jueves, 23 de julio de 2015

Colaboración: Siete casas en Francia de Bernardo Atxaga

Idioma original: euskera
Título original: Zazpi etxe Frantzian 
Año de publicación: 2009
Valoración: Muy recomendable

Bernardo Atxaga es seguramente el más conocido autor vivo en lengua vasca. Sorprende un poco por eso mismo que su novela esté ambientada en lugar y tiempo tan ajenos como el Congo belga de finales del siglo XIX aunque, haciendo memoria, creo que en algunos relatos de su célebre Obabakoak ya mostraba tendencia a incorporar algunos elementos, digamos, exóticos.

La cosa evoca en alguna medida las vicisitudes africanas del Bardamu de Céline, pero la similitud acaba ahí mismo: en este caso nos movemos en un ambiente relativamente amable en que se filtra un humor tenue, y parece no ocurrir nada relevante. Esta aparente inacción es una tipología muy de Atxaga, pero también extensiva a otros autores vascos contemporáneos (Elorriaga, Uribe), lo que quizás daría pie para un análisis que dejaremos para momento más oportuno.

Lo cierto es que no encontramos el entorno esperado, ya se sabe, la selva con el calor asfixiante, los bichos, las fieras salvajes, el aislamiento y demás tópicos que llevan al límite a los desubicados europeos. Nada de eso. En la estación militar de Yangambi, con su río y sus ruidosos mandriles, sus habitantes no parecen encontrarse mucho más a disgusto que en cualquier otro lugar, y sólo un periodista recién llegado se dedica a retratar con ojos de extranjero el medio hostil que les rodea.

Lalande Biran es el jefe de destacamento, un militar-poeta presionado por su mujer para hacer fortuna; Donatien, su ayudante, es un tipo limitado cuya aspiración es fundar un prostíbulo; Chrysostome, un joven oficial, excepcional tirador cuyo carácter indescifrable parece derivar de una simple ocurrencia; Livo es un nativo al servicio de los europeos, aunque menos dócil de lo que parece; y así unos cuantos más. Se trata de individuos peculiares pero no extravagantes, que se desenvuelven conforme a su propia personalidad, mediatizados, sí, pero no determinados por el entorno.

Vamos avanzando con un ritmo narrativo lento en el que, al margen de un par de chispazos en que asoma el absurdo, apenas pasa nada. Vemos situaciones cotidianas de un grupo de hombres más bien aburridos, a través de cuyos ojos contemplamos ese entorno brutal, que sin embargo se nos antoja irrelevante, ajeno a la vida en el campamento. La selva no es sino un escenario, y todo el peso de la narración descansa en los personajes, que van sumando atributos y ganado interés, aunque de forma que parece premiosa.

No niego que el proceso se nos puede hacer algo largo, pero el relato va ganando cuerpo como un ser vivo, y el crescendo, gradual y casi imperceptible, me parece conseguido con maestría. Y la historia se redondea con una especie de implosión, un globo que estalla sin ruido y nos deja sólo un aroma, la sensación incorpórea de que algo ha ocurrido, algo que era inexorable pero no por ello resulta menos potente. Sólo dos o tres páginas y el libro finaliza con unas pocas imágenes casi cinematográficas, la conclusión de que, finalmente, se ha reconstruido el equilibrio.

En definitiva, quizá la novela no nos llegue a emocionar, contiene algunas claves que deberemos ir deduciendo, pero sobre todo muestra una innegable destreza en el manejo de los recursos literarios, la capacidad de moldear una estructura perfectamente adecuada al contenido, y el dominio del ritmo con que el autor pretende presentar el relato.

 Por no terminar sin una pizca de crítica, diré que no termino de explicarme la afición de Atxaga por insertar algunas frases sueltas en francés, en plan ‘No sé lo que hará ese cerdo, Je ne sais pas ce que fera ce cochon’. Deducimos que Bernardo habla muy bien francés pero ¿qué aporta esta traducción simultánea? ¿Tiene un significado que no hemos terminado de pillar? ¿O es quizá un pelín de erudición gratuita? No obstante, más en serio, el pequeño dardo no desmerece en nada el valor de una obra que merece ser conocida y disfrutada.

Otras obras de Bernardo Atxaga en ULAD: El hombre soloObabakoakEsos cielosEl hijo del acordeonista

5 comentarios:

Silver dijo...

Totalmente de acuerdo. Me encanta este libro. Atxaga comienza retratando los personajes singulares, que cada uno va a la suya pero pese a que parezca que no pasa nada, no puedes soltar el libro y el desenlace final es inesperado.

Anónimo dijo...

Pues a mí me parecíó un relato estirado hasta el infinito. Como obra corta, quizás me hubiese enganchado, pero la sensación era que se alargaba y se alargaba sin mucho motivo ni razón (Y NO LE PILLÉ EL PUNTO A LO DE LA TRADUCCIÓN SIMULTÁNEA.)No lo recomendaría nunca, me pareció bastante normalito, la verdad.

Anónimo dijo...

Ya suponía que habría diversidad de opiniones. A mi me ha gustado, pero entiendo que, o lo paladeamos con calma, o se nos puede hacer un poco larga esa sucesión de amagos que terminan sin una acción determinante.

Gracias por los comentarios.

Carlos Andia.

Enrique Hormigos dijo...

Un libro que leí hace algunos años y del que lo único que recuerdo es que me decepcionó bastante.

Escotomo dijo...

Coincido con E Hormigos; decepcionante. Se borra de la memoria según uno termina de leerlo.
Un saludo