Título original: Breaking night
Fecha de publicación: 2010
Valoración: Se deja leer
Vamos a ver... Tenemos entre manos un asunto un poco chungo, o quizás bastante chungo. De verdad.
La cosa es que he leído un libro de esos que contienen historias de superación escritas por sus propios héroes y que acaban siendo adaptadas al cine o a la televisión y despertando "¡Oooohs!" de admiración por doquier. Hay veces, incluso, que sus escritores se convierten en personajes más o menos famosetes que dan charlas en convenciones de coach y demás materias molonas del nuevo milenio, creadas para ayudar a los seres humanos del mundo civilizado a ser más felices, aunque nunca puedan escapar de patronos viles y círculos sociales ruines.
Pero venga, que me pierdo...
La cosa, retomemos el hilo, es que he leído un libro que cuenta una flipante historia de superación personal (la de Liz Murray, una chica norteamericana hija de padres drogadictos que pasó de la cuasi-mendicidad a graduarse o licenciarse o como se diga, en Harvard), y me va a costar hacer una crítica decente de la obra porque me cuesta ordenar mis ideas. A ver, es que, por un lado, creo que literariamente el libro vale más bien poquito (prosa simplona; narración lineal y cronológica pero saltándose o apenas hablando de momentos que yo considero importantes para entender la historia entera; descripción a conciencia de ciertos personajes descuidando o dejando desdibujados a otros, etc...) y que la historia puede caer en lo que vulgarmente se conoce como una "americanada" (y no una "americanada" de las de Bruce Willis, sino de las que le van a la actriz que hacía de Laura Engels, que vive de sufrir como una Magdalena en telefilmes de la hora de la siesta).
Pero por otro lado, la historia, real-real-real, me ha dejado alucinado. Porque aunque suelo ser bastante desconfiado (y ojo, algunas cosas del libro me despiertan muchas sospechas), me la he creído.
Ya me impresionó cuando la conocí un poco por encima (fue accidentalmente, curioseando en Internet), y ahora que he leído el libro testimonial de Liz Murray, me alegro de haber indagado en ella, porque es una especie de El indomable Will Hunting pero un poco más heavy y más sucia.
Eso sí, en Quemar la noche, Murray utiliza una voz que parece anclada en la infancia/pubertad y describe episodios muy escabrosos con un tono tan naïf que, mira tú por dónde, pueden llegar a dar más morbo y dentera que si hubieran sido escritos con mayor crudeza.
La vida que llevó la pequeña Liz fue de traca. Hasta el final de su primera infancia vivió junto con su hermana mayor y sus dos padres drogadictos en una Nueva York en las antípodas de la gran ciudad de aires europeos que nos venden por todas partes. La familia vivía de ayudas sociales, pasaban días enteros sin comer (los chutes diarios eran lo primero para los progenitores), los piojos devoraban las cabezas de las crías, la marginación escolar era inevitable, no tenían apenas parientes y sus amigos eran desastres similares, etc... Murray narra todo esto con mucha serenidad y sin juzgar a nadie (¡si casi justifica a sus padres!), y menciona también ocasionales episodios de prostitución de la señora Murray y constantes robos y picarescas para poder comer. Luego llegarían la enfermedad de su madre (SIDA), un padrastro desagradable, el ingreso de su padre en un centro para balas perdidas y, por fin, la huida de casa de la ya adolescente Liz y su deambular por las calles y por casas de amigos algo mejor situados que ella, con los que formó una especie de familia postiza.
Vamos, que en Quemar la noche, Murray cuenta cómo se puede vivir en una gran ciudad siendo una marginada menor de edad, pensando sólo en el día a día, en qué comer y dónde dormir cada jornada, y buscando protectores y amigos/hermanos con sumo cuidado. Pero en este caso, algo hacía especial a nuestra Oliver Twist americana, una milagrosa obsesión que no se podía quitar de encima mientras sobrevivía así: estudiar. Porque Liz (cuyo padre era un hombre muy culto que incluso había estudiado un par de años en la universidad antes de darse a la mala vida) era una cría lista a la que sus circunstancias le habían negado una vida escolar normal. Pero algo dentro de ella le hizo buscar ayuda y medios para demostrarse a sí misma de lo que era capaz. Y buscó y encontró un centro especial (con un método de enseñanza un poco peculiar) en el que lograría recuperar sus años de instituto echados a perder, y más tarde, Padre nuestro que estás en los Cielos, gracias a una brillante redacción sobre su vida, una jugosa beca que la llevaría a Harvard.
