viernes, 6 de noviembre de 2015

Colaboración: Tantas mentiras. Doce actas de viaje y una novela de Paco Inclán

Idioma original: español
Año de publicación: 2015
Valoración: está bien

Si se obvian algunas anécdotas que la anclan temporalmente y se confía en el criterio de David Becerra, Tantas mentiras. Doce actas de viaje y una novela (Zaragoza: Jeckyll & Jill, 2015) es una nivola que podría haber sido escrita en cualquier momento desde 1989 a la fecha. En ella, Paco Inclán levanta acta —acta nada menos— de sus mentiras: y es que, como texto autoficcional que es, Tantas… juega al despiste. Aúna en mismas historias datos que, simplificándolo todo, son verdad verdadera —el proverbial malhumor de la quiosquera de la estación del metro de Godella es verdad de la buena— con otros menos creíbles. Sobre todo al final, cuando la referencialidad —la conexión con la realidad— estalla al mismo tiempo en la ficción y en eso que se llama paratexto, es decir, en todo lo escrito que acompaña al cuerpo impreso de la historia que, si nos permite Roland Barthes, ha creado el autor. Tantas… acaba al mismo tiempo que otro texto intitulado Mi primera novela, un coqueto librito pegado a la solapa de la contratapa y que convierte a cada ejemplar en un libro objeto.

La autoficción puede ser comprendida si se conoce la técnica del clown, la que sirve para que un actor cree su propio payaso a partir de la exacerbación de su personalidad: el protagonista que narra en primera persona los casi trece relatos se presenta despiadada y alternativamente como mentiroso, cobarde, cínico, aquejado por enfermedades vergonzantes que degeneran a fuerza de nulo tratamiento médico mas sí mediático, vicioso, animal desaseado y, finalmente, escritor impotente, al menos estéril.

El mundo no es mejor que él. Acaso más inocente. Pero siempre bajo la lupa inquisitiva de la dura semisonrisa postmoderna: la única forma de mantenerse a flote es agarrándose a las pequeñas  identidades. A pesar de tenerlas múltiples.

Tantas… se inscribe, pues, en la tradicional y respetable corriente del realismo postmoderno, de la que Joan Oleza, catedrático de la Universidad de Valencia, ha escrito largo, en línea y tendido. Y sí, como diría Elsa Drucaroff, profesora de la Universidad de Buenos Aires y a propósito de los jóvenes escritores postdictadura en la Argentina —la generación de la “democracia de la derrota”, concepto prístino al Transicional lado del charco—, Tantas… “[habla] de política. Sólo que a su modo”: el mundo está podrido. No tiene salvación. Sólo queda reírse.

El fracaso de los grandes relatos es un gran relato también, qué duda cabe. Y proclamar el fin de la Historia no es más que proclamar la redención de la Humanidad, instaurar la Utopía. La postmodernidad se luce al creerse lúcida. Y cree que una de sus caras más importantes es la desilusión airadamente hilarada. Reírse como Zaratustra sin creerse infalible. O quizás sí. De otra manera. La postmodernidad, pues —lo posmo…— puede entenderse como una modernidad de la derrota. Es éste el contexto en el que deben trabajar tantos escritores contemporáneos. Y si no, que le pregunten a David Becerra, que para eso escribió La novela de la no-ideología.

Avisados de esto y aquello, queda por decir que Tantas mentiras funciona, su humor divierte. Mucho. Además, y a su modo, pinta su aldea pintando el mundo. Y viceversa.

Firmado: Fernando Daniel Bruno

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