Idioma original: Español
Año de publicación: 2010
Valoración: recomendable
Fabián Casas, dice la solapa de estos dos libros, "momentáneamente no escribe más y se dedica sólo al kárate". Aparte, las contratapas elogian su estilo hablando de precisión. Y definen a Los lemmings (lo hace Ignacio Echevarría, uno de los críticos más renombrados y estrictos del panorama de las letras en español) como instalado "en un territorio intermedio entre una colección de relatos, una novela en marcha y un volumen de memorias."
Lo cual, en su conjunto, me hace dudar algo. Nacido en el barrio bonaerense de Boedo (también llamado Almagro), al igual que los protagonistas de las historias, y con ese tono que oscila entre tres figuras, a saber, ingenua esperanza infantil, ligera perversidad adolescente y contundente pero algo sarcástica amargura post-adolescente, me da por pensar si Casas no habla casi siempre, al igual que hace Kiko Amat en su excelente Rompepistas, en un tono más cercano y confidente que el del puro papel del narrador que va tomando distintas personalidades según el relato. Si este Los lemmings y otros, y este Ocio, no necesariamente su complemento pero sí un valioso añadido, no constituyen un relato autobiográfico puro y duro parapetado tras biombos o distorsionado por un juego de espejos.
Son historias con una vocación unitaria no excesivamente manifiesta: los personajes saltan de un cuento a otro, de un libro a otro en circunstancias que resultan vagamente familiares, no hasta el punto de intentar ir hacia atrás en la lectura para ver si nos hemos perdido algo, simplemente para que vayamos asimilando que estamos ante una narración coral, pero que ese coro ni ensaya ni canta a la vez. Los relatos aquí parten de ese lugar común y de ese grupo de amigos que arrastran motes incluso cuando éstos han dejado de tener el mínimo sentido. De cómo les van las cosas y, en ciertos casos, cuáles son los destinos que les aguardan. Todo ello con un estilo cercano, urgente, algo atropellado. Casas escribe como el que va soltando ideas, de la cabeza a la mano y de ahí a la exposición pública. Los lemmings y otros tiene un marcado aire costumbrista. Sus historias parecen presenciarse desde ventanas y balcones y patios interiores de vecindario. Como el que mira escarceos infantiles o adolescentes con sexo, con drogas, con violencia, y piensa que por qué mal camino anda el vecino de enfrente. Ocio presenta mayor entidad como novela. Su protagonista escucha a los Beatles (concretamente, Abbey Road) y lee a Arlt (concretamente, El juguete rabioso). Está todo el día sin hacer nada pero acaba dando la impresión de que esa no es una tarea nada sencilla.
Ocio y Los lemmings y otros comparten algunas escenas en diferentes perspectivas, algún personaje, y también ese tono con tintes autobiográficos, con una dejadez nihilista cuya clave es difícil desentrañar. Hay positivismo agridulce, hay pesimismo resignado ante un futuro incierto contra el que nada se hace, que se traduce en un presente por el que simplemente se transita. Ese tono conquista al lector, aunque he de reconocer que el lenguaje, la jerga, cuando se cierra en banda, requiere algún esfuerzo. Aún así, los dos libros superan ese obstáculo. Estos no son relatos acomodaticios ni alegres; más bien su conjunto es una crónica algo sarcástica sobre la supervivencia cuando no se vive en entornos privilegiados. Los apartamentos son pequeños, los niños duermen en sofás que por la noche son camas, los padres reales y los padres postizos vienen y van, y la vida no sonríe a casi nadie. Familiar o no, es lo que hay. Fabián Casas, esté sentado en un banco contemplando a los demás, o se contemple a sí mismo, lo describe con fidelidad y honestidad. Esperemos que el kárate no se le dé demasiado bien.
Ocio y Los lemmings y otros comparten algunas escenas en diferentes perspectivas, algún personaje, y también ese tono con tintes autobiográficos, con una dejadez nihilista cuya clave es difícil desentrañar. Hay positivismo agridulce, hay pesimismo resignado ante un futuro incierto contra el que nada se hace, que se traduce en un presente por el que simplemente se transita. Ese tono conquista al lector, aunque he de reconocer que el lenguaje, la jerga, cuando se cierra en banda, requiere algún esfuerzo. Aún así, los dos libros superan ese obstáculo. Estos no son relatos acomodaticios ni alegres; más bien su conjunto es una crónica algo sarcástica sobre la supervivencia cuando no se vive en entornos privilegiados. Los apartamentos son pequeños, los niños duermen en sofás que por la noche son camas, los padres reales y los padres postizos vienen y van, y la vida no sonríe a casi nadie. Familiar o no, es lo que hay. Fabián Casas, esté sentado en un banco contemplando a los demás, o se contemple a sí mismo, lo describe con fidelidad y honestidad. Esperemos que el kárate no se le dé demasiado bien.
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