martes, 1 de mayo de 2018

Alice Thompson: El coleccionista de libros

Idioma original: Inglés  
Título original: The book collector
Traductora: Raquel G. Rojas
Año de publicación: 2015
Valoración: Truñaco prescindible

Este libro me vino avalado por Stephen King. King ya ha demostrado no ser un prescriptor infalible en otras ocasiones; últimamente, de hecho, regala citas positivas a cualquier cosa, como George R. Martin. No obstante, supongo que esta vez me pilló con la guardia baja. De El coleccionista de libros ha dicho: “Un perturbador espectáculo gótico, rebosante de energía y genuinamente aterrador”. Y yo, ingenuo de mí, le hice caso.

El argumento

Mi primer problema con este libro es el argumento, que parece sacado de un telefilm de sobremesa. Es genérico y previsible, está plagado de conveniencias, ha sido alargado más de la cuenta y avanza con agónica lentitud. Ah, por cierto, no es solamente que la trama de El coleccionista de libros sea previsible, sino que, llegados a cierto punto de la historia, ya nos olemos de qué va la cosa, pero, por el contrario, la protagonista no. Evidentemente, este hecho vuelve la lectura todavía más pesada y frustrante que si fuera meramente previsible.

Pero bueno, ¿de qué va esta novela? Alice Thompson narra la historia de Violet, una mujer recién casada que ve que su vida se tambalea. Nuestra protagonista creía que lo tenía todo, pensaba que vivía en un idílico cuento de hadas. Sin embargo, las cosas se tuercen y no entiende por qué. ¿Su marido le oculta uno de los libros de su colección? ¿En el sanatorio donde la ingresan por sufrir alucinaciones la están reteniendo contra su voluntad? ¿Es una paranoica o su esposo y la niñera esconden algo turbio?

Lo que decía, un argumento idéntico al de una película del sábado por la tarde. Y su ejecución... Su ejecución es pésima. No, en serio. En Canción de hielo y fuego hay una subtrama, ¡una subtrama!, que en menos páginas consigue transmitir el mensaje de El coleccionista de libros con mayor acierto. Hablo, por supuesto, de la historia de Sansa, una joven idealista que descubre que el mundo está podrido y nada tiene que ver con los cuentos sobre amor verdadero, príncipes gallardos y caballeros honorables que lleva escuchando toda su vida.

En El coleccionista de libros hay, también, un arco de maduración, culminado en la constatación de que el mundo es cruel y no una historia amable, pero este mensaje carece de sutileza, y además es demasiado descarado desde el principio. Bueno, para todos menos para nuestra confiada protagonista, claro; para variar, ella no se entera de nada.

Los personajes  

Los personajes de la novela están desdibujados en exceso. La autora de El coleccionista de libros intenta excusar esta falta de consistencia de los personajes al sugerir que puede deberse a la condición mental de la protagonista, o a que todo el mundo oculta secretos y finge. Pero, repito, eso no es más que una manera de justificar una indefinición que permite que los personajes sean reescritos constantemente, y que evita que se les tenga que otorgar rasgos definidos. Por favor, ¡incluso Violet tiene una opinión de sí "mudable", según se nos informa en la página 111! Quizás un autor más talentoso que Thompson hubiera podido dar contradicción (y por ende, humanidad) a estos personajes. Aquí, no obstante, es una estrategia tramposa para hacer más llevaderas las dificultades intrínsecas de escribir.

También en relación con los personajes me gustaría destacar otro problema: hay algunos sin relevancia a los que se da un foco tremendo, mientras que otros apenas se exploran, pese a su interés argumental.

El escenario 

Otro elemento desperdiciado en esta novela es el escenario. Sé que El coleccionista de libros transcurre en la Inglaterra eduardiana porque así lo asegura la contraportada. A ver, hay un coche de caballos por aquí, una mención a Londres por allá, pero realmente nada me remite a este contexto. La ubicación y la época podrían haber sido perfectamente otras, pues las descripciones, de casas, de un café, de un pueblo, de una librería, de un sanatorio, apenas inciden en detalles identificables que las puedan englobar en un escenario concreto. 

La prosa 

Salvo alguna acción narrada con acierto, la prosa de Thompson es discreta e insípida, cuando no decididamente mala. Encontramos aquí voces poco creíbles, diálogos forzados, registros demasiado llanos y ciertas palabras (como "sensualidad") que se repiten hasta la náusea. ¿Veo que Thompson es profesora de Escritura Creativa? No sé yo si querría que me enseñara a escribir...

La falta de un toque distintivo 

Algo que podría haber desmarcado a esta historia de tantas otras parecidas sería el uso de un recurso concreto en torno al que hacer gravitar su mensaje. En este sentido, parece que Thompson tenía la idea de usar los cuentos de hadas como vehículo narrativo del mismo. Sin embargo, la relación de esta novela con los cuentos de hadas acaba siendo completamente desaprovechada. En vez de arraigar en la esencia de la novela, su presencia en la trama es meramente anecdótica, ornamental.

En la página 184, Violet afirma, hablando de los cuentos de hadas: “se parecen a la vida real (...). Contienen una especie de verdad psíquica.” Nunca, pero, se les traslada al plano de la realidad en el libro; su imaginería se usa solamente de forma superficial. Tenemos las palabras y frases sueltas, “bruja”, “príncipe”, “malvada madrastra”, “Reina de las Nieves”, “un dedo pinchándose en una rueca” o los títulos de varios de estos cuentos, pero nunca hay mayor profundidad en su relación con la novela. Una lástima.

Lo bueno

Podríamos cerrar esta reseña enumerando algunos aspectos positivos (o, mejor dicho, potables), de El coleccionista de libros, para que no se diga que todo es malo: 

  • La prosa es ágil (ojo, no el ritmo del argumento), aunque demasiado apremiante como para detenerse en una idea y darle cierta profundidad.

  • Los capítulos son breves y hay algunos escritos con bastante solvencia. Precisamente los más complicados de redactar, aquéllos en que Violet se encuentra en un sanatorio, confusa, recelosa, donde todo está distorsionado (el transcurso del tiempo, las intenciones de enfermeros y médicos), están relativamente conseguidos. Quizás no son verosímiles, pero los recursos narrativos empleados en ellos son, en su mayoría, eficaces. 

  • Al César lo que es del César. Debo reconocer que hay algunas reflexiones interesantes en este libro. La gran mayoría son clichés y facilonas, pero todavía recuerdo una sobre la maternidad de lo más aguda.

Veredicto 

En conclusión, pese a que esta novela no resalta en nada, no es de lo peor que se publica a día de hoy (aunque, bien pensado, ni que eso fuera un halago). De todos modos, resulta ofensivo cómo ha sido promocionada. ¿"Alimentada en su fondo por la siniestra leyenda de Barba Azul"? No es más que una reintepretación descafeinada de la misma. También se la relaciona con Rebeca, de Daphne du Maurier, o con la impresionante Angela Carter. Y, como sabéis, tiene el beneplácito de King. Así que mejor no le doy más vueltas al asunto. 

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