Título original: 鉱夫 (Kōfu)
Traducción: Yoko Ogihara y Fernando Cordobés
Año de publicación: 1908 (en castellano, 2016)
Valoración: Entre recomendable y está bien
Dicen los que saben que El minero, editada por primera vez en castellano en 2016, inicia la etapa de madurez de su autor, algunas de cuyas obras se encuentran reseñadas en los enlaces que aparecen al final. Como desconocedor absoluto de este buen señor, tendré que aceptar la aseveración. La impresión para el lector neófito que, como yo, ignora lo que hubo antes y después, resulta más bien poco definida. En una lectura digamos superficial, no parece realmente un texto propio de alguien con un recorrido amplio, sino más bien al contrario, quizá algo contado desde la perspectiva de una experiencia juvenil, real o ficcional, aderezada con elementos de crítica social más o menos cruda. Si por el contrario lo contemplamos desde el plano de la introspección personal, la narración revela más profundidad y un enfoque diferente. Así que se impone continuar la indagación.
Sostienen los entendidos que la novela tiene su origen en el relato de unos hechos que contó a Sōseki un joven desconocido, y el autor japonés la trascribió a su manera. Claro está que no podemos saber hasta qué punto Natsume fue fiel a la fuente o cuánto puso de su cosecha. La historia es bastante simple: un joven tokiota, de familia acomodada, tiene algún tipo de enredo amoroso con dos chicas y, tal vez por influencia de esos códigos de honor tan japoneses, decide poner tierra de por medio, abandona su casa y se lanza a vagar sin rumbo buscando quizá una vida nueva, respuestas a su zozobra, o cosas por el estilo. En su camino encuentra a un extraño ciudadano que le invita a trabajar en una mina con la promesa de unos buenos ingresos. Se inicia así una larga travesía por las montañas hacia la lejana explotación, un camino que tiene bastante de viaje iniciático como el de Christian Rosenkreuz, pero empapado de reflexiones sobre la propia identidad de su protagonista. La narración, en primera persona, reúne detalles del trayecto, al tiempo que el chico va rumiando sus contradicciones y, mostrando una notable madurez, deja ver que tiene mucho más claro de dónde quiere escapar que hacia dónde quiere ir.
Afirman ciertas voces que tras ese viaje –que ocupa más un tercio del libro-, cuando el joven llega por fin a la mina y descubre un entorno hostil, infrahumano, donde parecen haberse perdido por completo los valores y los trabajadores han quedado reducidos a la animalidad, Sōseki se aproxima a los grandes dramas obreros de Zola, al naturalismo del trabajo atroz en las entrañas de la tierra. Lo niega sin embargo Michiyo Kawano, autora del postfacio que cierra el libro –y a la que por cierto fusilan sin rubor unos cuantos comentaristas. La verdad es que la descripción de las condiciones de vida de los mineros, la suciedad, el hacinamiento y sobre todo el nivel de degradación a que todo ello conduce, impulsa a pensar en una crítica social del tenor al que me refería. Pero seguramente tiene razón Kawano cuando por el contrario pone el acento en la perspectiva interior del relato. Primero el viaje y después el descubrimiento de ese mundo brutal son el vehículo para sumergirse en el alma humana, en la búsqueda de respuestas a la desorientación del protagonista, y la propia mina, descrita como un aterrador laberinto subterráneo, puede verse en sí misma como una alegoría que invita a entender el texto en ese nivel introspectivo.
Hasta aseguran algunos que todo ello se desarrolla entre ‘delicados paisajes japoneses’, o algo así. Hay que tener valor: el escenario es un entorno montañoso y abrupto que podría ser cualquier lugar del mundo. Ya sabemos que eso de los paisajes es un tópico muy útil si hablamos de Japón, pero antes de hablar convendría leerse un poquito el libro y no quedarse sólo con la cubierta. Y en fin, veo que se califica como una pequeña joya que ahora descubrimos en nuestro idioma. Pues bueno, es un recurso legítimo y bastante recurrente cuando las editoriales sacan a la luz un texto poco conocido de un autor notable (acabo de verlo con una obrita de Tolstoi recién salida del horno). Pero yo personalmente no diría tanto. Creo que es un libro curioso, más bien sencillo y que se lee con extrema facilidad. No haremos mal del todo si ponemos el foco en el factor social que indicaba antes, pero efectivamente admite una lectura algo menos obvia como búsqueda personal. Y casi seguro sabrán disfrutarlo bastante más quienes conozcan –pero de verdad, no de oídas- obras más relevantes de este mismo autor, como éstas que vienen aquí abajo.
Otras obras de Natsume Sōseki en ULAD: Kokoro, Soy un gato
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