz con los que ya no están, y con nosotros mismos.
También de Han Kang en ULAD: La vegetariana, Blanco, La clase de griego
4 comentarios:
Hola Marc, leyendo la reseña he pensado inmediatamente si la idea de culpa, que es una noción judeo-cristiana, sería aplicable a un texto de una autora coreana....
Gabriel
hola, Gabriel. Pues es una buena pregunta, y parece que sí; de hecho, más allá de lo que el propio libro sugiere, la propia autora lo afirma en alguna entrevista. De hecho, indica que se trasladó a Seúl junto con sus padres unos meses antes de la masacre y "aunque su decisión nos salvó la vida, también hizo que arrastráramos durante el resto de nuestras vidas una culpa del superviviente difícil de gestionar" (palabras textuales expresadas en una de las entrevistas).
Es interesante el apunte que haces sobre la idea de la culpa en función de la religión. Y es más que probable que, en la judeo-cristiana, la culpa tenga un peso importante pues con ella va ligada la redención, el perdón, etc. Es posible que en otras culturas la culpa se asuma de otro modo, o en menor grado.
Saludos, y estupendo comentario.
Marc
Doncs aquesta novel·la me la van regalar per Sant Jordi, així que, llegida la teva magnífica ressenya, espero poder llegir d'aquí poc aquest llibre. Sé que són dues històries diferents, però és millor llegir "La vegetariana" abans?
hola, Jan. Gràcies pels elogis a la ressenya :-)
Para mejor comprensión de los lectores, responderé en castellano a tu pregunta, de respuesta nada fácil, pues es posible que más de uno tenga la misma duda.
No sé si es mejor o peor, yo leí primero "La vegetariana" y después "Actos humanos", y entiendo que es el orden en el que muchos lectores habrán leído los libros pues es el mismo orden en el que fueron publicados. Para mí, creo que es indiferente el orden de lectura, pues como apuntas, se trata de dos historias completamente diferentes.
Te diría que "La vegetariana" es una historia centrada principalmente en un personaje y su entorno más cercano, con lo que la historia que cuenta es más íntima, más personal. Eso hace que te impacte a nivel personal, de forma diría que más individual, más a nivel de uno mismo, pues se centra en la persona.
"Actos humanos" es más global, hay más voces, más visiones de un hecho en concreto; es más plural, y también más política. La novela se centra más en lo que unos hechos supusieron para la sociedad, y lo que el poder del gobierno ejerce sobre los ciudadanos.
Dicho esto, para resumir, podríamos decir que "La vegetariana" parte de un hecho particular y, a partir de él, analiza como afecta a su entorno. En "Actos humanos" trata de un hecho más global y, a partir de él, transmite como afecta a cada uno (de diferente manera para quién lo narra).
Por tanto, ambas narraciones tratan sobre el dolor, aunque parten de sitios diferentes, una obra expande los efectos del dolor y la otra los concentra.
Espero haberme explicado, es difícil resumir en un comentario lo que aporta la lectura de cada una de las novelas. Solo diré que si te gusta una de ellas, te gustará la otra; de eso no tengo duda. Todo dependerá de si quieres empezar por una novela más plural o una más íntima, pero en cualquier caso, me aventuro a decir que leerás las dos ;-)
Saludos, y gracias por comentar!
Marc
PD: espero la reseña en tu blog, para contrastar opiniones
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