Idioma original: inglés
Título original: Sweet Bird of Youth
Año de estreno: 1959
Valoración: se deja ver
Hoy estoy con ánimo hereje, así que voy a dejar caer así de principio una herejía: Tennesse Williams se ha quedado viejo. Lo digo con cierto conocimiento de causa: en los últimos años en Lisboa he visto Un tranvía llamado Deseo (que me parece sin duda la mejor), La gata sobre el tejado de zinc caliente y Dulce pájaro de juventud. Y después de ver las tres, y en un espacio de tiempo relativamente breve, me reafirmo: Tennessee Williams ha envejecido mal.
Resumo el argumento de la obra para después explicar mi posición. Un joven gigoló llamado Chance Wayne vuelve a su pueblo (St. Clouds, Florida) acompañado por la actriz Alexandra Del Lago (para la cual él realiza todo tipo de servicios), con la intención de demostrar al pueblo que ha triunfado, y de paso recuperar el amor perdido de su novia de adolescencia, Heavenly Finley. Pero nada es tan fácil: la rica y poderosa familia de Heavenly se opone a esta relación, el pueblo se resiste a creer en el éxito de Chance y la propia Alexandra Del Lago no se sabe si quiere ayudar a Chance o controlarlo. El conflicto se adensa, se descubre un "terrible" secreto y en el tercer acto Chance tendrá que elegir entre seguir con Alexandra o quedarse a hacer un último intento por recuperar a Heavenly.
Hay dos motivos por los que me parece que las obras de Williams han aceptado mal el paso del tiempo. La primera es sus tramas, que se refieren a una determinada época (y una región) de los Estados Unidos, con una moral tradicional aplastante, una clase alta anclada en estructuras del pasado e incapaz de aceptar las transformaciones sociales, económicas y culturales... Esto hace que algunos de los "grandes conflictos" que subyacen a las tramas de Tennessee Williams hoy nos parezcan algo trasnochados (lo que no quiere decir que estén superados ni mucho menos). También hay una parte que no es culpa suya: personajes como la actriz decadente, el ricachón conservador o el supuesto triunfador que se engaña a sí mismo, los hemos visto ya tantas veces, en tantas películas y obras y series, que nos resultan muy predecibles.
El otro motivo tiene que ver más bien con la técnica teatral: en las obras de Tennessee Williams los personajes hablan. Y hablan. Y hablan. Son obras muy estáticas, porque gran parte de lo que mueve la trama ya ha sucedido en un pasado más o menos lejano, y los personajes lo que hacen es recordarlo, y contárselo a los espectadores en largos monólogos narrativos. Eso, unido a una escenificación realista y a una narrativa lineal da lugar a obras muy poco sorprendentes para el espectador, sobre todo cuando, como decía en el párrafo anterior, las revelaciones finales, que deberían ser apoteósicas, se quedan a veces en pólvora mojada. En este caso, además, el protagonista, Chance, termina la obra dirigiéndose al público y diciéndole la moraleja de la historia, lo que me pareció el colmo de lo demodé.
Daré una última prueba, muy aleatoria, para demostrar esto que digo: cuando fui al teatro a ver Dulce pájaro de juventud, de las seis personas que íbamos, dos se quedaron dormidas. Y que conste que yo no fui ninguna de esas dos.
También de Tennessee Williams en ULAD: Un tranvía llamado deseo
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