Año de publicación: 1988
Valoración: Recomendable
Amado amo narra la paulatina decadencia laboral de César Miranda, un empleado de la agencia publicitaria Golden Line. Tras vivir una etapa dorada, primero en su calidad de reconocido pintor vanguardista, y más tarde como uno de los comerciales más exitosos de Golden Line, César empieza a sentirse cada vez más alienado respecto a sus compañeros de oficina. Sus jefes ya no le tienen en cuenta para la toma de decisiones importantes, sus compañeros le pisotean y los propios clientes, que antaño hacía cola por involucrarle en todas sus campañas, parecen haberse olvidado de él. Para colmo de males, la vida amorosa de César es una auténtica catástrofe: Clara, su novia durante varios años, le abandona casi sin dar explicaciones y Paula, que nunca pasó de ser un sucedáneo imperfecto de Clara, acaba consumida por sus propias insatisfacciones laborales.
A través de César, Rosa Montero pinta un retrato preciso y mordaz de la vida dentro de una oficina. De cualquier oficina. La universalidad de los personajes —que no han perdido ni un ápice de actualidad en los veinticinco años que han transcurrido desde la publicación original de la obra— hace que resulte imposible dejar de lado la lectura. A lo largo de doscientas páginas, César Miranda va obsesionándose más y más con su caída en desgracia. Se esfuerza por descifrar cada uno de los gestos de su jefe y se obsesiona con la posibilidad de perder su empleo. Abatido, y culpabilizándose por cada decisión que toma, César se arrastra con pesar por los escenarios de la historia: su despacho, su dormitorio, las fiestas a las que acude, el bar donde desayuna. Su obsesión, a través de la cual se contextualiza el camino que anuda el éxito al fracaso, la sensatez a la locura, cuenta con todos los ingredientes para enternecer al lector, y su manía de analizar la integridad de su mundo, desde el saludo del director de Golden Line en el ascensor hasta las miradas de una secretaria, resultan mitad trágicas y mitad divertidas.
A mis veintinueve años, y con tan solo un puñado de empleos a mis espaldas, me atrevo a decir que nadie que haya pasado por una oficina, sea del tipo que sea, un periódico, una agencia publicitaria, un despacho de abogados o incluso una ONG, se sentirá indiferente ante las calamidades que atraviesa el protagonista de esta novela. La genialidad de Amado Amo reside precisamente en eso: en tornar las inseguridades de César Miranda y las fricciones con su entorno en un biografía de proporciones ecuménicas. Como diría Borges: César Miranda es un empleado que contiene en sí a todos los empleados. Las rencillas entre él y sus colegas son un reflejo de todas las rencillas.
En su discurso de ingreso a la RAE, Javier Marías afirmó que una de las razones de ser de la literatura, quizás la razón prístina y última, es permitir que los lectores se asomen a otras vidas y puedan incluso vivirlas vicariamente. Argumentos similares fueron esgrimidos por Vargas Llosa en el prólogo de La verdad de las mentiras. Lo cierto es que este razonamiento no explica por qué uno desea, página tras página, conocer el destino de César Miranda. Su vida no tiene nada de envidiable y el mero hecho de asomarse a ella resulta una actividad penosa. No obstante, es imposible seguir el hilo de sus pensamientos sin dejarse embargar por un profundísimo sentimiento de empatía. Lo que hace Amado Amo especial no es que nos permita vivir otras vidas, pues la de César Miranda es en realidad indeseable, sino que, inevitablemente, nos ayuda a conectar con un sentimiento de alienación sumisa que todos hemos experimentado en algún momento, en la escuela, en la familia, en el trabajo. Esta capacidad de establecer paralelismos entre la ficción y la realidad es, qué duda cabe, otra de las razones que justifican la existencia misma de la literatura.
En el fondo, Amado Amo responde a una ineludible necesidad humana, a saber: la necesidad de sentir que, en mitad de nuestra pequeñez, en medio de nuestras insignificantes tragedias, no estamos del todo solo. Gracias a Amado amo, uno puede seguir los avatares de una persona normal y corriente y consolarse intuyendo que, al fin y al cabo, nuestras interminables preocupaciones no son tan trágicas, o al menos no son tan únicas, como pensábamos.
Firmado: José Serralvo
También de Rosa Montero en ULAD: La ridícula idea de no volver a verte, Lágrimas en la lluvia, Te trataré como a una reina, Temblor, La hija del caníbal, Crónica del desamor
1 comentario:
Este libro no me lo he comprado por una tontería: me da cierta grima la portada, una especie de claustrofobia, pero luego de vuestra reseña tal vez lo haga. Montero me gusta y será cuestión de mirar dentro del libro y no fuera ;)
Saludos y ¡buen fin de semana!
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