lunes, 9 de noviembre de 2020

Álvaro Colomer: Guardianes de la memoria


Idioma original:
español 
Año de publicación: 2008 (reedición de 2020 con prólogo añadido)
Valoración: muy recomendable

Van con este cuatro los libros que he leído de Álvaro Colomer y cuatro son los estilos o géneros que le he visto emplear (novela psicológica, juvenil, crónica bélica novelada, crónica pura y dura) y he de decir que en todos se resuelve con brillantez y buen hacer. Obviamente, me lanzo a leer Guardianes de la memoria convaleciente de un síndrome de abstinencia que me generó su brillantísima última novela Aunque caminen por el valle de la muerte, que me parece no solo la cumbre de su obra sino una de las mejores novelas en español en lo que va de siglo, y no me cansaré de recomendarla como muestra de dinamismo literario pasándole la mano por la cara a muchos escritores adictos a los chalecos llenos de bolsillos como única muestra de espíritu aguerrido y aventurero.

Guardianes de la memoria no es, entonces, su sucesora sino una recuperación de un texto compuesto por cinco extensos artículos, cinco relatos que aluden a cinco lugares de la geografía europea marcados a fuego por grandes hechos ocurridos en cada uno de ellos y que han marcado su historia y, en muchos casos, condicionado las existencias no solo de los nacidos allí a partir del momento de los hechos, sino también de cualquier otro hito posterior alcanzado. El patronímico, el origen, se convierte en una carga o en una especie de adjetivo definitorio más allá de todo sentido común y las generaciones se sucederán teniendo que lidiar con comentarios de todo pelaje cuando uno se presente y explique su procedencia. Esos cinco lugares, por el orden en que protagonizan los relatos, son Gernika, Chernóbil, Transilvania, Lourdes y Auschwitz. Cinco componentes de la historia europea, varios de ellos como objeto de hechos trágicos, cinco emplazamientos que pueden sonarnos familiares aunque sea por su omnipresencia en ciertos ámbitos informativos, el arraigado interés que es creciente a medida que la curiosidad te hace penetrar en sus entresijos, el enorme calado de lo sucedido y cómo en muchos casos son, más que un punto en el mapa, puntos de inflexión en el desarrollo de la realidad continental del siglo XX.
Creo que solo el relato dedicado a Transilvania ha acusado el paso del tiempo en exceso: siquiera porque la figura de los vampiros y las tradiciones de la zona nos parecen ahora más risibles y menos solemnes, pero aún así el texto que explica las curiosas costumbres que, en pleno siglo XXI, aún mantienen ciertas comunidades de esa Europa unida y desesperada por una fallida cohesión, es brillante y rodeado de un cierto halo de oscuridad que resulta inquietante. Los otros cuatro, quizás por mantenerse vigorosamente actuales, dado los regalos que nos hace el presente en lo relativo a totalitarismos y fanatismos, permanecen frescos como rosas. Y su disposición en el texto, empezando y acabando por las tropelías de la Alemania del III Reich, con la Legión Cóndor bombardeando el emblema de la nación vasca y la dictadura franquista negando los hechos durante décadas, y con el solemne relato que cierra el libro, dedicado a Auschwitz/Oświęcim, relato en el que Colomer toma (hasta entonces ha sido redactor fiel y periodista de oficio) cuerpo como narrador o cronista al que la presencia de una anciana como testimonio intimida de tal manera que lo hace colapsar, lo arredra y zanja el texto sin atreverse a hacerle responder, como si silencio y respeto ante silencio fueran mejor que testimonio alguno. Es el relato más tenso, el colofón que agrupa y totaliza los textos anteriores, todos brillantes y todos con un perfil común: un testimonio de los hechos se convierte en guardián de la memoria, en garante de que, algunos años más, los lectores tendrán presente aquello de no olvidar la historia para evitar repetirla.
Le sugiero a Colomer más lugares para actualizar tal premisa y regalarnos más textos de tan buen nivel: Fukushima, Harrisburg (por cómo países teóricamente menos herméticos tratan hechos similares), New Orleans, Columbine, Ciudad Juárez, Biescas. Por si lo de la novela se retrasa, digo.

2 comentarios:

1984 dijo...

Un libro ciertamente muy interesante, al igual que la reseña. La idea del lugar de memoria proviene de la historiografía francesa, de Pierre Nora, entre otros. El lugar de memoria siempre aparece vinculado a la memoria histórica o colectiva. El concepto de memoria colectiva fue acuñado por otro francés, Maurice Halbwachs, en los años veinte del siglo XX. Halbwachs era de origen judío y fue asesinado por los nazis. Decía que cada grupo para mantener su identidad propia y diferenciada, su conciencia, busca conmemorar una y otra vez su pasado. La misma nación con sus monumentos nacionales, lugares de memoria, intenta crear un conjunto de recintos sagrados en los cuales se evoque el recuerdo del pasado en términos mitificados y con el objetivo de educar al ciudadano. Los lugares de memoria tienen, por esa razón, una cierta dimensión cuasi-religiosa, en el sentido de que el pasado se convierte en un símbolo que advierte a las nuevas generaciones de lo que nunca debería volver a suceder. Así, Auschwitz es el símbolo del mal absoluto; Hiroshima de la destrucción ilimitada de la que puede ser capaz el hombre; Gernika, del cruel intento de humillar la identidad de un pueblo que acabó volviéndose contra sus responsables (cartelón de Picasso, el icono cultural más popular del siglo pasado). El problema de la memoria histórica que confluye en los lugares de memoria es que, por su carácter sagrado, ceremonial y simbólico, no tiene mucho que ver con la investigación histórica, por definición imparcial y secular. Esto ya lo indicó en su momento el propio Halbwachs, padre de la criatura. La misma concepción de que un testimonio puede elevarse a la condición de "guardián de la memoria" otorga a este un valor absoluto que cualquier investigador rechazaría, remitiéndonos más bien al lenguaje religioso ("el testimonio de la verdad"). Y en cuanto al silencio como manifestación de lo inefable e inexpresable también conecta con el misticismo religioso. Este es el eterno conflicto que plantea la memoria histórica, por otro lado necesaria.

Un cordial saludo.

Antonieta dijo...

Ya, gracias a ambos, buen complemento.

Abr🌀z🌀s