Idioma original: francés
Título original: Electrochoc
Año de publicación: 2003
Valoración: recomendable a todos, imprescindible si te gusta la música electrónica
No abundan los buenos libros sobre música. Y los que son biográficos acostumbran, como se comentó aquí hace poco, a derivar en dos sentidos concretos: el del rendido fan que homenajea sin criterio ni contención y el del cronista morboso que se centra en los aspectos extramusicales y en toda la parafernalia anexa. Si ya reducimos el ámbito a la música electrónica, nos encontramos con buenas obras que son colecciones de artículos más o menos especializados, algunos en tono de ensayo, pero que no son aptos para una valoración literaria, pues tienen un tono técnico cercano al manual.
Laurent Garnier, para los profanos, fue un DJ de gran fama en el momento de eclosión de la música electrónica: de los primeros 90 a mediados de la primera década del milenio. Uno de esos DJ que, ebrio de fama y de promotores pagando fortunas por sets de cuatro o cinco horas en clubs exclusivos de todo el planeta, ascendió rápidamente a un status muy similar al de las grandes estrellas del rock. Su fama y su repercusión han remitido aunque sigue en activo, centrado más en una irregular carrera como músico.
Electroshock, escrito a medias con David Brun-Lambert (periodista, por lo que leo, afín a la escena y, supongo, ayudante en cuanto al estilo y estructura del libro) es un testimonio sobre ese ascenso fulgurante y, en cierta medida, un reconocimiento de que esos mejores momentos se han acabado y el fenómeno, omnipresente en las épocas descritas, ha pasado a un segundo plano, ha quedado limitado al hábitat natural de los discotecas, perdiendo la hegemonía ostentada.
Pues resulta que éste es un muy buen libro: bien escrito, narrado de una manera que acaba trascendiendo el que a uno le interese o no el tema tratado. En mi caso, no voy a negar que viví ese fenómeno en directo, con entusiasmo y dedicación. Y su decadencia y su actual crisis creativa y su restricción al ámbito de los clubes y los círculos experimentales. Seguramente ésa sea una clave del libro: Garnier antepone la música a todo. Las melodías, los ritmos, todo aquello que le emociona a él y piensa que emocionará a su público. Esa honestidad hace superar al libro la barrera del género, la limitación del tratado especializado, y, sin que sepamos en qué porcentaje atribuirlo a cada uno de los autores, nos hace vivir las experiencias de Garnier, su evolución, su excitación por triunfar con lo que le gustaba, su adaptación a que su afición se convierta en una profesión. Todas esas experiencias, ingenuamente narradas en algunos casos (con lo que uno se pone en esa envidiada piel del veinteañero que se convierte en millonario de la noche a la mañana haciendo lo que le gusta), Garnier, o Brun-Lambert, consiguen que las vivamos con fidelidad y empatía. Garnier no es un niñato subido a una cabina y delante de unos platos para encamarse con modelos: es un amante de la música de su tiempo obsesionado por transmitirla y difundirla. Un libro sobre música, con su correspondiente torrente de datos y referencias, ameno y entretenido como muy pocos.
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