Idioma
original: inglés
Año de publicación: 1959
Valoración: Muy
recomendable
Hay
novelas que no pasan de moda pues tienen la virtud de comunicarse con una gran
variedad de lectores y no superficialmente. Pero su profundidad no es aburrida,
al contrario, sus autores han conseguido crear un personaje (o varios) tan
entrañable y tierno como estrafalario y divertido, que nos incita a acompañarle
por los lugares y situaciones más variopintos y absurdos y que nos mantiene hasta
el último momento en tensión. A esos seres vamos a echarlos en falta, lo
sabemos desde el preciso instante en que cerramos el libro. Se me ocurre ahora
–además del obvio don Quijote– el Ignatius J. Reilly de La Conjura de los necios y Jakab Störr, protagonista de La historia de mi mujer. Aunque en realidad no importa mucho, porque siempre podemos releerlos.
Henderson, el rey de la lluvia es uno de los libros más divertidos que he leído nunca.
No de los que arrancan carcajadas –aunque alguna cae de vez en cuando– sino una
sonrisa cómplice. El buen Eugene nos sorprende constantemente pues cada etapa
de su aventura es aún más loca que la anterior. Los secundarios tampoco son
moco de pavo. Nadie es común y corriente aquí. En parte por la excentricidad del
propio Eugene y en parte porque un buen pedazo de acción tiene lugar en el África
profunda. Además de su humor, si os gusta la acción, o mejor, las aventuras, y
cuanto más originales mejor, vais a disfrutarlo de verdad.
La ironía y perspicacia de Bellow se manifiesta aquí prescindiendo de su habitual talante taciturno. El protagonista, un maduro millonario norteamericano aficionado a la cría de cerdos, se casa por segunda vez pero, aun adorando a su voluble y precavida mujercita, su insatisfacción vital no deja de amargarle. ¿Cómo aplacar la angustia de quien tiene todo lo que se puede desear? A nuestro héroe no se le ocurre mejor idea que viajar al continente africano, pero no a una región civilizada. Lo que se propone –y consigue– es internarse en sus profundidades con la ayuda de un guía experto y, durante algún tiempo, formar parte de alguna tribu. De dos para ser exactos. Lo que le sucede es insólito, como no podía ser de otra manera, pero es la forma de contarlo lo que resulta desternillante.
Eugene
posee una mirada ingenua y bondadosa cuya simplicidad disecciona a cualquier
individuo con quien se cruza mucho mejor que si produjera elaboradas
definiciones plagadas de términos psicológicos. A veces lo que nos cuenta puede
resultar un poco confuso. Conociendo al personaje (porque llegamos a conocerlo
casi como si lo hubiésemos visto en persona y eso forma parte de su encanto),
no tenemos más remedio que pensar. “Vaya usted a saber lo que pasó realmente”. Dudamos del verdadero
sentido porque su forma de ver las cosas es tan peculiar como aguda. Pero no
queremos que nos lo cuente de otro modo. Está muy bien así. La imaginación de
Bellow es poderosa pero permite que la nuestra también funcione a sus anchas.
Y no se conforma con vivir intensamente. Mientras lo hace su cabeza no deja de funcionar. Son constantes sus reflexiones sobre él mismo, el mundo y los hombres, sobre su presente y sobre su vida anterior. Recuerda melancólicamente a su esposa y nos obsequia con agudas observaciones sobre cuestiones de todo tipo. Bellow no solo sabe divertirnos, además transmite, con gran ironía y sutileza, algunos de sus puntos de vista.
Pero
todo no puede ser perfecto, la traducción de Raquel Albornoz es francamente
torpe, está plagada de errores de bulto que cualquiera puede advertir. Ya
sabemos que el lenguaje de Bellow no es fácil pero deberían haberlo cuidado
mucho más, aunque solo sea porque se trata de un Nobel, ¡caramba!
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