En fin, algo para quedarse de piedra, ¿verdad?
Pero insisto, hay detalles de la historia de Liz Murray que se me hacen un poquito difíciles de creer, y seamos sinceros: el aroma a cuento de hadas urbano y ejemplarizante no desaparece en ningún momento.
Pero por otro lado, la historia, real-real-real, me ha dejado alucinado. Porque aunque suelo ser bastante desconfiado (y ojo, algunas cosas del libro me despiertan muchas sospechas), me la he creído.
Ya me impresionó cuando la conocí un poco por encima (fue accidentalmente, curioseando en Internet), y ahora que he leído el libro testimonial de Liz Murray, me alegro de haber indagado en ella, porque es una especie de El indomable Will Hunting pero un poco más heavy y más sucia.
Eso sí, en Quemar la noche, Murray utiliza una voz que parece anclada en la infancia/pubertad y describe episodios muy escabrosos con un tono tan naïf que, mira tú por dónde, pueden llegar a dar más morbo y dentera que si hubieran sido escritos con mayor crudeza.
La vida que llevó la pequeña Liz fue de traca. Hasta el final de su primera infancia vivió junto con su hermana mayor y sus dos padres drogadictos en una Nueva York en las antípodas de la gran ciudad de aires europeos que nos venden por todas partes. La familia vivía de ayudas sociales, pasaban días enteros sin comer (los chutes diarios eran lo primero para los progenitores), los piojos devoraban las cabezas de las crías, la marginación escolar era inevitable, no tenían apenas parientes y sus amigos eran desastres similares, etc... Murray narra todo esto con mucha serenidad y sin juzgar a nadie (¡si casi justifica a sus padres!), y menciona también ocasionales episodios de prostitución de la señora Murray y constantes robos y picarescas para poder comer. Luego llegarían la enfermedad de su madre (SIDA), un padrastro desagradable, el ingreso de su padre en un centro para balas perdidas y, por fin, la huida de casa de la ya adolescente Liz y su deambular por las calles y por casas de amigos algo mejor situados que ella, con los que formó una especie de familia postiza.
Vamos, que en Quemar la noche, Murray cuenta cómo se puede vivir en una gran ciudad siendo una marginada menor de edad, pensando sólo en el día a día, en qué comer y dónde dormir cada jornada, y buscando protectores y amigos/hermanos con sumo cuidado. Pero en este caso, algo hacía especial a nuestra Oliver Twist americana, una milagrosa obsesión que no se podía quitar de encima mientras sobrevivía así: estudiar. Porque Liz (cuyo padre era un hombre muy culto que incluso había estudiado un par de años en la universidad antes de darse a la mala vida) era una cría lista a la que sus circunstancias le habían negado una vida escolar normal. Pero algo dentro de ella le hizo buscar ayuda y medios para demostrarse a sí misma de lo que era capaz. Y buscó y encontró un centro especial (con un método de enseñanza un poco peculiar) en el que lograría recuperar sus años de instituto echados a perder, y más tarde, Padre nuestro que estás en los Cielos, gracias a una brillante redacción sobre su vida, una jugosa beca que la llevaría a Harvard.
En fin, algo para quedarse de piedra, ¿verdad?
Pero insisto, hay detalles de la historia de Liz Murray que se me hacen un poquito difíciles de creer, y seamos sinceros: el aroma a cuento de hadas urbano y ejemplarizante no desaparece en ningún momento.
1 comentario:
Lo importante en la historia es el mensaje central, vivió en las calles y se superó. No se debe criticar su poca experiencia como escritora autobiográfica, sino más bien elogiar el propósito para el cual fue escrito, la auto superación. Estoy muy interesada en conseguirlo.
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