Título original: Le liseur du 6h27Año de publicación: 2015
Traducción: Adolfo García Ortega
Valoración: recomendable
El lector del tren de las 6.27, aparte de ser un cuento -casi un apólogo- delicioso, que se devora de una sentada, contiene una elocuente reflexión sobre el destino de los libros de papel y -tal vez lo más importante- la certeza de que la gente corriente esconde historias extraordinarias. Miel sobre hojuelas, pues, para los asiduos a este blog: elogio encendido de la lectura y palmadita de autoayuda.
Auténtico best seller en Francia, un servidor tiene, sin embargo, la sensación de que está leyendo una compilación de textos breves engarzados -eso sí, con habilidad de orfebre- en la línea argumental principal: la historia de un joven, Guibrando Viñol, que obsequia diariamente a sus compañeros de viaje de un tren de cercanías con fragmentos salvados de aquellos volúmenes que, una vez descatalogados, son convertidos en pasta de papel por la empresa en la que él trabaja. Téngase en cuenta que el autor, Jean Paul Didierlaurent, ha sido galardonado en dos ocasiones con el Premio Hemingway de Relato. Hasta los personajes, completamente planos, son de cuento: los tenemos malos malísimos (Kowalski, Brunner) o empalagosamente buenos. Por haber, hay incluso un monstruo… Curiosamente los personajes secundarios están más cuidadosamente perfilados
La historia, sin embargo, no resulta en ningún momento deslavazada porque el bastidor es consistente, las narraciones seductoras. El autor demuestra además tablas y oficio: es admirable la habilidad con que se mueve en un urinario público, cómo sabe nadar y guardar la ropa con la historia de Giuseppe, cómo describe –desnuda- a partir de un gesto o de un detalle, con qué maestría torea un final previsible y, por supuesto feliz, al que está deseando llegar el lector. Didierlaurent es un velocista que consigue terminar jadeante pero con dignidad una carrera de fondo.
Traducida ya a veinticinco idiomas, estamos pues ante una obra ligera, conciliadora, balsámica que, de vez en cuando, nos merecemos.
Y terminemos con el doblaje. Uno no quisiera estar en la piel del traductor, Adolfo García Ortega: uno de los personajes, Yvon, habla en perfectos alejandrinos. Respetar contenido y forma tiene mucho mérito. Justo es reconocerlo.
Firmado: Aster Navas
4 comentarios:
HOla
Felicitaciones x el blog!!!
me encanta todo lo que publican!!!
beso grande
Dicen que no hay que juzgar un libro por su cubierta pero la verdad es que lo vi en la mesa de una librería y ni me acerqué a causa de su ilustración. No sé si tiene razón de ser (algún guiño a la historia que guarda) pero, vamos, si no la hay, qué mala decisión editorial.
Me resulta increíble que puedas mantener el ritmo de un blog diario, incluidos fines de semana, de reseñas de libros con textos que, precisamente, no son breves. Yo sería incapaz de leer y escribir tanto y en tan poco tiempo. Qué envidia. Felicidades.
Deslavazada, con v.
¡Corregido! Gracias por el apunte.
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