miércoles, 24 de junio de 2015

J. M. Coetzee: Foe

Idioma original: inglés
Título original: Foe
Año de publicación: 1986
Traducción: Alejandro García Reyes
Valoración: está bien

La reciente lectura de un cuento de Gabriel Rodríguez García, Viernes y yo, una variación humorística sobre la historia de Robinson Crusoe, me trajo a la memoria un par de libros que ya parecen un tanto viejunos -perdón por el palabro-, pero que supusieron ambos un acontecimiento literario, en sus respectivos -y no tan lejanos- momentos de aparición: Viernes o la Vida Salvaje, de Michel Tournier y, sobre todo, este Foe, de J.M Coetzee, buen ejemplo de la novela posmoderna ochentera.
La historia parte también de una variante de la celebérrima novela de Daniel Defoe: una mujer inglesa, llamada Susan Barton es abandonada en pleno océano por la tripulación amotinada de un barco y como naúfraga, llega hasta un islote en el que ya sobreviven un tal Cruso (sic) y su criado, esclavo o protegido negro, Viernes. Las condiciones de la isla no tienen nada que ver con el paraíso tropical de la novela de Defoe... en el islote apenas hay nada más que pedruscos, matojos y una bandada de monos que traen por la calle de la amargura a Cruso, aunque también le sirven para abastecerse de pieles. Susan trata de adaptarse como puede a ese cautiverio forzoso, lo mismo que a sus dos peculiares compañeros de infortunio, pero también salvadores, aguardando siempre-ella, porque los dos hombres no parecen demasiado interesados- el momento en que llegue algún barco y les rescaten.
Hasta ahí la historia, mal que bien, transcurre por derroteros conocidos. o al menos familiares para el lector. Pero a partir de este momento (y espero no destriparle a nadie el argumento, pero para hacer una tortilla hay que romper huevos), la novela toma un rumbo diferente y se convierte en otra cosa. Si hasta este momento se podría intuir un cierto carácter simbólico en los personajes, que bien podrían ser una metáfora de la institución familiar o también de la situación política del país de origen del autor por aquellos años (los negros dominados por los blancos inmovilistas, frente a los vientos de cambio que traían los nuevos tiempos), a partir de aquí se convierte en una suerte de parábola metaliteraria sobre la relación del escritor y sus personajes, en una reflexión sobre el propio acto de escribir, en una alegoría de las propias musas literarias... y así es como, poco a poco, la narración comienza a hace aguas y es ella la que acaba por naufragar, al menos como una historia novelada en la que interese en algo el devenir de los personajes, más que sus reflexiones -o preguntas y dudas, más bien- sobre diferentes aspectos de la existencia real y de la existencia en la ficción. Y no es que sean cuestiones mal planteadas o que carezcan de interés, pero queda bastante claro que le interesaban, sobre todo, al señor Coetzee, como escritor y supongo que también , podría ser que a otros escritores... pero no sé si le ocurre lo mismo a sus lectores, o al menos al que da su opinión en esta reseña.
Y que conste, por si hay dudas, que John Maxwell Coetzee escribe que da gusto leerlo: por lo menos si se toman sus párrafos uno por uno; no cabe duda de que es todo un virtuoso de la escritura. De hecho, es esta excelencia en el estilo la que mantiene en pie casi toda la novela, cuando menos a partir de un cierto momento, cuando uno empieza a preguntarse adónde diablos quiere llegar el autor. Y es la que hace que se llegue al final de la novela sin demasiadas dificultades (también ayuda la brevedad del libro, que todo hay que decirlo). pero eso no significa que al final no quede cierta sensación de perplejidad, cierta insatisfacción -si no decepción- por haber asistido más a las elucubraciones y divagaciones de un autor sobre su propio oficio que a la lectura de una novela como tal; todo lo metaliteraria que se quiera, de acuerdo, pero con su sopa, sus garbanzos y todos sus sacramentos... Sota, caballo y rey.


6 comentarios:

Tine dijo...

me encamta Coetzee, pero este libro no me gustó nada.. o no lo entendí. La reseña describe bien como me hizo sentir.

Juan G. B. dijo...

Gracias, Tine: me alegra saber que no soy el único al que esta novela le ha causado tal sensación...
Un saludo.

Sebelo dijo...

Estoy con los lectores anteriores. Bastante perplejo durante gran parte de la lectura.

Juan G.B dijo...

Idem de idem, Sebastián.
Gracias por pasarte por aquí.

Lilia dijo...

Me alegran las opiniones anteriores. Voy a cometer tal vez una injusticia. Deseo leer mucho a Coetzee, si es que me atrapa tan larga producción. He leído hasta hoy un solo libro suyo: Los días de Jesús en la escuela. Que no está mal, peeero, al comprobar que es una alegoría, y que se apoya en otra narración, me preocupa la sospecha de si no será siempre una, llamémosle, "táctica" suya esto de utilizar tradiciones previas. Lo que puede ser muy cómodo para un productor perezoso. Prefiero los escritores originales, que los hay muchos, capaces de narrar de veras sin tantos apoyos. Parábolas, alegorías, poner a trabajar al lector sin mucho rumbo... no, gracias. da la impresión de que el autor tampoco sabe por o para adónde va. Sobre todo en el punto final, el lector debiera quedar agradecido.

Marc Peig dijo...

Hola, Lilia. Me adelanto a la respuesta de Juan y te diré que aunque este libro no lo he leído si he leído varios de Coetzee y «Infancia» y «Desgracia» los considero muy recomendables. Por si quieres probar con otro Coetzee ;-)
Saludos
Marc